ZARAGOZA / Abduraimov: convención y originalidad
Zaragoza. Auditorio. 23-III-2021. XXIV Ciclo de Solistas Pilar Bayona. Behzov Abduraimov, piano. Obras de Beethoven, Rachmaninov y Mussorgski.
Me lo preguntaba un allegado un rato antes del concierto, cuando le di cuenta del programa: “Pero ¿no estáis [los melómanos] hartos de escuchar una y otra vez las mismas obras?”. La respuesta cabal no fue la mía, irrelevante, sino la ofrecida por el protagonista de la sesión inaugural del Ciclo de Grandes Solistas que rinde tributo a la insigne pianista zaragozana Pilar Bayona (1897-1979). Volver una y otra vez al repertorio trillado fatiga cuando no hay nada nuevo que decir. Pero merece la pena cuando topamos con un artista que no confirma –lo sabido-, sino desvela. Y porque en los maestros pretéritos hay más dosis de futurismo que las aparentes. Y eso fue lo que hizo Behzov Abduraimov (Taskent, Uzbekistán, 1990).
Varios aficionados se preguntaban si era o no su debut en Zaragoza; nadie parecía tenerlo seguro. Y no lo era. Se presentó en el XIV Ciclo Pilar Bayona, exactamente el 19-III-2013. Que todos el mundo, yo también, lo hubiera olvidado, sugiere que Abduraimov se mostró entonces como una promesa interesante aun sin llegar a cimas señeras. Pero los ocho años transcurridos desde entonces han sido magníficamente aprovechados y su constante trabajo con muchos de los mejores orquestas y batutas del mundo ha dado en un artista ya definido, dotado de grandes medios técnicos y guardián de un montón de ideas muy originales sobre el abordaje de obras cuyo enfoque parece asentado e inamovible.
Aunque todavía se vean oyentes poniendo cara de arrobo al escuchar el Adagio sostenuto de la sonata Claro de luna, es sabido que el remoquete no se debe a Beethoven sino al crítico Ludwig Rellstab, empeñado no ver en ella un nocturno sobre el lago de los Cuatro Cantones (por qué este y no el de Neuchâtel, por ejemplo, es un misterio). Cabalmente, Abduraimov dejó de lado lo descriptivo y lo romántico y convirtió la Sonata en Do sostenido menor en un poema abstracto sobre la pugna entre la materia y el espíritu. En el movimiento de arranque, el vuelo espiritual apenas logra desasirse del rumor sordo de la materia informe (el tema cantabile apenas sobresalía del monótono cursar de los tresillos). La liberación empieza a lograrse en el Allegretto, un casi minueto que avanza con dificultad, un poco pesante… hasta desembocar abruptamente en el Presto agitato, con los elementos matérico e ideal en una carrera alocada por la victoria que de hecho termina, quizás no podría ser de otro modo, en tablas: la música enfrenta, pero aúna materia y espíritu, cuerpo y alma, realidad y fantasía. Abduraimov logró imponer su idea, y solo siendo muy –pero que muy- exigente cabría poner reparos a algún emborronamiento del Presto, necesitado de un pedal menos generoso.
Las Variaciones sobre un tema de Corelli de Rachmaninov ocupan un peculiar lugar en el repertorio. No son una obra ignota y rara, pero se hacen francamente poco: de hecho ni yo ni los melómanos con los que me relaciono recordamos haberla escuchado en directo. Varias personas me dicen que solo la conocen por grabaciones, y que siempre les parece un poco pesadita y lastrada por un tufillo rancio. El joven pianista uzbeko tiene otra visión y vino dispuesto a defenderla desde los primeros compases. La exposición del tema (proveniente de la Sonata para violín, violone y clave op. 5 nº 12, a su vez tanda de variaciones sobre la celebérrima folía) fue impactante: una idea simple y sobria, carente de afectación y énfasis, que sin embargó sonó expresiva, anhelante y hasta doliente. A partir de ahí, la veintena de variaciones, una trenza de emociones contrastantes en que la espectacularidad de la ejecución no ensució una claridad que ponía en evidencia no pocas muestras de modernidad melódica, armónica y rítmica deshaciendo el tópico de un Rachmaninov con aromas de naftalina. Ni que decir tiene que las variaciones XIX y XX, que llevan el Agitato a un Più mosso aún, fueron de infarto. Y lo mejor fue el final: la coda recuperatoria del tema, a veces tenida por lastre anticlimático, se reveló en manos de Abduraimov como corolario indefectible para compensar con sosiego las tempestades finales. Rachmaninov no se equivocó. La coda no es un error. No es un postizo tristón. Tiene pleno sentido arquitectónico y musical. Y quizás propone una tesis: por mucho que la música parezca progresar, en el fondo siempre vuelve –y debe volver- a la verdad de los viejos maestros.
Sin apenas dejar tiempo para los aplausos, yendo al grano sin trucos, Abduraimov atacó los Cuadros de una exposición, un rosario de aciertos y sorpresas, con algunos puntos culminantes. En Gnomos, que por su temprana aparición a veces pasa desapercibido, percibimos picardías, cabriolas, tropiezos, escorzos, y mucha música concentrada en unos instantes. Real, pero nada molesta, la algarabía en Tuileries. Asombroso el decurso del carretón en Bydlo, con picos sonrosa de potencia apabullante. Original el enfrentamiento entre Samuel Goldenberg y Schmuyle, esta vez el pobre quejumbroso imponiéndose al prepotente potentado. Sacral, emocionante, la breve visita a las Catacumbas. Sorprendente la descripción de La cabaña sobre patas de gallina, habitada por una bruja Baba-Yaga desencadenante de un aquelarre que infundió auténtico horror. Y al final, la lectura de La gran puerta de Kiev más peculiar nunca escuchada, llevada a tempo extrañamente rápido y coronada, tras un silencio teatralmente elongado, con la presentación del tema final a una velocidad vertiginosa que, sin embargo, Abduraimov convirtió en creíble y coherente.
No se infiera que el uzbeko es un pianista narcisista, de los que rectifican las partiduras trufándolas con arbitrariedades. Es del todo normal. No incurre en extravagancias ni se deleita en caprichos. No imposta ni exagera. Toca lo que debe y no corrige ni asfixia al autor. Lo traduce y potencia con una técnica solvente, una rica variedad de toque y fraseo, un acusado sentido del color, una gama dinámica extraordinaria. y un puñado de ideas que proponer y vías que explorar. No es un heterodoxo. Es un ortodoxo con ideas propias y originales que engalana con una ejecución brillante, comunicativa y muy divertida para el oyente
Por razones que se me escapan, el respetable se mostró muy parco en su respuesta. Aplausos de cortesía, dos o tres salidas, y sanseacabó. ¿Fue por el toque de queda? ¡Eran las 20:45 cuando salimos! ¡Quedaban dos horas para llegar a casa! Cabía esperar más de un encore, pero Abduraimov fuese y no hubo nada. Otra vez será.
Antonio Lasierra