Wagner y Mariona
En ópera se dan dos especies humanas, aquellos a los que les gusta Wagner y los que creen que no les gusta Wagner.
Como frase, lo que acabo de escribir puede ser refutado con mayor o menor vehemencia. Es una de esas conclusiones a la que uno llega con el tiempo, y tal vez para ello sea necesario mucho tiempo y no haber sido especialmente wagneriano nunca.
No hace mucho le planteaba a un wagneriano cuál era el tema persistente en Wagner. No era la redención por amor ni ninguno de los temas que se han planteado como principales en las diez óperas de Wagner (esto es, sin las tres juveniles, Hadas, Prohibición y Rienzi). El tema, a mi parecer, es siempre el mismo, al menos de planteamiento, de partida: alguien llega a una sociedad cerrada o poco menos que cerrada… y se arma un conflicto, siempre con base erótica: el Holandés, Tannhäuser, Lohengrin, Siegmund, Siegfried, Walter, Parsifal; y, a su modo y manera, la pareja de Tristán e Isolda, que crean un mundo paralelo a partir de la sociedad de Marke, que está entreabierta, que trata de abrirse mediante el casamiento con Isolde; acaso por eso sea el título señero de Wagner y uno de los (pongamos) tres títulos imprescindibles de la historia del género. Todo eso se parece mucho a lo que una vez propuso E. M. Forster sobre la novela, si no recuerdo mal: o alguien llega a la ciudad, o alguien se marcha de la ciudad.
Las hostilidades que presenta la ópera entre los propios aficionados no se limita a las preferencias por tal o cual cantante; al fin y al cabo, el instrumento voz proviene de un ser humano, y provoca más adhesiones que otro instrumento. Ante esas celebraciones de una voz, se da el fenómeno que parece opuesto: la denigración de esa voz porque un grupo prefiere a otra voz distinta, que proviene de otro ser humano que se dedica al canto y que nos seduce o convence más, y en consecuencia tenemos que denigrar la otra voz, que se ha convertido en rival de la nuestra, de aquella a la que nos hemos adherido. Esas hostilidades se dan entre wagnerianos y antiwagnerianos, como en tiempos se dio la querelle des bouffons o la de los gluckistas y los piccinistas, por no referir las actitudes excluyentes de los partidarios de la llamada vanguardia.
Hay muchos escritos que documentan las querellas alrededor de Wagner. Vean lo que dicen unos personajes en la novela Mariona Rebull, de Ignacio Agustí, publicada en 1944. No desdeñen esta novela porque sea obra de un franquista en el séptimo u octavo año triunfal. Es la primera novela de un ciclo de cinco en las que las dos primeras tienen especial interés (Mariona Rebull y El viudo Rius) por la distancia y el punto de vista. La tercera está más cerca de la guerra civil en la que Agustí combatió, y no digamos las dos últimas. Mariona Rebull y El viudo Rius son visiones parciales, en las que se ensalza al empresario en contra del especulador y del movimiento obrero. Como es sabido, Mariona es un personaje encantador, bello, hija de un empresario de postín, que se casa con Joaquín Rius, otro empresario, pero de una familia “recién llegada”. No hay aristócratas, sino una jerarquía de rico a rico, el esnobismo de las diferencias dentro de la misma clase. Ir al Liceo, tener un palco en el Liceo era un signo de status, casi una obligación, uno de los aspectos de lo que en sociología se llama efecto demostración, lo que teorizó Thorstein Veblen en Teoría de la clase ociosa con conceptos como el de consumo ostentoso o emulación pecuniaria (con su innegable matiz de envidia), en fecha tan temprana como 1899. Gastar mucho, pero que se note, que se sepa. Es decir, en el caso que nos ocupa: vamos a la ópera porque es algo tan caro que casi nadie se lo puede permitir (como el golf, que perdió su encanto cuando se fundaron los clubes de golf), y todo esto redunda en beneficio de la actividad económica, la sacude y la motiva. Solo que los personajes de Agustí, tanto Rebull como Rius, no son ociosos, sino todo lo contrario. Ernesto Villar está más cerca de esa ociosidad voluntaria y afirmativa, lejos del modelo (o mito) del empresario catalán esforzado.
Tenemos al padre de Mariona, deseada por el joven Rius y su amigo Ernesto, y en familia se enuncia el conflicto wagneriano en aquella Barcelona de 1893, sin darle demasiado importancia:
“—Este año habrá muy buena temporada en el Liceo —informó don Desiderio—. Viene la Vallini, la célebre italiana; cantará en noviembre.
—El año pasado hasta dejaron de saludarse amigos íntimos a propósito de wagnerianos y antiwagnerianos. ¡Qué furor le ha entrado a la gente! —terció doña África.
—Son cosas de los tiempos —confirmó don Desiderio—. Recuerdo que en mi tiempo esto pasaba con los predicadores.”
Cuando Joaquín Rius se muestra comprensivo y a un paso del entusiasmo en cuanto a Wagner, su viejo amigo del colegio, pronto rival y pronto figura trágica, afirma lo siguiente, dentro de la lucha subterránea entre ambos por Mariona (Wagner sirve a menudo para disfrazar otro conflicto menos artístico y menos confesable):
“—Wagner me hastía —afirmaba Ernesto—. No comprendo por qué a un espectáculo tan grato como puede ser la ópera quieren convertirlo en un funeral pesado y trascendental. Para mí, no hay como la ópera italiana.”
Por otra parte, esto es antecedente del horrible final de la primera de estas novelas. Los personajes se refieren a la próxima temporada del Liceo, la temporada en la que Santiago Salvador arrojará la “bomba del Liceo”, que provocó gran mortandad (7 de noviembre de 1893). Si el Liceo era muestra del poderío de una clase social, se pretendía que la bomba fuera su némesis. En la ficción, Mariona y Ernesto mueren abrazados; estaban en el palco familiar de él, el que él nunca usaba porque prefería el de “los solteros”, y en el que ella nunca había puesto los pies. Pero, atención, no fue durante la representación de una ópera de Wagner; se inauguraba la temporada con Guillermo Tell, la última ópera de Rossini.
Santiago Martín Bermúdez