Christoph König, cosmopolita

Habla siete idiomas, entre ellos un perfecto castellano. “Tengo mucha confianza en la cultura a través del idioma; cuando se habla un idioma, se puede saber mucho acerca de la gente”, explica. El director alemán Christoph König es un auténtico cosmopolita. Titular de la Orquesta Solistes Européens Luxembourg, lo fue antes de la Sinfónica de Malmö y de la Orquesta Sinfónica de Oporto y al mismo tiempo mantiene sólidas relaciones con diversas orquestas españolas como la Filarmónica de Gran Canaria, la Real Filharmonía de Galicia (de las que fue principal director invitado) o la Sinfónica de RTVE. Alumno de Sergiu Celibidache y Colin Davis, este alemán polivalente e inquieto lleva sin embargo en su sangre la gran tradición alemana que aprendió en su juventud en el Kreuzchor y en la Musikhochschule de Dresde.
¿A cuándo se remontan sus relaciones musicales con España?
La primera invitación fue en 1999, con la Filarmónica de Gran Canaria, fue un jumping por una cancelación. Se quedaron muy contentos, pero luego no supe nada. Tres años más tarde me volvieron a llamar y me invitaron a ser director asociado, incluso me ofrecieron la titularidad. No la acepté porque entonces ya era titular de la Sinfónica de Malmoe y en aquella época no creía poder compatibilizar dos titularidades. Hoy en día es casi una moda, pero yo no creo que sea algo saludable, a no ser que se trate de orquestas muy distintas y de perfil muy diferente. Como director asociado, dirigía ocho programas al año, casi el número de conciertos que ofrecen algunos directores titulares. Estuve ahí desde 2001 hasta 2004, antes de que entrara Pedro Halffter. La recuerdo como una experiencia muy positiva. (…)
Próximamente va a dirigir a la Orquesta y Coro de RTVE, otro conjunto con el que mantiene una relación muy especial. ¿Cuándo empezó a dirigirles?
Creo que la primera vez fue en 2011 o 2012. El primer encuentro fue favorable, pero, como en el caso de Gran Canaria, pasaron cuatro años antes de que volviéramos a vernos las caras. Desde entonces, la relación ha sido fluida y regular.
Para alguien que de niño se formó como corista, el que la orquesta de RTVE tenga también un coro supondrá un aliciente añadido. De hecho, en su concierto incluye dos salmos de Mendelssohn.
No conozco ninguna ciudad en el mundo donde coincidan tres orquestas de muy buena calidad con coros, salvo Madrid: la OCNE, la de RTVE y la ORCAM. Y ello, sin olvidar que también la orquesta titular del Teatro Real cuenta con un coro. Es un lujo increíble. Hay una tradición coral muy fuerte en este país.
Con el Coro RTVE llegó a interpretar el pasado verano una obra a cappella: nada menos que el Requiem de Victoria.
No soy director de coro a cappella, pero mis vínculos con el coro vienen desde la infancia. Durante mi juventud, en Dresde, canté en un coro durante diez años. Ensayábamos cinco horas diarias, así que la formación coral está en mis venas. Por eso me siento muy a gusto en este papel, es como volver a casa. Hacía veinte años que no dirigía un coro a cappella. No es mi oficio, yo soy director de orquesta y de ópera, pero la gerencia de Radio Televisión Española me ofreció esta oportunidad y fue una extraordinaria ocasión para adentrarme en la magia de la música del pasado de un país que amo mucho. Fue una propuesta dulce e irrechazable, porque Victoria es uno de los más grandes compositores de España y de la Historia. Fue un inmenso placer. El coro se identificó mucho con el proyecto.
¿Repetiría la experiencia?
Sin duda.
El coro, como acaba de decir, fue su puerta de acceso a la música.
El coro tiene un significado muy alto. Es una identificación con la comunidad, una cristalización de la música clásica en la vida cultural y en la vida diaria. ¿Cómo era la vida en la Alemania del Este antes de la caída del Muro de Berlín y de la reunificación? Bastante distinta a la de los países occidentales. La gran diferencia es que no había muchos medios de diversión. Casi no había televisión y, salvo la música y el deporte, había pocas opciones para distraerse, lo cual tenía su lado positivo y su lado negativo. Nosotros teníamos más tiempo para centrarnos en la música, había más tranquilidad, más paciencia, más interés por cuidar los detalles, hacer las cosas bien. Además, mucha gente normal y corriente tenía un gran amor a los músicos, sentían mucho respeto por los artistas. El valor de hacer música y de ser músico era mayor que en otros países. Cuando estabas metido en la música clásica, la gente te admiraba. (…)
Stefano Russomanno
[Foto: Christian Wind]
(Comienzo de la entrevista publicada en el nº 358 de SCHERZO, enero de 2008)
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