VALLADOLID / La OSCyL de las grandes ocasiones
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 5-XI-2021. Karina Demurova, mezzosoprano. Juan de la Rubia, órgano. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thierry Fischer. Obras de Saint-Saëns y Pauline Viardot.
… y así, como si la tragedia se hubiera gestado desde un buen rato antes, comenzó el concierto, in medias res, con la bacanal de Sansón y Dalila para romper el silencio. Una manera fantástica de entrar en harina directamente. Y mejor podía haber sido si dicho fragmento hubiera sonado más dionisíaco. El tempo inicial, un tanto lento y metronómico permitió una lectura exacta por parte de la orquesta, algo que podría haber tenido lugar si no hubiese habido nadie sobre el podio. Fue una bacanal muy ordenada y pulcra, más propia de Apolo que de Baco, en la que, salvo el medio minuto final, echamos en falta más viveza y desenfreno. Ahora bien, en el tema central, lento y a placer, la OSCyL, casi por sí sola, se explayó gustándose en su sonido suntuoso.
El concierto fue concebido en calidad de homenaje a Saint-Saëns, en el centenario de su fallecimiento, y a Pauline Viardot-García, en el bicentenario de su nacimiento. Sobre esta última, la OSCyL tuvo la espléndida idea de encargar a Marc Olivier Dupin la orquestación de varias de sus canciones. El resultado es el de un corpus extraordinario de canciones que quedará para la posteridad en el repertorio de las mejores mezzosopranos. Preciosas las canciones, precioso el material original de la Viardot, y magníficamente afortunada la instrumentación, que mira a las canciones del siglo XIX desde el prisma de la modernidad sin caer en ningún momento en el anacronismo. Más discutible puede ser la interpretación de la mezzosoprano Karina Demurova, de hermoso timbre velado y oscuro por momentos, e indudablemente lleno de carácter en el registro de pecho y de gracia en sus agudos.
La Sinfonía nº 3 de Saint-Saëns presentó, afortunadamente, un órgano bien timbrado y de impecable producción desde el punto de vista del montaje eléctrico. Fischer insistió en su visión de claridad y pulcritud con la que no terminó de convencer en la Bacanal. Sin embargo, se vio aquí entonces a la OSCyL de las grandes ocasiones, con su sección de cuerda memorable y un viento alerta sin tregua, cuyos solistas, como siempre, se ganan hasta a los críticos más avinagrados. La sinfonía descubrió la mejor cara de la OSCyL con un director que finalmente salió aclamado por un trabajo en profundidad de la claridad y de la exactitud.
Enrique García Revilla