Valentín Silvéstrov consuela a Ucrania
El pasado 24 de febrero, una vez iniciada la invasión de Ucrania por las tropas rusas de Putin, y cuando los primeros bombardeos llegaban a la capital, Valentín Silvéstrov, el más grande compositor vivo del país, envió paz y consuelo desde el piano de su casa en Kiev. El músico, que este año cumplirá 85 años, se grabó tocando una breve pieza propia y la envió con una nota a su amigo el profesor de filosofía y estudios religiosos de la Universidad de Kiev, Constantin Sigov. La obra era la Serenata op. 153 núm. 3 (2009), y en la nota indicaba lo siguiente: “No es una música de protesta, ni una música indignada, sino la música de un pacífico atardecer. Aquí va una pieza con algo de consuelo…”. Podemos escucharla en el canal de YouTube del profesor ucraniano:
En julio de 2018, mientras cubría para El País el homenaje que le brindó el Festival de Rávena, tuve la oportunidad de charlar con Silvéstrov. Durante nuestro encuentro en su hotel me regaló un disco muy especial que guardo como un tesoro. No se trataba del habitual ejemplar comercial con sus composiciones, sino de un CD copiado por él mismo. Una especie de “manuscrito digital” con una detallada playlist escrita de su puño y letra. Incluía su música del Euromaidán de Kiev, quince cantos religiosos y patrióticos para coro a capela agrupados en cuatro ciclos que escribió, en 2014, durante las manifestaciones europeístas y nacionalistas ucranias. El registro fue realizado, en 2016, en el Monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas por el Coro de Cámara de Kiev bajo la dirección de Mykola Hobdych. Lo publicó, en febrero de 2019, en Bandcamp, la tienda en línea donde vende y difunde su música en los últimos años.
Incluye música solemne, emotiva, sombría e intensa, que alude a las vivencias de esos días en la Plaza de la Independencia de Kiev y donde recuerda a Serguéi Nihoyan, el primer manifestante muerto durante las protestas. Dos breves coros donde Silvestrov utiliza los mismos versos del poeta ucraniano Taras Shevchenko que recitó el activista antes de ser abatido. Pero, entre los quince cánticos, destaca la breve Oración por Ucrania, del cuarto ciclo, que escribió el 6 de julio de 2014 sobre un poema anónimo y después publicó en la editorial Schott.
Al final, el disco que me regaló se completaba con grabaciones caseras del propio Silvéstrov cantando al piano en un susurro. Eran cuatro composiciones patrióticas que culminan con su propia versión musical del himno nacional ucraniano. Obras tonales breves, familiarmente melódicas y sin grandes pretensiones creativas, pero que en sus manos adquieren un aura casi hipnótica. Las agrupa bajo la denominación de Sotto voce y discurren por un universo de microdinámicas y pequeños detalles agógicos que parecen tener idéntica importancia que las notas escritas, con sus duraciones, intervalos y armonías.
Son ejemplos del estilo tardío de Silvéstrov. Esa particular modernidad a la inversa, que en la música postsoviética han representado también el georgiano Giya Kantcheli y el estonio Arvo Pärt, a partir de una vanguardia impostada que suele vincularse con el deshielo de Jrushchov en los años sesenta y setenta. El compositor ucraniano paso de componer obras vanguardistas, como su Sinfonía núm. 3 “Eschatophony” (1966), que fue estrenada por Bruno Maderna, o su Sonata para piano núm. 2 (1975), que parte de un intenso aroma post-weberniano e incluye técnicas extendidas, a un estilo elegíaco, melódico y tonal, denominado “kitch”, que se consolidó con su Kitsch-Music para piano (1977).
En Silvéstrov, ese paso de obras pensadas para el lucimiento intelectual de la sala de conciertos a la intimidad de la música doméstica, o de “fieros tigres” a “mansos gatitos” (por utilizar sus propias palabras), fue el resultado de un retiro personal. “Me aislé como compositor y huí de la vida pública. Las interpretaciones de mis composiciones eran cada vez más excepcionales y el contacto con Occidente resultaba casi imposible. Simplemente no quería seguir adelante por ese camino y seguí mi propio instinto”, me confesó durante nuestra conversación (con la ayuda de una intérprete de ruso a italiano) en Rávena. De hecho, en los últimos años se ha concentrado en componer abundantes bagatelas pianísticas, melódicas y tonales, que organiza en grandes ciclos como largas cadenas de impresiones musicales.
ECM publicó, en 2007, una primera colección de sus bagatelas con el compositor al piano. Trece flashes pianísticos, publicados como op. 1-5, que registró con ese característico sonido espacioso y reverberante del sello de Manfred Eicher. Pero Silvestrov ha seguido componiendo y grabando intensamente estas instantáneas joyas pianísticas de apariencia sencilla y efecto poderoso. Ya en 2015 se publicó en Kiev, a instancias de Constantin Sigov, un recopilatorio en cinco CD con todas sus bagatelas tocadas por el compositor: 612 breves creaciones denominadas postludios, mazurcas, valses…, además de bagatelas. En 2017 se lanzaron 123 más en un triple CD que incluían 86 nuevas composiciones. Y a finales de 2018 empezó a publicar en Bandcamp muchas más. Todas son grabaciones realizadas de forma rudimentaria, con el piano del compositor y en su casa de Kiev, pero donde las limitaciones técnicas o los ruidos domésticos y callejeros no empañan su magia. Parece incluso que son piezas que empiezan a interesar a algunos pianistas, como es el caso de Hélène Grimaud, que incluyó estas perlas musicales junto a Chopin, Debussy o Satie, dentro de su disco Memory , de 2018, o ha planteado un diálogo personal entre Mozart y el compositor ucraniano en su último disco, The Messenger, en 2020, ambos en DG.
Silvéstrov define estas bagatelas como simples kénosis, es decir, como ejercicios de liberación del orgullo como creador fundamentado en su natural humildad y en su relación con Dios. Una particular forma de acercarse a la creación musical liberado del rol de compositor que resume citando un bello poema de Ósip Mandelshtám, de 1933-34, incluido en Cuadernos de Moscú: “Tal vez el susurro nació antes que los labios”. El gran poeta ruso de origen judío-polaco alude aquí a ese susurro natural y espontáneo que viene al encuentro del creador en el pasado, ya sea con Mozart, Beethoven, Schubert o Chopin, y que en la actualidad podemos escuchar en la música de Silvéstrov con su voz rota y cautivadora. Quizá no haya mejor consuelo frente a la locura bélica de Putin que escuchar esta música hipnótica y maravillosa.
Pablo L. Rodríguez