¿Valery Gergiev nuevo director general de los Teatros Bolshoi y Mariinski?

Esta semana la noticia, no confirmada por los teatros rusos ni por los interesados, saltaba en varios medios internacionales, abriendo una crisis sin precedentes en la lírica y el ballet rusos que puede tener impacto internacional en varios sectores del gran espectáculo lírico y dancístico.
Según adelantó Opera Magazine, pero sin ofrecer confirmación oficial, y recogieron el viernes 17 otros medios digitales dedicados a la música y la ópera como OperaWire, el muy poderoso y reputado director de orquesta Valery Gergiev (Moscú, 1953) sustituirá a Vladimir Urin (Kirov, 1947) en la dirección general del Teatro Bolshoi de Moscú y seguirá siendo director del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Gergiev será, según las primeras flash-news, el administrador conjunto (y plenipotenciario) de los dos principales teatros rusos, unidos por primera vez desde la época zarista –cuando ese puesto lo ostentó el casi mítico Iván Aleksándrovich Vsévolozhsky, nombrado en 1881 por el zar Alejandro III, hasta el año 1899 en que pasó a ser director del Museo del Hermitage– y tras varios intentos al inicio del periodo soviético que llegó con la Revolución de Octubre de 1917.
Se desconoce, como suele ocurrir en Rusia, cuándo se hará efectivo el cese de Urin y se manejan varias tesis dentro del tenso magma político que se vive allí. El medio The Moscow Times asegura que la dimisión de Urin como administrador general del Bolshoi es un hecho. Ya el jueves pasado Deborah Craine, principal crítico de The Times [The Sunday Times] de Londres decía, dentro de un tono de franco escepticismo, que el Bolshoi no necesitaba a Gergiev, que tenía su propio glamur, pero tampoco era tajante en formular un desmentido. El mismo jueves y en el mismo prestigioso medio británico, Tom Parfitt dibujaba un retrato bastante afilado de Gergiev y tampoco se atrevía a confirmar el nombramiento; en Rusia, los opositores a Putin y al oficialismo de mano dura que lidera, hablan de un acto supremo de nepotismo y de atropello a la diversidad cultural rusa.
La noticia, que aún tiene lagunas e incertezas, llega un año después de que Putin invitara públicamente a Gergiev a unificar el Teatro Bolshoi de Moscú y el Teatro Mariinski de San Petersburgo, una operación de gran calado y sin precedentes en los tiempos actuales, que exigiría una financiación extraordinaria y millonaria. “Son dos teatros históricos a los que hay que sumar el nuevo Mariinski y el pequeño Bolshoi que se levantó durante el periodo de restauración del coliseo principal: son 4 teatros, entre 5.000 y 6.000 personas –trabajadores– entre artistas del ballet, el canto, los músicos de las orquestas y el personal técnico de talleres, maquinaria y mantenimiento: una verdadera industria de proporciones colosales y únicas. A esto se suma una idea que también se atribuye al tándem Putin-Gergiev: la articulación de una red moderna de los grandes teatros de toda Rusia y las repúblicas asociadas, antes parte de la desaparecida URSS.
Habría que remitirse al comienzo de la época soviética, a los tiempos de Lunacharski, para encontrar esta veta que parece resucitar desde las entrañas más ambiciosas del totalitarismo el afán por controlar a los artistas y las artes, la música en primer lugar. Después, en tiempos de Stalin, desde el Gran Terror hasta pasada la Segunda Guerra Mundial, volvió a hablarse de esta “unificación patrimonial”, como la llamaron. No se llevó a efecto ni llegó a buen puerto nunca y siempre revivió la inveterada rivalidad entre los dos grandes Entes Líricos rusos.
Contaba siempre la gran bailarina Marina Semionova que, de alguna manera, ella salvó los teatros Bolshoi y Kirov-Mariinski de una demolición propugnada por los radicales que rodeaban (y asediaban) a Lunacharski; a finales de los años veinte, se propugnaba demoler los grandes y lujosos teatros, o acaso convertirlos en algo así como “cuarteles ideológicos”, pues eran la gran representación del arte zarista y burgués. Esos dirigentes radicales vieron bailar a Semionova El lago de los cisnes y quedaron extasiados; ella lo aprovechó y les dijo que había que convertir el ballet en “el arte del pueblo”. El resto es historia. Dos de las mejores compañías de ballet del mundo están en el centro de esta conmoción junto al destino de sus teatros.
El Ballet del Teatro Bolshoi está dirigido eficazmente por Makhar Vazíev (Alagir, Osetia del Norte, 1961), que ocupa el cargo desde 2016 y fue antes director de los ballets del Kirov-Mariinski (1995-2008) y del Teatro alla Scala de Milán (2009-2015); siempre ha sido un estrecho y fiel colaborador de Gergiev. Vazíev fue primer bailarín en el Teatro Kírov y estudió en la Academia Vaganova. Toda la profesión del ballet moscovita consultada asegura que Vazíev se quedará ahora en el Bolshoi. Vazíev y Gergiev proceden en origen, ambos con sus familias, de la misma región en la siempre convulsa Osetia del Norte. De esta fusión ya se habló con fuerza en marzo de 2022. Entonces Gergiev respondió en directo a Putin con una declaración concisa y estudiada: “Tanto el Bolshoi como el Mariinski representan una de las tradiciones musicales y músico-teatrales más poderosas de la historia y del mundo. Creo personalmente que esta tradición se hará más fuerte uniendo los teatros y todos sus actores. Increíbles talentos de jóvenes cantantes y bailarines llenan actualmente los escenarios de estos dos teatros. Sin duda ha llegado el momento de pensar en cómo coordinar esfuerzos en una misma dirección”. Esto se hizo público un mes después de comenzar la invasión rusa de Ucrania. El desastre bélico tapó, en parte, la repercusión de las palabras de Gergiev y las ya públicas intenciones de Putin.
A Vladimir Urin lo consideran una víctima colateral del cisma unificador, lo que muchos rusos ven como un intento por controlar, algo más difícil hoy día, una nueva diáspora de bailarines hacia Occidente. Urin había sustituido en el Teatro Bolshoi de Moscú a Anatoli Iksanov en 2013, cuando el dramático atentado con ácido al director del ballet de la casa, Serguei Filin, dañó su vista y terminó por alejarlo del Bolshoi. Urin en 2014 impulsó la carta de apoyo a la política exterior de Putin, pero en 2022 también estuvo –junto, entre otros, a Spivakov– entre los firmantes de la carta que pedía terminar con la guerra y sentarse a negociar con los ucranianos. Ya en 2017, complaciendo a Putin, Urin había censurado y borrado del repertorio del Bolshoi el ballet sobre Nureyev creado por el polémico director Kiril Serébrennikov, invocando una ley aupada por el mismo Putin “contra la propaganda homosexual”.
Desde que estalló la guerra en febrero de 2022, Gergiev ha guardado silencio y ha recibido, en consecuencia, el veto de muchos teatros, festivales y orquestas donde habitualmente era bienvenido y deseado, desde el Metropolitan de Nueva York al Teatro alla Scala de Milán, pasando por las orquestas de Múnich, Viena y Londres. El mundo occidental lo ha apartado por su apoyo a Putin, su silencio al no condenar la guerra de Ucrania y la indiferencia ante la defección de artistas rusos (cantantes y bailarines, principalmente) de sus teatros y hasta del país, como es el caso de la primera bailarina Olga Smirnova, una de las grandes estrellas del Teatro Bolshoi de Moscú, que de facto se exilió en marzo de 2022 y actualmente está en el Ballet Nacional Holandés [HET]. Gergiev, por su parte, se ha mantenido en gran actividad dirigiendo por toda Rusia ante la falta de convocatoria en Occidente, “mirando y atendiendo al interior del panorama musical ruso”, como ha dicho un crítico londinense. El pasado mes de marzo realizó una exitosa gira por China donde fue recibido con honores y con espectáculos con todas las entradas agotadas, su aparato promocional se agarra a eso y exhibe planes de trabajo que se extienden hasta 2030.
Roger Salas