VIGO / Lirismos de altura con Escarpia al fondo
Vigo, Teatro A Fundación: Tosca de Puccini. Elena Mikhailenko, Carlo Almague, Héctor Sandoval, Alejandro López, Fernando Latorre, Diego Neira, Pedro Martínez-Tapia, Ali Louzán. Orquesta 430, Coro Rías Baixas. Dirección musical: Manuel Coves. Dirección de escna: Ignacio García. Outono Lírico. Amigos de la Ópera de Vigo.
Pasado en 2018 el rubicón de los primeros 60 años de vida, los Amigos de la Ópera de Vigo enfrentan la presenta temporada abriendo con este título peligroso de Puccini, que se ha ofrecido, juiciosamente, en una versión de concierto sostenida teatralmente por unas estratégicas proyecciones de imágenes alusivas a monumentos romanos, cuadros famosos y motivos que buscaban la localización de atmósferas y lugares y el subrayado de determinadas escenas. Todo ello envuelto en un atractivo colorido que, según los momentos, ayudaba a situar la acción y a seguirla con claridad en el subrayado de emociones y pasiones.
La partitura de Tosca es copiosa, cambiante, envuelta en una bien trabajada armonía y poblada de temas recurrentes hábilmente tratados por el compositor de Lucca. Posee una extraordinaria minuciosidad de escritura, con permanentes anotaciones instrumentales y vocales que complican no poco la labor del director musical, que ha de mantener, sin embargo, en todo instante el pulso de una narración que va ganando en dramatismo paso a paso. Manuel Coves se enfrentaba a la obra por vez primera y desde el principio advertimos, sin embargo, que empuñaba con firmeza y seguridad una batuta de claras y bien orientadas evoluciones, que determinaron un arranque impetuoso, preciso y sólido en ese dibujo de los tres grandes acordes tutta forza que dibujan ya la siniestra personalidad del barón Scarpia, el malo de la función.
Luego, el maestro jienense –que tanto aprendió de los intríngulis líricos durante sus años de actividad como repetidor a pie de obra- supo delinear con habilidad y sentido del legato el proceloso recorrido marcando casi siempre los deseados contrastes dinámicos, muy preocupado de evitar que el caudal de la orquesta tapara en algún momento la línea de las voces, que siempre se escucharon con suficiente presencia, situadas en un estrecho espacio abierto entre el tutti y el borde del escenario. La rectoría supo asimismo moldear las suntuosas melodías puccinianas, como aquella que subraya el crítico momento en el que Scarpia escribe, al final del segundo acto, el salvoconducto. Quizá echáramos de menos en pasajes muy concretos una mayor finura tímbrica, un dejarse ir en busca de un rubato más expresivo y poético. En tal sentido, quizá no acabara de plasmarse a total satisfacción la pintura del amanecer que abre el tercer acto, en donde actúo trémulamente, como voz del pastor, la soprano Ali Louzán. No hubo el ajuste ideal en algunos momentos, así en actuación del coro interno al comienzo del segundo acto.
Coves contó con una entusiasta y joven orquesta Sinfónica Vigo 430, conjunto al que apoya decididamente el Ayuntamiento de la ciudad, que sostiene también en gran parte las actividades de la Asociación operística. Sus componentes atendieron con presteza las precisas órdenes de Coves, que actuó sin batuta a lo largo de todo el último acto. A destacar la intervención de las cuatro chelos solistas en los inicios del amanecer; y del clarinete en el solo instrumental del comienzo del Adiós a la vida.
Se alcanzó un más que aceptable nivel vocal, muy digno de loa, gracias en primer lugar, y particularmente, a la prestación del barítono mexicano Carlos Almaguer, que a sus 53 años se encuentra en el mejor momento de una carrera que ha desarrollado casi siempre fuera de España. Su trabajo con Vicente Sardinero, que fue quien lo orientó en sus comienzos, lo ayudó a asentar canónicamente una voz de barítono que ahora se presenta firme, ancha, penumbrosa, bien apoyada en los resonadores superiores, bastante homogénea y que se expande hacia el agudo con amplitud sin que se aprecie demasiado el pasaje de registro. Frasea con naturalidad e intención, colorea y matiza con inteligencia y conocimiento hasta componer un Scarpia contundente pero también –sin llegar a las máximas sutilezas- hasta cierto punto sibilino, que sabe dar a cada palabra y a cada sílaba el acento adecuado. Se nota que trabajó la parte con el gran Giuseppe Taddei, probablemente el jefe de policía más completo de la segunda guerra mundial para a acá. La personalidad de Almaguer dominó con claridad los dos primeros actos.
Muy apreciable, por su brillo de lírica plena, su densidad y su fácil proyección, algo estridente en la zona aguda, la voz de la rusa Elena Mikhailenko. Posee anchura, interesante colorido, robustez muy atractiva y aparece manejada con buen tino, aunque su propietaria revela ciertas carencias técnicas en orden a la administración del aire, lo que le impide en ocasiones mantener al deseado legato en frases estratégicas, como las que cierran el Vissi d’arte, donde se quedó prácticamente sin resuello y hubo de concluir un tanto abruptamente. En general, sin ser realmente una buena actriz, se comportó escénicamente y dotó del conveniente temperamento a las frases amorosas.
Le dio la réplica el tenor mexicano Héctor Sandoval, cantante muy activo en Viena y andurriales, que mostró generoso temperamento, vigor, arrestos y una zona alta segura y penetrante, adornada con un amplio fiato, rasgos evidenciados en dos grandes frases: La vita mi costasse, vi salverò! –donde cambió la letra para alcanzar con la “i” el si natural agudo- y el célebre Vittoria!, Vittoria! Emisión a la máscara relativamente canónica, con pasajeros apoyos nasales. Es un tenor lírico de timbre bastante claro y por tanto alejado de la plenitud ideal del personaje, aunque dotado de medios para defender con ciertas garantías el cometido y realizar frases de mérito, con aplicación de canónicas medias voces y falsettones, como en È lucevan le stelle.
Angelotti fue defendido con suficiencia por el joven bajo –tercer mexicano de la noche- Alejandro López, de timbre oscuro y emisión no libre de cavernosidad, a falta de una mayor depuración y un más refinado pulimento; lo que llegará con los años. Porque material hay. Fernando Latorre, bajo-barítono, es ya un cantante muy avezado, que posee una amplia formación musical. Hizo un Sacristán en su justo punto de comicidad. Diego Neira, tenor, y Pedro Martínez-Tapia, tenor ligero y bajo lírico respectivamente, los dos muy prometedores, compusieron un Spoletta y un Sciarrone algo tímidos, a falta de una mayor definición como esbirros. Su actuación teatral, a falta de otros matices, quizá sea deudora de una escasez de subrayados y de gestos no propiciados por la dirección del movimiento escénico, firmada por Ignacio García, que creemos dejó bastantes cosas en el alero. Aunque acertara en lo general y revelara imaginación en las proyecciones; no siempre del todo acordes con la acción. Un ejemplo: el cuadro de Judith cortándole la cabeza a Holofernes en el momento en el que Tosca apuñala a Scarpia (no bien resuelto por otra parte). Aplausos para la labor de Alejandro Contreras, como responsable del vídeo y de la iluminación, y para Carlos Enrique Pérez, correpetidor y en este caso también intérprete de celesta y de órgano.
Arturo Reverter