BERLÍN / Musikfest: Jordi Savall e Isabelle Faust releen la historia desde la ética y el diálogo musical
Berlín. Philharmonie. 31-VIII-2024. Bless Amada, recitador. Júlia Gállego, flauta. Pascal Moraguès, clarinete. Meesun Coleman e Isabelle Faust, violines. William Coleman, viola. Julia Hagen, violonchelo. Florent Boffard, piano. La Capella Reial de Catalunya. Hespèrion XXI. Tembembe Ensamble Continuo. Director: Jordi Savall. Obras de Alonso, Fernandes, Durón, Padilla, Olivelles, Zéspedes, Murcia, Philidor, Rameau, Berg, Webern, Schoenberg y Brahms.
Para cerrar el mes de agosto, el Musikfest de Berlín nos propuso una sesión doble, con sendos conciertos en la Philharmonie de la capital alemana que nos mostraron dos periodos tan diversos como los de la música antigua y el de la transición entre los siglos XIX y XX, dicotomía a la que se sumaban las propias referencias geográficas que articulaban ambos conciertos, pues en su programa Jordi Savall puso el foco en esa América que es uno de los principales temas del Musikfest en 2024, mientras que Isabelle Faust organizó su concierto en torno a la Viena de Arnold Schoenberg, compositor cuyo 150 aniversario conmemora el Musikfest, mostrando algunas de las improntas que (como las que a Schoenberg llegaron desde Johannes Brahms) conformaron tanto su estilo como la crispada elegancia de su escritura.
Un mar de músicas (Jordi Savall)
Pero antes de visitar esa esplendorosa Viena, uno de los más grandes músicos españoles de todos los tiempos (baste para reafirmarlo la ovación escuchada al entrar el maestro catalán al escenario de la Philharmonie), Jordi Savall, nos condujo, al frente de La Capella Reial de Catalunya, de Hespèrion XXI y del Tembembe Ensamble Continuo, a América, tanto a la música compuesta en dicho continente como a las partituras en Europa inspiradas por las fantasías de lo americano. Como señaló en su entrevista con Scherzo el director artístico del Musikfest, Winrich Hopp, los programadores hoy en día no sólo están llamados a diseminar partituras en un calendario, sino a profundizar en sus significados y en las sombras de la historia que las acompañan: sean éstas crímenes contra la humanidad, guerras o el terror de las conquistas territoriales.
Jordi Savall ha demostrado en numerosas ocasiones la importancia que concede a la concordia, la paz y la búsqueda de puntos de encuentro entre diferentes culturas del mundo, habiendo protagonizado la música americana algunos de sus lanzamientos discográficos más reveladores y musicológicamente interesantes. En Berlín, y para reforzar una apuesta por el encuentro entre culturas que fue más allá de lo meramente conceptual, a Hespèrion XXI se incorporaron sobre el escenario de la Philharmonie músicos procedentes de diversos países de África y América, lo que nos dejó no sólo una paleta instrumental realmente seductora y sorprendente, sino un colorido poco habitual en salas como ésta, con las indumentarias tradicionales de dichos países junto con el más adusto negro de los músicos europeos.
De este modo, y bajo el título Un mar de músicas, puso el foco Savall en la relación triangular habida entre Europa, África y América en cuestiones como el tráfico de mano de obra forzada, motivo por el cual los acervos populares de los países dominados por Europa y los cantos de los esclavos entre los años 1440 y 1880 pusieron el contrapunto ético y musical a la percepción del exotismo asociado a lo americano en Europa, sirviendo como homenaje póstumo a las —según las notas al programa— más de 25 millones de personas que se calcula fueron esclavizadas y desplazadas forzosamente de su continente durante esos cinco siglos por las potencias europeas.
El actor alemán (nacido en Togo) Bless Amada fue el encargado de una narración en la que pormenorizó la brutalidad del tráfico de esclavos entre África y América: una de las más siniestras caras de la explotación de ambos continentes. A partir de una selección de textos realizada por Sergi Grau, que comenzó en el siglo XV con las primeras expediciones al continente africano promovidas por Alfonso de Portugal y Enrique el Navegante, escuchamos desde ecos de las músicas europeas de dichos periodos históricos hasta las canciones que sonaban entonces en los lugares de las conquistas; empezando por un lamento de Mali y siguiendo por todo un recorrido a tres orillas atlánticas en el que el Cancionero de Palacio dialogó con los cantos afrocubanos, los coros a los espíritus orishas, los espirituales de Mali y un largo etcétera que fue sumando nuevas triangulaciones y países, como Inglaterra, con el relato de las primeras revueltas de esclavos, la creación de las prisiones colectivas para los sublevados o las humillantes descripciones de la estratificación social en las colonias, aderezada por textos que fueron desde la legislación que amparaba el expolio a los enciclopedistas franceses, a raíz de la dominación gala de países como Haití, cuya música igualmente se sumó a este océano sonoro tan pródigo como el disfrutado en la Philharmonie.
Así pues, una constante alternancia entre continentes, estilos musicales, lecturas históricas y enfoques éticos, pero, destacadamente, una invitación a la reflexión: cuestión que tanta importancia ha cobrado actualmente en Alemania, como muestra el proceso de descolonización que han emprendido sus museos. La respuesta del público ante tan heteróclita propuesta resultó entusiasta en cada una de las partituras y canciones que se fueron sucediendo, rubricando un nuevo éxito de Jordi Savall no sólo como músico (su viola sigue teniendo un carisma inconfundible cada vez que suena en el escenario, aunque lo haga entre un mosaico tímbrico tan variado como el escuchado en el Musikfest), sino como pensador y defensor de otra forma de leer la historia y nuestro propio tiempo: esta globalización digitalizada que no deja de propiciar la dominación por parte de nuevas tiranías de guante blanco).
Isabelle Faust y amigos
La jornada del 31 de agosto se completó en la Kammermusiksaal de la Philharmonie, donde la violinista alemana Isabelle Faust se puso al frente de un grupo de amigos (Isabelle Faust & Friends, se titulaba el concierto), entre los que se encontraban la flautista alicantina Júlia Gállego, el clarinetista Pascal Moraguès, la violinista Meesun Hong Coleman, el viola William Coleman, la violonchelista Julia Hagen o el pianista Florent Boffard. Juntos, releyeron asimismo la historia, marcando un contraste de lo más acusado con Un mar de músicas; en su caso, desde los puentes que se tienden entre la Segunda Escuela de Viena y esa figura que los influyó en diversos grados a todos ellos desde la distancia: Johannes Brahms.
En primer lugar, el trío formado por Pascal Moraguès, Isabelle Faust y Florent Boffard abordó el Adagio del Kammerkonzert (1924) de Alban Berg, en versión para clarinete, violín y piano. Como ya es habitual en este tipo de arreglos (a pesar de que éste fue realizado por el propio Berg en 1935), nos asalta cierta extrañeza por la reducción de fuerzas y la metamorfosis tímbrica que, con respecto a la partitura original, se concentra en el trío, pero cierto es que la musicalidad y el aura no se pierden, ganando este arreglo en ecos, precisamente, de la tradición a través de Johannes Brahms, frente al más moderno y aristado Adagio en el Kammerkonzert para quince instrumentistas. Así, en el comienzo de su lectura marcaron especialmente Faust, Moraguès y Boffard el lirismo siempre implícito a lo bergiano, si bien el desarrollo de la partitura fue incorporando la tensión y la influencia de Arnold Schoenberg, rubricando una suerte de preludio a una velada camerística de verdadera altura, con unos niveles interpretativos excelentes en cada una de las obras en programa.
De otro destacado alumno de Schoenberg, Anton Webern, escuchamos su Movimiento para trío de cuerda, op. póstumo (1925), página en cuya interpretación acompañaron a Isabelle Faust el viola William Coleman y la violonchelista Julia Hagen. Prodigiosa lectura, la suya: desde una increíble afinación a un equilibrio entre las voces simplemente perfecto (reforzado en nuestra percepción por la acústica de la Kammermusiksaal), pasando por un pulso rítmico que fue una de las claves de su soberbio diálogo entre las cuerdas, estructurando una construcción interválica que explicita por qué Webern fue tomado como una figura referencial para la nueva música tras la Segunda Guerra Mundial, por su dispersión de los temas entre los instrumentos, creando unos equilibrios tanto armónicos como tímbricos fascinantes. Todo ello fue comprendido a la perfección en una versión que, de figurar en disco, diríamos referencial. El tranquilo fluir que, en cuanto a tempo, señala la partitura, así como una cuidadísima definición de las dinámicas, acabaron de rubricar éste que fue el momento más moderno del programa en cuanto a desarrollo de la idea musical, marcando un altísimo listón interpretativo.
Dicha altura se mantendría en la siguiente partitura del programa: todo un hito del siglo XX. Y es que, como centro y núcleo aglutinante del concierto, disfrutamos de la siempre excelsa Kammersymphonie nº1, op. 9 (1906) de Arnold Schoenberg: esa obra con la que el vienés reinventó la historia desde la herencia de Beethoven, Wagner, Brahms y Mahler, implosionándola en el quinteto para violín, flauta, clarinete, violonchelo y piano que conforma la versión transcrita para tal plantilla por Anton Webern en 1923: la escuchada el 31 de agosto en el Musikfest Berlin.
Aunque, como sucedía en el arreglo bergiano, echemos de menos la sonoridad de algunos instrumentos de la plantilla original (especialmente, los graves de trompas, fagot o contrabajo), predomina en la lectura de Isabelle Faust y sus colegas un total respeto a la idea de Anton Webern en este arreglo: mostrar la primorosa construcción de voces principales y distintas agrupaciones camerísticas a las que da lugar la armonía schoenberguiana, cobrando, incluso, más relieve cada uno de los instrumentos del quinteto, al asumir diferentes registros, melodías y capas armónicas de la versión para quince instrumentistas.
Siendo una plantilla tan equilibrada y una versión tan transparente, cierto es que el violín de Isabelle Faust desborda una musicalidad de un nivel superior cada vez que nos deja un matiz o inicia/finaliza un tema, cuestión comprensible si tenemos en cuenta que hablamos de una de las violinistas más versátiles y sobresalientes de nuestro tiempo, además de una muy acreditada intérprete de Schoenberg, como demuestran sus grabaciones del compositor vienés para Harmonia Mundi. La encendida ovación escuchada al terminar la ejecución de la Kammersymphonie no dejó lugar a dudas: difícilmente hoy se puede escuchar, en directo, esta partitura y este arreglo tocados de un modo mejor, además de equilibrado en lo que a herencias históricas se refiere y a la muy consciente apertura al futuro que el opus 9 de Schoenberg representaba.
Continuando con Schoenberg como eje del programa, la segunda parte de concierto se abrió con su Fantasía, op. 47 (1949), que escuchamos a Isabelle Faust y Florent Boffard en todo prodigio de estilo y respeto a esa mirada atrás que el compositor vienés lanzó en sus últimos años de vida. Faust y Boffard recuperaron, así, lo rapsódico de esta Fantasía, pero, asimismo, sus dejes líricos, los juegos de sus temas en scherzo, lo más acerado del expresionismo en sus cambios de medida y cierto rigor dodecafónico en su construcción del tema y las variaciones. Modélica lectura, por tanto, que nos deja un fulgurante virtuosismo en ambos instrumentos y pasajes de una digitación asombrosa.
Continuando con el orden inverso conforme a las fechas de nacimiento de cada compositor en programa, el concierto se cerró con el mayor de los cuatro (aún vivo, cuando los tres miembros de la Segunda Escuela de Viena nacieron): Johannes Brahms, de quien escuchamos su Quinteto para clarinete y cuarteto de cuerda en Si menor, op. 115 (1891), con Pascal Moraguès como solista y otra versión para el recuerdo.
No sólo una exquisita técnica, sino una deliciosa libertad han primado en esta lectura berlinesa, tirando a gusto de las costumbres al uso en el siglo XIX para explotar la musicalidad de cada voz y la posibilidad de hacer de la partitura algo propio y nuevo. Así, en el Allegro los cinco músicos manejaron el tempo desde un acusado rubato muy creativo y poético, una de las dos marcas expresivas de las que más han echado mano, junto con una modulación dinámica tan sutil como sólo puede tener sentido en salas como ésta. De este modo, la idea, en global, está muy marcada por el cantabile y la impronta de Franz Schubert, con un lirismo que no escatima en los elementos de construcción de la globalidad desde cada voz que es comprensible que fascinase a Schoenberg con respecto a Brahms, como su progresivo uso de la variación.
El Adagio fue otro momento cumbre de belleza en este concierto, destacando el empaste y la afinación de los cinco músicos para respirar conjuntamente de esta manera, con un protagonismo tan sutil como destacado de Pascal Moraguès e Isabelle Faust por cómo la violinista alemana dialoga con el clarinete, rubricando cada frase y arquitectura del contrapunto: todo un recorrido comprendido como un verdadero canto de amor.
Un Andantino repleto de levedad y cómplices juegos entre los cinco atriles del quinteto, de radiante virtuosismo y altura técnica, dejó paso a un muy orgánico Finale en el que Isabelle Faust y sus compañeros no escatimaron en ecos populares, marcando de forma muy diferenciada cada parte de las cinco variaciones y abriendo en todas ellas un ambiente propio en el que, de nuevo, el rubato fue fundamental no sólo a la hora de otorgar expresividad al Quinteto, sino para enfatizar la recapitulación de los temas y la unidad de la estructura (en especial, con respecto al Allegro). Los diez segundos de entregado silencio que guardó un público finalmente puesto en pie al final del concierto, fueron la mejor muestra de que disfrutamos de uno de los momentos interpretativamente más perfectos del Musikfest 2024.
Paco Yáñez
(fotos: Musikfest Berlin – Fabian Schellhorn)