VALLADOLID / OSCyL: ¿y qué es una viola?
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 24-XI-2022. Antoine Tamestit, viola. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thierry Fischer. Obras de Berlioz y Strauss.
El quinto programa de temporada de la OSCyL supuso la segunda comparecencia del nuevo titular sobre el podio, quien parece avanzar una línea verdaderamente prometedora de trabajo en todos los niveles, incluido el proyecto de creación de una joven orquesta de la región. A Thierry Fischer se le vio más cómodo con la partitura de la segunda parte, Una vida de héroe, que con Harold en Italia, una fiera rocosa con la que parece menos familiarizado. Ofreció un Strauss pleno y rotundo, interesante e incluso divertido, con una limpísima colaboración de la concertino invitada, Madeline Adkins. Como casi siempre en este repertorio, la OSCyL es capaz de galopar sobre llano mostrando lo mejor de sí misma en cada sección. El efecto impresionante del paso del forte orquestal al fortissimo se movió en terrenos de lo fastuoso, y estoy muy de acuerdo con ello, aunque, sabiendo que Strauss no era malo en eso de orquestar, pienso que no debería verse a toda una sección de cuerda realizando enérgicas figuraciones que quedan inaudibles, algo que ocurre en todas las orquestas del mundo.
Fischer contó en la primera parte con la asistencia providencial del solista de viola, Antoine Tamestit, a quien nadie hace sombra hoy en día en su instrumento, y que proyectó su personalidad y liderazgo sobre las labores de dirección. No obstante, el titular manejó con éxito, desde el comienzo mismo, una de las dificultades de las que con menos frecuencia salen airosos los directores en esta partitura, como es el balance entre solista y tutti, particularmente espectacular en el contraste de la segunda frase, marcada en la partitura como “casi nada, apenas audible”. No cabe duda de que la ayuda de Tamestit fue decisiva en este punto, no sólo por ser un solista de excepción, sino porque conoce como nadie las peculiaridades de la orquestación del compositor. En este sentido, una vez más, se hizo patente que desde el patio de butacas, al interpretar a Berlioz, se puede distinguir a los directores e intérpretes que han leído los escritos y, en especial, las Memorias de quien es el mejor escritor de entre los compositores, pues es en sus libros y artículos donde ofrece las claves de interpretación de sus obras.
Tamestit adoptó el papel narrativo que corresponde a la viola en esta sinfonía programática. Evitó aquello a lo que no quiso exponerse Paganini, como era el permanecer inmóvil y callado ante la orquesta durante la introducción y no fue hasta el primer forte cuando apareció sobre el umbral del escenario, ardid inteligente con el que facilitó nada menos que cumplir con aquello que indica la partitura: permanecer en su primera intervención junto al arpa, evocadora y siempre precisa de Marianne ten Voorde. En el primer movimiento se produjeron un par de accidentes sin importancia en algún soplido mínimo a destiempo, lo que evidenció la dificultad rítmica de la obra (“¡mil millones de maldiciones caigan sobre los músicos que no cuentan sus silencios!”, escribió el autor). En la marcha de los peregrinos, el violista dejó momentos memorables como su unísono con la trompa, que interpretaron ambos desde la sección de metal en perfecta conjunción. Y, en su deambular físico por el paisaje orquestal (de acuerdo con el sentido autobiográfico de la partitura), sobre el pizzicato de la sección de contrabajos de Thiago Rocha, que tan bien sabe marcar la dirección de la orquesta cuando esta avanza, Tamestit tuvo el detalle de interpretar su parte sul ponticello situado en medio de la sección de sus colegas violas quienes, con seguridad, vivieron un momento inolvidable al arropar al explosivo instrumento que toca el francés con su característico y cálido sonido grupal.
Visto el resultado artístico de semejante obra concertante para viola, en estas condiciones de interpretación, no se me ocurre otra forma de describir dicho instrumento que como una gran oportunidad desaprovechada por multitud de compositores sinfónicos de los siglos XIX y XX.
Enrique García Revilla
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