Calixto Bieito, interpretar y reinterpretar
Autor de montajes radicales, salvajes y descarnados que resuenan como ecos a lo largo de toda la vida, Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) reposa en las distancias cortas. Permanece la fama de gran provocador, de enfant terrible de nuestra escena, pero harían falta tenazas para sacarle una autosuficiencia en la conversación, que transcurre en Bilbao a punto de volar a Colonia. El suyo es un viaje constante al centro de Europa, pero la impresión de la cultura española sigue siendo profunda: los nombres de Calderón, Cervantes, Valle-Inclán, Goya, Velázquez o Zurbarán transitan por sus palabras como fascinaciones que lo acompañan siempre, como imanes de los que nunca se desprendería. Hombre del norte que mira al norte, director artístico en el Teatro de Basilea y en el Arriaga de Bilbao, vuelve al Real tras sacudir la vida cultural madrileña con sus anteriores puestas en escena (Wozzeck, Carmen y Die Soldaten), esta vez con un montaje de El ángel de fuego de Prokofiev coproducido con la Opernhaus de Zúrich, donde se estrenó en 2017.
El ángel de fuego está originalmente ambientada en la Alemania preluterana de comienzos del XVI. ¿Por qué trasladarla a los años 50?
La idea era que no tuviera tiempo, ya que si la ambientas en la época que se propone la conviertes en una historia de brujas. Y no es una historia de brujas, ahora sabemos que muchas de las brujas no existían o que no eran tales. Así que yo quería explicar la historia de una pequeña comunidad que abusa de una persona y la aniquila por ser diferente, por tener una sensibilidad extrema y diferente. Renata es una persona que se tiene que acostumbrar a la soledad. En el espectáculo anda siempre ahí sola con esa bicicleta que simboliza su viaje interior y su libertad, a toda velocidad, el viento en la cara, el agua fresquita… Ella está atrapada sin ser consciente, está siendo abusada y reprimida en su libertad, y me atrae porque es una persona con una imaginación desbordante dentro de una pequeña comunidad con poca imaginación.
Con ella volverá al ruso, una lengua que no habla. ¿Se acostumbra uno a transitar continuamente de una lengua a otra?
Amo la diversidad de lenguas, es una riqueza de las personas. Me interesa mucho dirigir en distintas lenguas, a veces incluso más en aquellas que no entiendo. He hecho mucho Ibsen en noruego, una lengua que no entiendo, Strindberg en sueco, que tampoco entiendo, Obabakoak en euskera… Es un regalo tener tantas lenguas en el mundo, poder usarlas, expresarlas y poder penetrar en distintas culturas a través de ellas. Y también es muy importante el sonido de la lengua. Ahora acabo de hacer Katia Kabanova en Praga en checo. El checo de Katia es el checo que hablan hoy los checos y cambia mucho hacerlo con cantantes que no son checos. Muchas personas se quejan de los cambios que se hacen en las óperas, pero hay que saber que hay países en los que se cambia del checo al inglés o del checo al alemán, y eso cambia también la música.
Pasan los años, pero mantiene su fama de gran provocador. ¿Es necesaria la provocación para mantener con vida la ópera?
No, yo nunca me siento y pienso que voy a hacer una cosa provocativa. Yo me guío por el instinto y por lo que entiendo que es una ópera. Entiendo que El ángel de fuego es una ópera sobre una comunidad y sigo esa idea hasta el final. Y en vez de hacer el efecto de quemar a Renata, o de que muera enferma, lo que ella hace es quemar la bicicleta. Quema la imaginación, la destruye. Y eso es simplemente interpretar una pieza.
Los directores musicales también interpretan las piezas. No tiene nada que ver escuchar a Mozart por Karajan o por Teodor Currentzis, parecen incluso músicas diferentes. O puedes tener la impresión fortísima que tuve con 15 años cuando escuché a Glenn Gould tocando las Variaciones Goldberg a través de mi mentor, Adan Kovacsics. Le dije: “¡Pero si es agua!”. Los músicos están interpretando, no están tocando en el Barroco ni en el Romanticismo, no tienen el contexto, no tienen la luz… Y todos somos modernos, como decía Pierre Boulez. Ser moderno no es una cualidad, sino una realidad. Todos somos modernos porque vivimos ahora mismo. (…)
Asier Vallejo Ugarte
[Foto: E. Moreno Esquibel / Teatro Arriaga]
(Comienzo de la entrevista publicada en el nº 382 de Scherzo, de marzo de 2022)