VIGO / Clausura del festival vertixe 10
Vigo. Auditorio del Ayuntamiento. 11-XII-2022. Grup Instrumental de València. Director: Joan Cerveró. Obras de Helga Arias, Sara Mínguez, Luís Tinoco, Òscar Colomina i Bosch y Andreia Pinto-Correia.
Si el Cristo que regresaba al mundo en la segunda parte de Los hermanos Karamazov lo hubiese hecho, en lugar de a la Sevilla del siglo XVI, al Vigo de nuestros días, no cabe duda de que en cólera montaría por el cutre espectáculo que, a cuenta de la celebración de su aniversario, se monta desde hace años en la ciudad olívica, con profusión de luminotecnia y un derroche de horteradas que nos hablan de una nueva forma de inquisición, quizás no tan férrea como la descrita por Dostoievski, pero no menos calamitosa por los estragos que en los imaginarios colectivos perpetra: los derivados de la avasalladora proliferación de aquello que Guy Debord calificó como ‘sociedad del espectáculo’.
Acercándonos más a nuestro tiempo, si el tan prematuramente desaparecido Enrique X. Macías hubiese sido quien al Vigo del tercer milenio regresara, sin duda el proyecto artístico-musical con el que más se habría reconocido hubiese sido el de Vertixe Sonora, agrupación que hereda la voluntad de modernidad habida en Vigo en los años setenta y ochenta del pasado siglo, de la mano del propio Macías, en la música; del Grupo Rompente, en la poesía; o de Atlántica, en las artes plásticas. Dichos colectivos apostaron por un diálogo transfronterizo que estrechase los vínculos entre Galicia y Portugal: asignatura, en lo musical, tristemente pendiente hoy.
Desde su fundación, en el año 2011, Vertixe Sonora ha apostado por ese diálogo transnacional, programando a numerosos compositores portugueses, así como colaborando con batutas lusas como las de Pedro Amaral o Pedro Figueiredo; en ocasiones, para defender las partituras del propio Macías.
En el concierto de clausura de vertixe 10, el conjunto gallego que organiza y da nombre a este festival ha invitado al Grup Instrumental de València a que tome el testigo de su apuesta por el diálogo con Portugal, por medio de un programa que, bajo el título Vía latina, rememoraba los que fueron caminos que unieron la península ibérica en los tiempos del Imperio romano, así como las ‘aspiraciones integracionistas’ expresadas por José Saramago en A Jangada de Pedra (1986).
El problema es que, por parafrasear el título de la novela más iberista del premio Nobel portugués, la balsa musical en la que a Vigo llegó el Grup Instrumental de València venía haciendo aguas, con un programa en el que se reunían cinco partituras de escasa calidad, si exceptuamos la que abría el concierto: A Common Sense of Self (2018, rev. 2022), quinteto para violín, violonchelo, flauta, clarinete y piano de Helga Arias. A Common Sense of Self ha sido la única pieza que nos ha presentado ideas y sonoridades propias del siglo XXI: fruto del buen hacer de la compositora bilbaína, del que este mismo año les hemos dado diversas muestras en SCHERZO.
En su revisión del 2022, A Common Sense of Self pasa a un orgánico de cinco instrumentos (al incorporar el violín), multiplicando los elementos acústicos presentes en este desasosegante cuadro psiquiátrico-musical en el que Arias reflexiona sobre el desorden de la personalidad múltiple. De este modo, en A Common Sense of Self la música fluctúa entre estados depresivos y eufóricos que remedan, acústicamente, las personalidades que la compositora vasca contrasta en su quinteto, con una presencia dominante de un piano que asume el rol más firme y constante: aquél con el que los demás instrumentistas dialogan en los aproximadamente doce minutos que dura la obra, interactuando con el piano a través de la intervención del cordal, lo que crea diferentes fricciones entre las personalidades que comparten un espacio acústico repleto de estratos y señales.
Como es habitual en Helga Arias, hay una presencia en A Common Sense of Self de sonoridades de inspiración electroacústica, como las granularidades y las resonancias que capitalizan los primeros minutos de la obra: paisaje musical que nos introduce en un marco de fricciones y diálogos armónico-ruidistas como los que lleva a cabo en el piano el primer músico que activa el cordal (el clarinetista José Cerveró). El desarrollo de A Common Sense of Self incide en esa búsqueda del golpeo y la resonancia filtrada, como los pizzicati de violín y violonchelo modulados con el tornillo del arco, incorporando reverberaciones metálicas de reminiscencias sinusoidales sintetizadas con medios acústicos. A ese gran cuidado de la materia tímbrica se unen la preparación del clarinete o el refinado trabajo del aire en la flauta: todo un conjunto de procesos de choque/integración entre armonía y ruido que, sin duda, convoca, mediante lo más potente de los lenguajes de nuestro tiempo, no sólo una dialéctica estilística tan propia del siglo XXI, sino otras perspectivas a esa descripción de una personalidad múltiple.
Helga Arias resuelve con maestría tal (supuesta) disyuntiva armónico-ruidista, incorporando aquí elementos de orden más teatral (que se nos hacen extraños en su producción musical), como esa utilización, por parte de los músicos, de teléfonos móviles para dramatizar conversaciones cruzadas y otra forma de desorientación del yo en este conflicto de personalidades que en A Common Sense of Self van camino de la luz en sus compases finales, rubricando un trabajo tan refinado como expresivo.
Por su parte, la madrileña Sara Mínguez también presenta en su trío Kopflos/Acéfalo (2020) recursos que podríamos decir extendidos, como esa scordatura de la cuerda grave del violonchelo para conseguir un sonido cavernoso desligado de un temperamento armónico que ya el piano había puesto en cuestión desde el inicio, con sus dejes microtonales y un trabajo del ritmo que desestabiliza alturas e intervalos. Ello es enfatizado por el albar canto en armónicos de violín y violonchelo sobre ese fondo más inestable del piano, pero, poco a poco, Kopflos/Acéfalo se va haciendo más previsible y, aunque no falte el aderezo de algunas acciones ruidistas en el cordal, la contextualización de dichas técnicas no logra eludir los lugares comunes, por lo que su poliestilismo, finalmente, nos conduce a ecos de raigambre schnittkeana.
Pasando la frontera, del portugués Luís Tinoco hemos escuchado su particular homenaje a los ciudadanos sirios que sufren la guerra, en su trío para clarinete, piano y violín Aleppo (2020). Es, por ello, la profusión de reminiscencias mediterráneas que pueblan esta partitura, con un violín cuyo grave canto nos recuerda los temas más folclóricos de Luciano Berio en la viola: canto de impronta árabe que se irá multiplicando en los restantes instrumentos, desde otros timbres y evocaciones, como las del duduk caucasiano en el clarinete (despojado del cuerpo inferior). Ambos, violín y clarinete, entonan (por dichas filiaciones culturales) melodías de naturaleza microtonal, a las que se suman diversas formas de crear ambientes sombríos (los de la guerra) por medio del roce con cerdas del cordal del piano: en los compases finales de Aleppo, con violinista y clarinetista al mismo tiempo, acompañando un tema que, en el teclado, va cayendo en lo sensiblero, lo que da lugar a una nueva hibridación de ruido y tonalidad metida a calzador: horrísona, por momentos, debido a su incoherencia estilística.
Con los Tres nocturnos (2006-18) del valenciano Òscar Colomina i Bosch tampoco alzaríamos el vuelo en cuanto a estilo y modernidad del lenguaje, más allá de algunos juegos rítmicos en el piano de Carlos Apellániz, así como de ciertos espejeos vibrantes entre violín y violonchelo que forman parte de un trío clásico (demasiado clásico) que, con el paso de cada nuevo nocturno, a lo que nos conducía era al sueño, por su falta de inventiva y personalidad.
Antes de atacar la quinta pieza, el director Joan Cerveró se dirigió al escaso público reunido en el Auditorio del Ayuntamiento de Vigo para agradecerle su presencia, así como para, remitiéndose a Schopenhauer y Kierkegaard, comunicarnos el imperativo que la música tiene de expresar el mundo… Afortunadamente, a lo largo de este otoño ocasiones ha habido en Galicia para conocer, de la mano de Vertixe Sonora, de Arxis Ensemble o del Grupo Instrumental Siglo XX, además de con los músicos invitados al festival vertixe 10, obras de gran altura firmadas por compositores como Helmut Lachenmann, Pierre Boulez, Mark Andre, Rebecca Saunders, Gérard Grisey, Toshio Hosokawa, José María Sánchez-Verdú, Alberto Posadas o Jacobo Gaspar, entre otros.
Muy lejos de tales excelencias compositivas está la lisboeta Andreia Pinto-Correia, cuyo quinteto para violín, violonchelo, flauta, clarinete y piano Este branco silêncio (2010) nos ha dejado, en su estreno en España, unas impresiones muy pobres. Estamos ante una partitura inspirada en los versos del padre de la compositora, João David Pinto-Correia, aquí convertidos en un haiku musical con ecos (pálidos y lejanos) de la Segunda Escuela de Viena, defendidos de forma un tanto roma por el Grup Instrumental de València. Y es que, ante la ‘angustia’ que Joan Cerveró expresó, en su alocución final, sobre si las partituras que los músicos defienden permanecerán o no en el repertorio, en el caso de Este branco silêncio uno no alberga duda de que no lo hará, dando su sentido más negativo a lo que el director valenciano dice es el «asomarse al precipicio», cuando se programan obras de nuevo cuño.
Dado el gran momento musical que vive Galicia en lo que al repertorio contemporáneo y actual se refiere, de la mano de los ensembles antes citados, los conjuntos que al noroeste de la península ibérica se acerquen para estrechar los lazos con Portugal habrán de apostar por partituras y por un estilo interpretativo más potente, pues con Vertixe Sonora y Arxis Ensemble (grupos a los que sumamos las propuestas de Casa da Música, dentro de nuestra eurorregión) el listón se ha puesto muy alto.
Paco Yáñez
(Fotos: Manuel González)