VALLADOLID / Protagonistas antagónicos
Valladolid. Centro Cultural Miguel Delibes (Auditorio). 14-VI-2019. Tomatito, guitarra. OSCyL. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Ravel, Rodrigo, García Abril y Rimski-Kórsakov.
Con más de quince minutos de retraso dio comienzo un concierto que tuvo dos protagonistas diametralmente opuestos: uno magnífico, el joven Roberto González-Monjas, y otro paupérrimo, el guitarrista Tomatito. De fondo, música española, idílica e idealizada.
Comenzó con la Alborada del gracioso, de Ravel, que González-Monjas (Valladolid, 1988) afrontó contrastando dinámicas y cogiendo el calor necesario para afrontar la posterior carrera de fondo. El Concierto de Aranjuez, con un grande de nuestra música como es Tomatito (Almería, 1958), era un reclamo seguro para llenar el CCMD hasta la bandera. Pero no por ser muy flamenco y muy figura se tienen las condiciones suficientes para ser solista en tan paradigmática obra. Tomatito fue literalmente a su bola, desde la entrada hasta la conclusión, ajeno al director, a la orquesta y a la propia partitura. El toque fue grueso, rudo, nervioso, completamente ad libitum; el sonido, sucio y plano; la lectura, incompleta y carente de emoción: vamos, que a Tomatito no le salvó ni la belleza de la música. En el bis, ya solo y a su estilo, se desquitó del desvarío anterior, pero el daño estaba hecho.
La segunda parte permitió descubrir a un músico que reúne unas cualidades fundamentales que le permitirán ser (aún más) un gran director: interiorización de unas obras muy trabajadas, energía y pasión, excelente capacidad de comunicación con el público y mejor sintonía con los profesores. La versión orquestal del ballet La guitanilla, de García-Abril, es una exuberante muestra de material folclórico español, que bien podría valer como ejemplo de orquestación en las aulas. González-Monjas imprimió mucha fuerza y brío a la obra, y obtuvo de la OSCyL una respuesta precisa. Asistió el compositor (86 años y jubiloso como un jovenzuelo) que recibió una calurosa ovación del público y que felicitó con mucho afecto al maestro. En el Capricho español González-Monjas amplió su gesto, ya liberado de la partitura (y en ocasiones también de la batuta, como ya hiciera en La guitanilla), y recreó una versión modélica, llena de color pero sin estridencias, manteniendo el ritmo en todo momento y acentuado su carácter dancístico (en algunos momentos las cuerdas parecían bailar una danza de arcos del Norte peninsular, si se permite esta obvia imagen). Roberto González-Monjas está transitando los caminos de la dirección con un descarada determinación y madurez que, de seguir así, lo llevarán a lo más alto dentro y fuera de nuestro país, qué duda cabe.