VALLADOLID / Lorenzo Palomo, uno de los grandes, un clásico
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 21-IV-2022. Sylvia Schwartz, soprano. Rafael Aguirre, guitarra. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Ludovic Morlot. Obras de Lorenzo Palomo, Rachmaninov y Debussy.
Escuchar una obra orquestal del compositor Lorenzo Palomo (1938) supone un tipo de satisfacción diferente al que pueden provocar otras partituras de compositores contemporáneos porque se trata de música que huele a compositor de verdad, de los que se formaron sin programas informáticos, con lápiz y papel pautado, de los que recurren al saber que atesoran en el interior de su cabeza y no a la instantánea enciclopedia global de internet mediante un clic. Podría ser discutible mi opinión de que los genios artísticos verdaderos tienden a cero desde el establecimiento de la era informática, pero es un hecho que, con un ordenador en las manos, hasta un conocido futbolista dice que compone en sus ratos libres.
Lorenzo Palomo posee todas las características de la raza de los artistas: en Sinfonía a Granada, para soprano, guitarra y orquesta domina la orquestación y la maneja con hilos de demiurgo; sabe recurrir a su experiencia para elaborar un componente melódico y rítmico de relevancia continua en los diferentes movimientos de la obra; y, en especial, transmite un discurso lírico basado en la expresividad de unos textos poéticos. Quizá se le puede achacar precisamente en este sentido un cierto exceso de celo, una confianza excesiva en el poder de los poemas cantados, ya que, a pesar de estar incluidos en el programa de mano, el texto en voz de soprano apenas es comprensible para el público y en el caso presente, la cantidad de voz no fue suficiente en los fragmentos de tutti.
El comienzo mismo de la obra arrastra por sí solo al oyente mediante un ritmo colorido y arrollador (una especie de 17/8 que ignoro cómo estará escrito en realidad), y un poema recitado. No obstante, el hecho de no comprenderse el texto cantado provoca desafortunadamente que decaiga la tensión del discurso, a pesar de su riqueza musical. Por su parte, la presencia de la guitarra otorga personalidad a la partitura, pero, como ocurre casi siempre, la amplificación de este instrumento no fue la adecuada. Con amplificación, cuando el guitarrista toca piano suena más que toda la orquesta; y cuando toca mezzoforte el ambiente se embarulla sobre el escenario. Soy de la opinión de que los inconvenientes de amplificar la guitarra con orquesta superan con mucho a los de tocar sin ella: sin megafonía se oiría menos la guitarra, pero el color orquestal y su equilibrio, que la orquesta ha trabajado con esfuerzo en los ensayos, sería verdadero, genuino, y no artificial y falseado.
Felizmente, ese trabajo de orquesta se vio, libre de electrificación, en la segunda parte, en la que Ludovic Morlot ofreció un bonito sonido de empaste en La isla de los muertos, y un buen trabajo seccional en Iberia de Debussy, una obra cuya dificultad técnica siempre ha pesado más que su efecto en el público de las salas y en la que, como siempre, brillaron las diferentes secciones de la OSCyL, (con momentos de magia como el del oboe de Sebastián Gimeno sobre sustrato de contrabajos, chelos y violas)… excepto algún percusionista impreciso en el movimiento inicial Por las calles y caminos.
Enrique García Revilla