VIENA / Riccardo Muti y la orquesta del destino
Viena. Großer Musikvereinsaal . 22-V-2022. Orquesta Filarmónica de Viena. Riccardo Muti, director. Obras de Debussy y Berlioz.
Riccardo Muti no olvida el accidentado inicio de su relación con la Filarmónica de Viena, en mayo de 1971. “Fue durante una prueba de Don Pasquale para mi debut en el Festival de Salzburgo”, recordaba ayer en su camerino del Musikverein, tras dirigir el último concierto matinal de abono a la Filarmónica vienesa. “Ahora acabamos de cumplir 51 años de relación ininterrumpida”, recalcaba orgulloso acerca de una orquesta que no tiene director titular y siempre es muy selectiva en sus relaciones artísticas. Un conjunto que, como subrayaba Wilhelm Furtwängler, en el discurso que pronunció con ocasión de su centenario (y que publicó, en 1954, dentro de Sonido y palabra), establece una relación muy especial con sus directores donde “si a la autoridad exterior no se suma aquella interior, que única y exclusivamente surge de lo auténticamente artístico, no se producirán los rendimientos esperados, a los cuales se aspira”.
Con Muti esa relación surgió con naturalidad en su primer encuentro, con Donizetti, y con el tiempo no ha hecho más que crecer en un repertorio cada vez más variado. Lo explica el propio director en su autobiografía, Prima la musica, poi le parole (Rizzoli, 2010). Aquel día de mayo de hace 51 años, llegó a su primera cita con la Filarmónica de Viena tarde y con el corazón en la boca. Varios miembros de la orquesta estaban fumando en la puerta y temió que su vínculo fuese a terminar antes si quiera de haber comenzado. Pero no. Enseguida se estableció entre orquesta y director una relación especial basada en el canto. Muti se enamoró de la entonación con que esta orquesta elevaba a Donizetti “sin cortar el hilo que lo mantenía unido a la senda de Haydn, Beethoven, Schumann, Brahms”. Y los filarmónicos vieneses encontraron a un director que explicaba vocalmente todo lo que quería de sus instrumentos.
En esa producción de Don Pasquale, Muti trató de ayudar a los Wiener a encontrar el estilo del compositor italiano pensando más en Mozart que en Verdi. Y comenzó a construir un puente entre las dos culturas musicales, la centroeuropea y la italiana. Siguió una relación especial con Mozart, donde combinó la trilogía de Da Ponte con las sinfonías, y fructificó en una serie de excelentes grabaciones. A ello siguió después la conexión natural entre Rossini y Schubert, con otro excepcional ciclo sinfónico del compositor vienés. Schubert fue, para Muti, la puerta de acceso al mundo de los valses, polcas y marchas de la familia Strauss hasta convertirse en el director vivo que más veces ha dirigido el popular Concierto de Año Nuevo, desde 1993 hasta 2021.
Su estrecha relación con la orquesta vienesa le hizo ser elegido para dirigir en momentos relevantes de su historia. Por ejemplo, el concierto conmemorativo de su 150º aniversario, en 1992, la conmemoración del 125º del Musikverein, en 1995, y el 850º de la catedral de San Esteban, en 1997. Además posee el Anillo de oro de la orquesta, desde 1992, y la Medalla Nicolai, que recibió en 2001. Pero también los filarmónicos vieneses han estado a su lado en momentos difíciles e importantes para él, como en su regreso al Teatro alla Scala de Milán, en mayo de 2005, un mes después de su renuncia. Y ha dirigido con ellos su último concierto allí, en mayo del año pasado, para celebrar el 50º aniversario de su relación. Ese concierto formó parte de una gira por Italia, con actuaciones en Rávena y Florencia, que se une a muchas otras giras italianas y múltiples actuaciones con ellos en su natal Nápoles. Por esta estrecha relación, Muti se refiere a la Filarmónica de Viena en su autobiografía como “L’orchestra del destino”.
Pero sus actuaciones de estos días en Viena incluían interesantes novedades. Una era Nocturnos, de Debussy, un compositor que ha dirigido poquísimo y nunca a la Filarmónica vienesa, como tampoco la Symphonie fantastique en el Musikverein. De hecho, tan sólo había dirigido tres veces antes la música de Berlioz a los Wiener en sus casi 500 actuaciones con ellos: en Salzburgo, en 1993, con Jessye Norman, la cantata La mort de Cléopatre, también en Salzburgo, pero en 2007, la Symphonie fantastique con Lélio y en el Musikverein, en 2014, la Messe solennelle. Por el contrario, ambas composiciones han formado parte de sus programas durante su titularidad con la Sinfónica de Chicago: Berlioz al inicio de su mandato, en 2010 (que después se publico en el sello de la orquesta junto a Lélio) y Nocturnos en 2018, dentro de un programa que incluyó también las Danzas sacras y profanas para arpa y cuerda.
El recibimiento a Muti del público en la sala dorada del Musikverein resultó especial. No por casualidad, su último concierto de suscripción con la Filarmónica de Viena, en mayo de 2021, tuvo que ser cancelado ante el ascenso de la tercera ola del coronavirus en Austria. Pero ahora la relajación de las medidas permiten escuchar sin ninguna restricción ni tampoco la obligatoriedad de la mascarilla. El director napolitano arrancó el primer nocturno, Nubes, con un asombroso control de la textura y del color. Y la Filarmónica de Viena acudió a la propuesta del maestro italiano con su mejor paleta en una sala donde suena con una transparencia y exquisitez sobrenaturales. Ambos llenaron de una sutil tensión el estatismo de grises, negros y tonos pastel que pone en música Debussy, inspirado por la pintura de James A. Whistler, donde la sutilezas del corno inglés de Wolfgang Plank se fundían con los impresionantes contrabajos vieneses comandados por Herbert Mayr, que sentimos más que escuchamos.
Fiestas fue uno de los momentos más brillantes del concierto. Y la sala dorada se llenó de colores y ritmos frenéticos. Muti extremó los planos sonoros al máximo y convirtió la llegada de la procesión en un imponente clímax, que dio paso al intimísimo final con una admirable flexibilidad. El tercer nocturno, Sirenas, estuvo un punto por debajo de los dos primeros. Sin duda, la clave fue la dificultad del coro femenino (del Singverein der Gesellschaft der Musikfreunde) para fusionar su sonido, bien nutrido y proyectado, con la variedad de mimbres irisados que aportaba la Filarmónica de Viena.
En la segunda parte, la Symphonie fantastique, de Berlioz, sirvió de perfecta continuación, pues a la asombrosa atención a las texturas se unió un perfecto dominio de los recursos narrativos. Lo comprobamos en el arranque, donde la introducción (basada en el tema de la canción Je vais donc quitter pour jamais e inspirada por el primer amor del compositor: Estelle Duboeuf) caminó idealmente hacia la exposición del tema obsesivo del amor idealizado hacia la actriz Harriet Smithson que articula toda la obra (y que, en esta ocasión, procede del inicio de su cantata Herminie). Muti no sólo repitió la exposición, sino que impulsó el desarrollo, siguiendo el título del movimiento (Ensueños y pasiones) y contuvo el final de la recapitulación en una coda que abrochó idealmente. El segundo movimiento, Un baile, volvió a ser una explosión de lujuria sonora y musical, y donde la orquesta consigue una ideal flexibilidad sin caer en la típica forma dislocada de enunciar el vals a la vienesa. Fue interesante constatar que Muti ha optado, en esta ocasión, por dirigir la versión revisada hacia 1850 de la partitura que incluye, en este movimiento, un mediterráneo solo obligado para corneta que tocó Jürgen Pöchhacker.
En la Escena campestre, la fantasía se fue infiltrando en la lectura rigurosa de Muti, con una extrema atención a cada detalle dinámico. Le ayudó, al inicio, el lujo de solistas de viento madera de la Filarmónica vienesa, con la flauta de Walter Auer y el oboe de Sebastián Breit. Pero también la densidad de la cuerda liderada por el concertino Volkhard Steude en el dibujo del temor que se vislumbra en el horizonte. El solo de clarinete que sigue permitió a Matthias Schorn lucir su impresionante paleta dinámica (con esos contrastes entre “pppp” y “poco f”). Marcha al suplicio fue otro de los momentos impresionantes del concierto y donde Muti no escatimó en ofrecer sonoridades feroces pero sin perder nunca la solemnidad y la tensión de un cortejo que conduce a un reo al cadalso.
Pero el Sueño de una noche de aquelarre fue lo mejor de todo el concierto. Aquí el despliegue de Muti en el control de las texturas sobrenaturales de Berlioz fue asombroso, al igual que el virtuosismo del conjunto vienés. La atención a los detalles de la partitura fue impresionante. Un ejemplo, entre muchos, se pudo escuchar justo antes del Dies irae, cuando las violas realizan, con el apoyo final del resto de la cuerda, una sucesión de “poco f – p – f – ff – p”. Muti, que mostró unas condiciones físicas asombrosas durante todo el concierto, se agachó y elevó en tiempo récord para asegurar esa cabriola dinámica de la sección que lideraba Tobias Lea y que sentó a la derecha del podio. Y siguió una impactante representación sonora de la orgiástica Ronda del sabbat que no paró de ascender en intensidad hasta la explosiva coda final.
La ovación fue inmensa. Muti hizo levantar a todos y cada uno de los solistas del conjunto, y los aplausos no cesaron hasta que compareció en solitario. Por último, el programa de mano incluía interesantes textos de Otto Biba y Harald Haslmayr, pero también recordaba que el propio Berlioz dirigió esta orquesta, en 1845, y dejó constancia de su impresión en sus Memorias. Su opinión no sólo es acertada, sino que mantiene toda su vigencia 177 años después: “Hay orquestas que la igualan, pero no las hay mejores. Además de su aplomo, de su expresividad y de una agilidad extrema, esta orquesta posee una sonoridad exquisita que, sin duda, es debida al rigor en el empaste de los diversos instrumentos entre sí, así como a la ausencia de cualquier desajuste en cada una de las interpretaciones individuales que componen el conjunto”.
Pablo L. Rodríguez
(Fotos: Terry Linke)