Vino y rosas: se fue Tony Bennet
Se podía ser de Frank Sinatra o de Tony Bennet pero una vez profesado en esa religión no se podía ya ser, qué se yo, de Dean Martin o de Johnny Mathis. Sinatra y Bennet —que nos dejó el pasado 21 de julio, en Nueva York, a los noventa y seis— eran dos paisajes desde una misma cumbre. Sinatra, la perfección absoluta, el ejemplo más diáfano de cómo obtener todas las posibilidades de una voz que, a fin de cuentas, era la voz, del susurro a la exaltación a través de un ejemplar dominio del swing. De ese mismo swing que para Bennet partía de un instrumento aparentemente menos flexible pero con un punto más de humanidad, como si la imposibilidad de no rendirse ante Sinatra fuera en él, el más vulnerable, una tranquila propuesta de conversación. Como grandísimo crooner —eso que en formato menor ha resultado ser el último Nick Lowe— sabía aplicar maravillosamente esa cualidad que define a los de su especie, es decir, una suerte de recitativo que conduce en un crescendo expresivo a la explosión de la melodía principal.
Los obituarios de estos días han recordado la carrera de Bennet, las pejigueras de su vida menos vistosa pero no menos dramática que la de otras estrellas más refulgentes que él, que siempre fue un poco para astrónomos avisados, para buscadores de luces menos cegadoras pero más sugerentes. Pasó por muy malos momentos, como su colega el pianista Bill Evans y por razones parecidas y bien fáciles de imaginar. En plena crisis los dos grabaron un par de discos: The Tony Bennet Bill Evans Album, en 1975, y Together Again, dos años después. Son dos obras maestras absolutas, inmarcesibles, de algo que pertenece a la vida de muchos de nosotros y que nos hace pensar en un mundo que se nos va de entre los dedos, inexorablemente.
Por si hubiera dudas, he aquí la versión de Bennet y Evans de The Days of Wine and Roses de Henry Mancini y Johnny Mercer.
Luis Suñén
(foto: Marcen27 – Wikipedia)