Villagarcía de Arosa / El reino de la música de cámara
Villagarcia de Arosa. II Festival Internacional ClasClas. 3/4-VII-2019.
Se ha venido desarrollando, entre los días 27 de junio al 6 de julio, el II Festival ClasClas en la localidad pontevedresa de Villagarcía de Arosa. Ya hablábamos aquí, hace más o menos un año, del nacimiento de este insólito certamen, una muestra más de la animación que se vive en distintos puntos de nuestra geografía, en la que comienzan aparecer manifestaciones de este tipo, nacidas del entusiasmo y la dedicación antes que de la abundancia. El festival se construye gracias a los esfuerzos de un grupo de músicos y aficionados integrantes del Conservatorio Profesional de Música y de la Sociedad Filarmónica de la ciudad, entre otras entidades, y que cuenta con el decidido apoyo del Ayuntamiento socialista.
El responsable artístico de la muestra, que se extiende del 27 de junio al 6 de julio, es el violinista y director —exconcertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín— Guy Braunstein [en la foto], artista imaginativo, que ha diseñado una programación muy variada y que cuenta con el apoyo y colaboración del violinista y profesor Pablo Vidal Vázquez, su mentor y en quien germinó primero la idea del Festival. Entre los dos diseñan un proyecto que va tomando poco a poco forma definida y que cuenta con estupendos y reconocidos solistas nacionales e internacionales y con muy cualificados alumnos de los cursos, intervinientes también en muchas de las citas.
Este año el público ha colmado todos los aforos, incluido, en el programa de la Sinfónica de Galicia, el del Auditorio de Vilagarcía (750 plazas). Atraen sin duda el interés de las propuestas y su gratuidad (entrada ‘de balde’). Se irán puliendo algunas cosas, imaginamos, y puede que, aun cobrando una mínima cantidad para acceder a las salas, se disponga la forma de adquirir las localidades a través de Internet, lo que facilitará la presencia de espectadores de otras latitudes, imposibilitados, desde la distancia, de estar en una cola de tres o cuatro horas.
Hemos podido escuchar en esta edición cuatro sustanciosos conciertos de los que queremos dar noticia crítica en este breve espacio. Lo más deslumbrante se produjo el día 4 de julio, bajo la gran y calurosa carpa del Pazo de la Golpelleira, en medio de un paraje especialmente bello. Vino en los arcos y teclas del Quinteto constituido por Braunstein y Amelia Dietrich, violines, Amihai Grosz, viola, Zvi Plesser, chelo, y Sunwook Kim, piano, un conjunto de altos vuelos, bien equilibrado, capaz de ir del lirismo más tenue al vigor más extremo. Plesser expuso, cálida y ampliamente, esa especie de envolvente canción de cuna que abre la obra, recogida más tarde, dulce y suavemente, por el concertino. Las alternancias temáticas, tan abundantes en este op. 81, se nos ofrecieron claramente, de manera que pudimos admirar el valioso trabajo contrapuntístico.
La cuarta cuerda de Guy, llena y cálida, inició el elocuente diálogo con el piano en la Dumka, Andante con moto, donde el teclado tiene mucho que decir y donde la viola mostró sus credenciales. Lenta y cautelosamente se cerró el movimiento para dar paso al fogoso Furiant, Molto vivace, que sonó ajustado y preciso; como ligero se nos sirvió el rápido fugato que abre el Finale, Allegro. Sencilla y transparente exposición después del tema pastoril emanado de la idea principal; y nuevo canto entrañable de la viola de Grosz. No alcanzó el mismo nivel la interpretación del Cuarteto con piano nº 1 op. 15 de Fauré, en donde intervinieron Nancy Zhou, violín, Ziyu Shen, viola, Zuzanna Sosnowska, chelo, y el impulsivo y certero Vadym Kholodenko, piano, pese al evidente apasionamiento que definió su actuación. Pero echamos en falta una mayor finura y una sonoridad más evanescente.
El Scherzo, a media voz, fue saltarín y discreto, juguetón y bien acentuado. Nos agradó el tono de introspección aportado por Sosnowska al comienzo del Adagio, en el que se consiguió la necesaria atmósfera grave de sus dos emparentadas ideas y mantener con firmeza el expresivo juego modulatorio. El crecimiento paulatino de la voz del piano nos condujo a la explosión, bien calculada, del Allego Molto y a la inmediata persecución de los instrumentos en un tejido contrapuntístico bien elaborado. No faltó la exquisitez en el teclado ni el tono exultantes de una coda que lleva a su máximo fulgor los dos motivos principales.
Tres jóvenes instrumentistas, todavía en edad de aprender, aunque ya saben mucho, el santiagués Darío Mariño, clarinete, Kwan Hon Gordon Lou, viola, y Shuhui Zhou, piano, que brindaron en el espacio de una antigua plaza de pescado, de acústica aceptable, una confidencial y algo exenta de sustancia, versión del original Trío Kegelstatt K 498 (Trío de los bolos) de Mozart. Puede que faltara algo de la severidad y de la personalidad tímbrica que embarga a la composición, aunque en el Andante inicial la viola acertara a subrayar la exquisitez de la música. Nos pareció un algo académico y escolar el Menuetto y de muy natural reproducción, sin innecesarios énfasis, el Allegretto, donde se lució la viola.
El sonido lleno del chelo de Beata Antikainen billó en el primer número, En batteau, de la Petite Suite para violín, chelo y piano de Debussy, que se tocó en el arreglo de Toister y que nos informó también de la delgadez y falta de fulgor del violinista Ezrhan Kulibaev. Bien administrados los juegos y claroscuros de Cortège y los mágicos acordes de Menuet, donde echó su cuarto a espadas el pianista Andrei Gologan. Los tres crearon atmósfera en Ballet. Palabras mayores, claro, fueron los minutos destinados al sinfónico Quinteto con piano en fa menor op. 34 de Brahms, al que se entregaron afanosamente Alena Baeva y Christa-Maria Stangorra, violines, Ziyu Shen, viola, Anastasia Feruleva, chelo, y el citado Kholodenko, piano.
Se nos antojó que en los momentos más apasionados y enérgicos el quinteto de jóvenes músicos no alcanzó los niveles de elegía, de virulencia, de fogosidad que piden los pentagramas, lo que pudo denotarse nada más iniciarse el poderoso Allegro non troppo, con el aireado primer tema cantado al unísono por violín, chelo y piano. Denotamos ligeras borrosidades en la exposición de los otros dos temas básicos, bien que nos reconfortara sobremanera el tacto desplegado en el transcurso de los pasajes más lentos del desarrollo. Esperábamos mayor desbordamiento en la coda.
La noble serenidad del Andante, alabada incluso por el exigente Paul Landormy, siempre severo con Brahms, nos condujo a un paraje agradablemente contemplativo gracias a la cuidada matización y al tono introspectivo. Echamos de menos de nuevo el ímpetu, la fiereza, en el Scherzo, bien tocado, pero con innegables irregularidades y con escasa definición de los staccatti, donde tampoco encontramos la deseada dimensión fantasiosa. El proteico Finale, que encierra tres indicaciones de carácter diferentes y que parece estar buscando a tientas su auténtica ubicación, tuvo un adecuado planteamiento, de tal modo que pudimos ir desgranando sin prisas toda la riqueza temática y armónica del movimiento. Se acertó a resaltar el aire danzable de tantos compases y a poner en claro los más difíciles pasajes contrapuntísticos. Suficiente vehemencia en el Presto conclusivo cerrado, ahora sí, con el debido vigor.
En la mañana del día 4 asistimos a una airosa sesión en la Iglesia de Santiago de Carril, en la que disfrutamos, pese a la reverberante acústica, capaz de desnivelar cualquier planificación sonora, de la interpretación de dos páginas pobladas de hermosas líneas melódicas y de lirismos de altura: el Quinteto para cinco cuerdas de Mendelssohn, nº 2 en mi bemol mayor, op. 87, y el Cuarteto para tres arcos y piano de Dvorák, nº 2 en si bemol mayor, también, op. 87. Los violinistas Ori Wissner-Levy y Linda Suolahti, las violistas Florrie Marshall y Dorothy Kim y el chelista Jacob Kuchenbuch dieron buena cuenta de la primera composición, en donde se marcaron los tiempos casi con ímpetu y se recrearon con la suficiente sutileza, impulsada desde el efusivo y exquisito primer violín, los aspectos feéricos del Andante Scherzando. Bien resaltados los sforzandi del Adagio y justamente expuestos, con escaso vibrato, los instantes más refinados.
Fue adecuadamente delineado el nervioso lenguaje del Allegro molto vivace, que quedó no poco desfigurado por la acústica, por mor de la cual las notas se pellizcaban las unas a las otras. Lo que se puso lógicamente también de manifiesto en la rotunda partitura de Dvorák, donde de todas formas se lucieron Abigail Kralik, violín, Clara-Hélené Stangorra, viola, y dos españoles: Iago Domínguez Eiras, chelo, y Susana Gómez Vázquez, piano. Nos gustó el apasionado unísono inicial, con un piano en exceso presente por la traicionera reverberación que no fue bien observada por los músicos. El canto dulce del chelo, nostálgico e intenso, abrió el fuego del Lento con buen pie. Los diálogos constantes, las frases pianísticas del teclado sobre pedales nos hicieron disfrutar; como la fogosidad con que se tocó la parte final del movimiento, disuelta en el lírico cierre. Esperábamos mayor gracia acentual en el Scherzo, Allegro moderato, grazioso, bien subrayado, sin embargo, su aire valsístico. Y aplaudimos la energía con la que se acometió, a pecho descubierto, el amplio tema eslavo del Allegro ma non troppo final. Muñecas ligeras en los arcos, bien trabajado el lírico segundo tema, preguntas del piano a los demás en un juego muy bello. Tras turbulentos compases que enuncian la idea principal, cierre ligero y volandero.
Arturo Reverter