VALENCIA / Una noche de bailarines y músicos
Valencia. Palau de les Arts. 17 de septiembre / SOMOS ARTE (Función benéfica). Artistas: Yasmine Naghdi y César Corrales (Royal Ballet de Londres); Melissa Hamilton y Gareth Haw (RBL); Elisa Badenes y Martí Fernández Paixà (Stuttgart Ballet); Nicoletta Manni y Timofei Andriaschenko (Teatro alla Scala de Milán); Vadim Muntagirov (RBL); Solistas de Dresden Frankfurt Dance Company, director: Jacopo Godani. Directora artística: Gema Casino.
En esta gala valenciana hubo buena danza, unos loables fines benéficos, con partes virtuosas, novedades y artistas revelación de mérito, además de que varias piezas se acompañaran de la música en directo. Les Arts se llenó de un público imantado en el deseo del ballet, probando una vez más esa sed por ver buen ballet.
Como muestra de pieza de concierto y exhibición, “Grand Pas Classique” es un ejemplo típico; fue una pieza de encargo a Victor Gorski en 1949, a quien le suministraron desde los archivos de la Ópera varias músicas de Auber, entre ellas fragmentos bailables de la ópera-ballet “El dios y la bayadera”. Tras una re-orquestación apresurada, tuvo el creador a mano ya un “Pas” con entrada, adagio, variaciones y coda ampliada. Una joven de 32 años bastante preparada, Yvette Chauviré y Vladimir Skouratov (que a pesar de este nombre nació en París) bailarín con buena planta y eficiente partenaire -casi 9 años menor que ella- fueron los destinatarios de los saberes, propósitos y mañas de Gorski. Es uno de esos “dúos puente” entre el esplendor academicista del siglo XIX, y su reinterpretación y recreación, como otra nueva, en el siglo XX. ¿Y su moraleja? Ni el ballet está muerto ni la técnica debilitada: es cuestión de aplicación y talentos.
Dos obras se presentaron con música en directo, algo que debe resaltarse. “La luna”, el solo de Maurice Béjart (música de Bach) bailado muy concentradamente y con elegancia por la británica Melissa Hamilton, y “Morgen”, de Wayne McGregor por Naghdi y Corrales, donde profundizaron en una línea melancólica y transmitiendo eficazmente las intenciones de la coreografía. Cantó a Strauss Laia Vallés y acompañó al piano Paulina Dumanaite. El conjunto que se encargó del Bach con Lluís Castán como violín solista, interpretó con delicadeza y estilo una obra que, coreográficamente, creara Béjart en 1984 para Luciana Savignano, que lo estrenó en el Teatro Nuovo de Turín y años después Sylvie Guillem lo popularizó por todo el orbe. Solo largo y difícil, sostenido entre el lento y el adagio, exige de la bailarina un control milimétrico de ritmo, espacio escénico y una voluntad extensiva de las formas.
El bailarín de Reus Martí Fernández Paixà, actualmente en el Ballet de Stuttgart, ha sido sin dudas ni chauvinismos la revelación de la función, su deslumbradora figura descollante, casi nuevo héroe con un físico vigoroso, pero de líneas muy armónicas, tan atento como diestro en su labor de partenaire en “Aguas primaverales” e intensidad actoral y lírica en el solo “Firebreather” (de Katarzina Kosielska) reclamaron la atención admirada del público y nutridos aplausos. Su ascenso está en marcha y habrá que seguir su trayectoria al detalle.
“Bach off” es un espléndido fragmento del director de la compañía Dresden Frankfut Dance, el italiano Jacopo Godani, quien fuera destacado bailarín de William Forsythe y después asumiera la dirección del conjunto. Godani ha explorado su propio estilo y sus vías expresivas separándose progresivamente de una inevitable relación umbilical con el norteamericano. Godani, que permanecerá en el cargo hasta el final de la estación en curso en julio de 2023, ha llevado la compañía a un puesto elevado dentro de las que se dedican al ballet contemporáneo.
La gala fue abierta por la pareja del Royal Ballet Yasmine Naghadi y César Corrales, ella más experta y madura que él, que ha sido ascendido a Principal hace poco más de un año; y si bien ella es correcta aunque amanera un poco el estilo de la Medora, en el caso de él, bailarín de origen cubano-mexicano, es diferente (su padre, Jesús Corrales, hoy reputado maestro, fue un excelente primer bailarín, muy recordado por sus habilidades y apostura) pues tiene excelentes dotes, energía y se muestra entrenado. Pero la carrera de un artista de ballet debe contener además de ataque, mesura y control en la exposición del baile. Decía un maestro de Leningrado que el secreto estaba en la gradación, no empezar en “coda”, por lo alto, sino llegar a ella. Y esto le falta al explosivo y virtuoso César, que lo tiene todo para triunfar. El “pas de deux” de “El Corsario” ni tiene nada de Mazilier ni es de Petipa; en origen fue un “pas de trois” siguiendo un esquema tardo-romántico que usó Ivanov en el 1895 en su versión del segundo acto de “El lago de los cisnes”; lo hizo Alexander Checrigin introduciendo una aproximación a la desbocada variación personal de Vajtlan Chabukiani, sumando al tercer apoyo, que podían hacer el pirata Conrad o su ayudante Birbanto. Para concluir, así lo recoge Agripina Vaganova en 1931, y sucesivamente, Gúsev, Sergueyev, Grigorovich, hasta llegar a Burlaka y Ratmanski. ¡Todo en el siglo XX! Chabokiani dijo una vez: “No debe equivocarse la intención de este dúo o trío: no es un pas de deux de amor, sino de servidumbre y sumisión”.
Una lesión inesperada de la bailarina estadounidense Tiler Peck (figura destacada del New York City Ballet), obligó a sustituirla, tanto a ella como su partenaire, Román Mejía, por los primeros bailarines del Cuerpo de ballet del Teatro alla Scala de Milán, Nicoletta Mannin y Timofei Andrijaschenko. Ellos nos regalaron el mejor trabajo a dúo de la velada en “Grand Pas Classique” y Manni especialmente, la mejor variación femenina de la noche. No se trata de una competición, pero sí de destacar en justicia las calidades cuando las hay y resaltan. En la segunda parte, ellos mismos estuvieron soberbios y hábilmente conjuntados en el paso a dos del ballet “Caravaggio”, con coreografía de Mauro Bigonzetti sobre música de Monteverdi y Bruno Moretti. Manni y Andrijaschenko dan una lección en este dúo moderno de cómo ser uno solo en escena, un todo móvil, un ser escultórico que crece ante nuestros ojos en la espiral de progresión orgánica y armoniosa. Un paso a dos puede dejarnos una impresión estética cerrada a través de lo artístico (la ejecución), comparado a los efectos “stendhalianos” de un cuadro o un lugar: es la fabricación artística demostrándose, regalando poderío. Obviamente, esto no pasa siempre, y en ballet, más bien poquísimo; diría que sucede tan escasamente como el poder calificar la excelencia. A veces, esa impresión del arte vivo de la danza, se queda presente y vehicula como un referente fijo, un horizonte plástico y estético. Vi por primera vez este “Gran Pas Classique” en 1966 por Claire Sombert y Michael Bruel (ambos lo habían aprendido de Gorski y a ella, la retocaba el estilo la propia Chauviré, que fue para quien se creó y lo estrenó). ¿Qué indica esta circunstancia? Que el listón se eleva solo por compromiso con la cultura, el ballet como acto de la más selecta cultura.
Hace años escribí sobre algunos hitos puntuales en la historia del ballet europeo donde, si se quiere ver así, está el origen de las funciones denominadas posteriormente “galas”. Hay dos cosas que sí fueron ciertas ayer y lo siguen siendo hoy: las galas de ballet están relacionadas con las llamadas “funciones de beneficio” dedicadas casi siempre a un bailarín o bailarina y más raramente a un músico, maestro o reggiseur (fueron muy habituales hasta las dos primeras décadas del siglo XX); y que, en nuestros días, ese formato ha degenerado peligrosamente hasta una cierta vulgarización. Ahora son parte de la industria del espectáculo. No todas las galas son iguales, y algunas tienen más sentido que otras. La línea seguida por esta fundación se esmera en la calidad de los intérpretes y en tratar de dar una cierta originalidad al programa, que, sin embargo, no estaba del todo equilibrado: faltaba más ballet académico (lo que de común llamamos, incorrectamente, clásico). Público entregado, teatro lleno, y la promesa de una esperada cita anual.
Roger Salas
Fotos: Jesús Vallinas
Foto 1: Yasmine Naghdi en “Morgen” de Wayne Mcgregor