Victoria de los Ángeles: Una entrevista histórica
Con motivo del centenario del nacimiento de Victoria de los Ángeles (Barcelona,1 de noviembre de 1923 – 15 de enero de 2005), además de la semblanza firmada por Arturo Reverter, proponemos la entrevista que con la legendaria soprano mantuvo en febrero de 1986 el entonces director de Scherzo, Antonio Moral, y que se publicó en el nº 2 de nuestra revista (marzo de 1986).
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Al cabo de tantos años de carrera, casi cuarenta y dos, todavía sigue en la brecha. ¿Qué recuerdos fundamentales destacaría en su vida artística?
Es una pregunta difícil de contestar. El primer recuerdo, lógicamente, es cuando canté ya como profesional en mi debut en el Palau de la Música, el 19 de mayo de 1944. Es lo primero que acude a la memoria. Otra fecha importante, en esa misma temporada, en enero de 1945, fue mi presentación en el Teatro del Liceo, cuando interpreté el papel de la Condesa de Las bodas de Fígaro. Claro, fue un momento muy especial. Naturalmente, siempre te acuerdas más de aquellos lugares donde hay mucha expectación, que generalmente son los grandes teatros de ópera del mundo.
En 1950, si no me equivoco, debutó en el Covent Garden de Londres.
Sí, pero antes lo hice en La Scala de Milán en Ariadne auf Naxos, después en la Opera de Copenhague y Estocolmo, en la Ópera de París, en el Covent Garden como usted apunta, y en el Metropolitan de Nueva York. Todo en el mismo año. Y en el Carnegie Hall, que también era algo trascendental para mí, di un recital. Pero, claro, a vista de pájaro, después de cuarenta y dos años de carrera, resulta muy importante para mí cada una de las cosas que he hecho, porque cada una de ellas ha significado un nuevo escalón en mi carrera. Siempre he dado el mismo significado a cantar en un gran teatro que en uno modesto. Ha sido un equilibrio en mi carrera muy necesario el estar en contacto con todo tipo de público, es muy difícil destacar algo porque todo tiene un significado, tanto desde el punto de vista afectivo como del artístico. Todo es necesario en la carrera de un cantante.
Porque siempre es muy importante para los artistas la manera en que el público les acoge…
Por lo general no es sólo el público, sino que tú tienes que hacer algo para ganártelo, para tomar contacto con él. Es el cincuenta por ciento de tu éxito. En cada actuación las reacciones del espectador tienen una importancia decisiva. Algo falla cuando no logras que el púbico esté contigo. Por eso, a veces, el espíritu de perfección te hace no estar contenta contigo misma si no has conseguido esa acogida cariñosa, ese contacto durante el concierto, esa fuerza de comunicación, y no precisamente en el momento de los aplausos, sino cuando tiene lugar esa especie de éxtasis que se produce con anterioridad. No hay público bueno ni malo, siempre creo que es el cantante el culpable de no haber conectado con esos seres humanos que tiene ante sí.
En sus primeros años, cuando estudiaba en el conservatorio de Barcelona, ¿qué cantantes eran sus mitos?
Los que hemos vivido esa época teníamos muy pocos recursos, incluidos los fonográficos e íbamos poco al teatro. Después de la guerra y viviendo en una familia tan sencilla como la mía, difícilmente yo habría podido oír a nadie. Lo que sí recuerdo es que cayeron en mis manos por aquella época unos antiguos discos de Tetrazzini y de Muzio. Yo me extasiaba escuchándolos. Después tuve ocasión de ver a Flagstad aquí en el Liceo. Era una gran admiradora suya. También de Elisabeth Schumann y de Lotte Lehmann, pero nunca he sido de esas estudiantes que han tenido un ídolo pues, en realidad, nunca había pensado seguir la carrera de cantante. Ese tipo de idolatría que hoy es tan común, no existía. Lo que sí admiraba era algo de cada una de ellas, todas tenían cosas que admirar, casi ninguna tenía desperdicio. Además, seria muy aburrido que todo el mundo fuera maravilloso, tiene que haber un contraste. Cada ser humano tiene su forma de expresión y unas cualidades que en unos son mejores y en otros peores. Pero todos son dignos de admiración por alguna razón.
Entonces, si no tenía pensado hacer carrera, como comentaba antes, ¿qué fue lo que le impulsó a ello?
No fue una decisión tajante. Desde pequeña siempre viví en un ambiente musical muy favorable, mi madre cantaba muy bien, siempre hacíamos música los domingos, por supuesto de manera muy sencilla, con la guitarra y el acordeón.
Usted siempre ha tocado bien la guitarra.
No, ¡que va!, el que la tocaba muy bien era mi tío, que nos acompañaba. A comienzos de la guerra española cuando yo estudiaba el bachillerato, fui al conservatorio en un principio para aprender a tocar la guitarra mejor, porque desde los diez años ya la tocaba un poco. El primer año estudié con el Sr. Tarrago. Se me ocurrió después ir, junto con mi hermana, a ver a la Sra. Plantado, que era la profesora de canto del Conservatorio. Hice unas vocalizaciones y me dijo que sí podía estudiar, pero al enterarse de que yo tenía trece años me dijo que era demasiado pronto y me aconsejó que volviera cuando hubiera cumplido los quince o dieciséis. Con la guerra todo se desbarató y no pensé más en ello.
Cuando la guerra terminó, mi hermana mayor, sin que mis padres lo supieran, me llevó de nuevo al Conservatorio. Entonces estaba de profesora Dolores Frau que se quedó entusiasmada conmigo y llamó al director. Yo entonces tenía diecisiete años y medio y quería estudiar canto, estudiar música… Me pasaba el día entero cantando. Para mi aquello era una verdadera pasión. Así llegaron mis primeros exámenes en los que tuve unas excelentes notas y causé una gran impresión en el ambiente del Conservatorio. Empecé a hacerme un poco famosa y acudí a un concurso de canto en la radio de Barcelona. Gané este concurso cantando La bohéme en el Teatro Victoria y gané una copa. De pronto, me vi metida de lleno en el mundo musical y algunos componentes del grupo Ars Musicae, que hacía música antigua, me oyeron en el Conservatorio y se convirtieron en mis protectores; cantaba con ellos, estudiaba con ellos y me daban una pequeña cantidad al mes para que me pagara mis profesores particulares. Tres años más tarde, en 1944, debuté. Era la única persona en la familia que podía ayudar económicamente. Incluso cuando cantaba en Radio Barcelona o Radio Asociación recibía 75 pesetas. Para mí fue más importante la devoción y confianza en mí misma que llegar a ser alguien en el mundo del canto. Eso ha sido una recompensa, un regalo, pero sin haber tenido nunca esa ambición que puede ser desmedida.
Entonces, cuándo comprendió que ya era una persona importante dentro del mundo musical, ¿cómo se sintió? Solo habían pasado unos pocos años…
Yo nunca salí de mi asombro. Me parecía todo muy sencillo. Pero siempre me he sentido como la hija de un empleado de universidad. Nunca he dejado de pensar como entonces. La gloria, la fama, me han parecido muy banales, algo efímero a lo que no doy tanta importancia. Es más saludable, en todos los aspectos, enfocar la cuestión desde este ángulo. Creo que lo esencial es hacer música, me produce una gran ilusión cada vez que salgo a cantar, teniendo a esas personas delante de mí, que conversan conmigo. También ha sido muy importante hacer tantos amigos, el comprender mejor la vida, sacar un mejor provecho, tanto de ella como de una misma. Estos dos aspectos pienso que han sido fundamentales.
En su carrera ha sido tan relevante la canción como la ópera. ¿Cómo las ha repartido?
Bueno, ya sabe que yo empecé por el recital, cantando en alemán, francés o español. La ópera fue siempre en paralelo, alternaba mis giras de recitales con las actuaciones operísticas. Nunca he querido perder de vista el recital pues considero esencial que el cantante ejerza, al máximo de sus posibilidades, estas dos ramas del canto. Naturalmente, no todo el mundo tiene la misma facilidad para las dos cosas, pero un cantante debería saber cantar un Lied de Schubert o al menos intentarlo.
Respecto a este tema que estamos abordando, a lo largo de los dos últimos años hemos tenido la posibilidad en Madrid de escuchar a las grandes voces de hoy. Precisamente, uno de los aspectos que más me han llamado la atención ha sido que muy pocos de los cantantes que han desfilado por el Teatro Real se sienten identificados con el lied. Sólo nombres como los de Janet Baker, Christa Ludwig o usted misma han seguido dando la talla. Por el contrario, las grandes voces de hoy, las más cotizadas en el panorama internacional, de una forma o de otra, nos han dejado fríos, con la sensación de que aún les falta mucho para ahondar en el efusivo y complejo mundo del Lied.
Mire, para el mundo del recital se requiere, primero una preparación mucho más completa intelectualmente, una imaginación artística mayor, tener grandes conocimientos musicales, una cierta elegancia, buen gusto… cosas éstas que en la ópera puedes dejar un poco de lado y limitarte a exponer tus maravillosos atributos vocales (si los tienes), o dar grandes pinceladas desde un punto de vista interpretativo, pero no te detienes en el detalle expresivo o incluso espiritual. Entonces ¿qué ocurre?, que cuando estos cantantes han hecho sólo ópera no están acostumbrados a recrearse en ese mundo intimista como es el del recital. No están acostumbrados, y de pronto se han enterado de que es muy importante hacerlo. Sólo cantan arias de ópera o compositores más fáciles, pero nunca se enfrentan a un Schubert, a un Brahms o a un Wolf, ni hacen canción francesa… En fin, se les nota que no están preparados.
Y si lo abordan se estrellan, como suele ocurrir.
Claro, es que debieran haberlo hecho desde el principio.
¿Cuándo creé usted que es el mejor momento para un cantante abordar el recital: al principio de su carrera, cuando su voz es más pura, o con la carrera ya avanzada, con una voz quizás menos perfecta pero más formada?
Bueno, yo creo que la música abarca todo eso y si tú eres un buen profesional debes saber cantar todo, no sólo ópera, debes entrar en el mundo de los grandes compositores, en el de sus canciones, en el de sus oratorios. Si yo tuviese alumnos, les haría estudiar la totalidad de ese mundo vasto y enorme que es la música.
Siguiendo con su carrera, pienso que uno de los momentos claves fue su presentación en Bayreuth como Elisabeth, en 1961, junto con Fischer Dieskau y Wolfgang Sawallisch. Y no fue clave sólo por lo que representaba para un cantante debutar en este mítico coliseo, sino también por tratarse de una hazaña nada fácil de conseguir en aquellos años y más para una cantante mediterránea.
Es cierto, quizá hoy podría ser más fácil. Sin ir más lejos tienes el ejemplo de Salzburgo donde dan recítales cantantes como, por ejemplo, un Pavarotti, que hace veinte años ni lo hubiese soñado. Lo mismo ocurre con Bayreuth. En aquella época no era así, yo tuve la suerte de recibir una invitación personal de Wieland Wagner, que previamente me había oído en un recital en Alemania, y al día siguiente me envió un telegrama en el que me invitaba a cantar Elisabeth de Tannhäuser en una nueva producción. Ese fue un punto álgido en mi carrera pues siempre he sido una gran amante de Wagner y, además significó mucho para mí, por ser una cantante latina. Fue la realización de una antigua ilusión. Algo realmente emocionante. Lo más importantes, como le decía antes, no ha sido conseguir la fama, sino actuar junto a los más grandes cantantes y directores de todos los tiempos.
¿De qué partenaire guarda un recuerdo más grato, más cariñoso?
Con todos me he encontrado muy bien, digamos afectivamente, pero hubo una persona que creo que se parecía mucho a mí. Tenía una gran naturalidad en el canto y un exquisito comportamiento en el teatro: Jussi Bjorling. Cuando cantaba con él me sentía como si lo hiciera con mi hermano. Tenía una voz ideal, una voz que nunca ha quedado bien reflejada en los discos, tal como era de hermosa. Di Stefano era otro, aunque daba más la imagen del gran tenor italiano tradicional que iba a lo suyo. Era diferente. Fíjese que yo con Di Stefano canté aquí en el Liceo en 1945 Manon de Massenet. Yo apenas tenía 21 años y él, con 22, hacía sólo seis meses que había debutado.
¿Y en lo que concierne a los grandes maestros que la han dirigido?
Para mí hay un nombre: Pierre Monteux. Era un hombre adorable, increíble, un artista. Luego, Cluytens, Szell, Karajan, Sawallisch, Ormandy, etc. Son muchos los nombres que me dejo en el tintero.
¿Y Beecham?
Fabuloso, claro, aunque sólo me dirigió en disco.
Y así surgió, por cierto, la mejor Carmen discográfica de todos los tiempos. ¿Qué considera más importante a la hora de aproximarse a una partitura, la expresión del texto o la base técnica?
Son importantes todas las posibilidades que uno pueda reunir para conectar con esa partitura: la experiencia, la técnica vocal, el aspecto musical, la expresión, la madurez, la imaginación artística, el poder de comunicación, saber colorear, ser apasionada pero con una cierta contención, limitar el desdoblamiento… ¡Son tantas cosas!
¿Qué Victoria le gusta más a Victoria de los Ángeles, aquella de voz casi perfecta de sus inicios, o aquel otro instrumento más imperfecto, menos fresco pero mejor empleado?
Yo siempre discuto eso de la perfección de la juventud. Disiento en este aspecto pues hay jóvenes a los que, aún teniendo una voz perfecta, no se puede oír. De esto podríamos hablar mucho, lo que ocurre es que la voz, igual que en la persona, van sucediéndose cambios; en algunos son mayores, más significativos que en otros. Yo, como es lógico, no tengo la voz de mis veinte años. Sin embargo, le diré que con mi voz de ahora he logrado hacer muchas cosas que no podía hacer antes. Por ejemplo, en el mundo del recital la extensión tampoco cuenta tanto, nunca has de alcanzar los grandes agudos. Con el paso del tiempo retiras alguna ópera del repertorio, pero en los recitales sigo cantando lo mismo que hace veinte años. Y me divierto mucho más ahora, esto es indudable.
¿Creé que un cantante joven debe buscar el repertorio más adecuado para su voz o por el contrario cantar lo que le propongan si puede cantarlo? ¿Piensa que aquí radica la clave para mantener la voz?
Sí, creo que se debe hacer desde el principio al fin. No porque uno sea joven tiene derecho a meterse en todas las tesituras. Nunca debe hacerle eso a las cuerdas vocales. Luego puede pagarse muy caro.
Para terminar, tres preguntas a las que le pediría me respondiera casi telegráficamente:
Defíname su voz, ¿lírica?, ¿lírico-dramática?, ¿lírico-spinto?, ¿spinto?…
Siempre me he definido como una soprano lírico-spinto. Siempre he intentado quitar peso a mi voz. No he querido nunca hacer nada dramático. Excepto Butterfly, pero siempre la he cantado de una forma lírica.
Mimi, Manon, Cio-Cio-San, Elisabeih, Santuzza, Carmen… ¿Con cuál se queda?
A la Mimi de La bohéme siempre le tuve mucho cariño porque me gusta mucho Puccini. También me he identificado mucho con Manon y Butterfly. ¡Ah! y Melisande.
Histórica, sin duda, por la pureza y delicadeza casi irreales de su voz…
Sí, es posible, es una obra que tiene una gran intensidad, que tiene mucho que ver con el mundo del concierto.
Qué consejo les daría a los cantantes que empiezan, a los que les espera ganar algo más de 75 pesetas.
Ante todo, gran humildad al estudiar, devoción por su carrera y nunca una ambición desmedida. Creo que uno debe ser honesto, sincero, auténtico. Con estas tres cosas se puede llegar a desarrollar una carrera digna y respetuosa con la música, pero nunca aprovecharse de ella para llegar a ser importante.
Antonio Moral
[Foto superior: Victoria de los Ángeles en 1987. © Bernard Weil,Toronto Star Photograph Archive.]