VALENCIA / Un ‘Ariodante’ de muy altos vuelos en Les Arts
Valencia. Palau de les Arts. 1-III-2022. Haendel, Ariodante. Luca Tittoto, Ekaterina Vorontsova, Jane Archibald, David Portillo, Christophe Dumaux, Jacquelyn Stucker, Jorge Franco. Orchestra de la Comunitat Valenciana. Director musical: Andrea Marcon. Director de escena de reposición: Benjamin David.
El valenciano Palau de les Arts parece estar viviendo un idilio con la ópera de Haendel. Hace poco más de cuatro meses, el auditorio valenciano presentaba una versión semi-escenificada de Partenope a cargo de Les Arts Florissants y William Christie, que fue un éxito clamoroso. Ahora ha sido otro emblemático título haendeliano, Ariodante, el que —en versión teatral— es merecedor de tantos o más elogios. Se trata de la producción estrenada en 2014 en el Festival de Aix-en-Provence y repuesta luego por la Dutch National Opera, la Canadian Opera Company y la Lyric Opera de Chicago, debida a Richard Jones (aquí, en Valencia, dirigida por Benjamin Davis).
La acción se sitúa en un momento del siglo pasado que podría situarse en torno a los años 60 o 70, a tenor de los atuendos de los personajes. El lugar, el que corresponde: Escocia. Por si alguien desconocía que esta peripecia amorosa entre Ariodante y Ginevra (inspirada en los cantos quinto y sexto del Orlando furioso de Ludovico Ariosto) transcurre en Escocia, ya se encarga de recordárnoslo el Re di Scozia, que luce la tradicional kilt (la falda de las Highlands) elaborada con tela de tartán, mientras que el protervo y libidinoso Polinesso sería un sacerdote, presumiblemente católico: lleva sotana (bajo la cual viste pantalones y chaleco vaqueros, cual rockero macarra) y sombrero plano de ala ancha, siempre dispuesto a cometer todo tipo de fechorías.
Los tres actos transcurren en el mismo habitáculo, que es a la vez salón, cocina y dormitorio de una posada acaso situada en zona costera, deducción a la que se llega porque uno de los personajes, Odoardo, viste traje de marinero. Es un escenario austero, pero resultón. Por momentos la puesta resulta algo embarullada, con tanto ir y venir de personajes que trasiegan sillas de un lugar a otro. En los ballets de cada uno de los tres actos (introducir pasajes de danza fue una de las grandes innovaciones de Haendel cuando estrenó Ariodante en 1735), las figuras de carne y hueso son sustituidas por marionetas. Tal y como está la cosa con los directores de escena de hoy, casi se agradece tanta austeridad y tan comedida imaginación. Lo mejor que se puede decir de esta puesta es que no distrae ni tampoco molesta, que no es poco.
Soy de los que piensan que la realización cabal de una ópera barroca pasa necesariamente por la presencia de una orquesta historicista. He tenido la mala suerte de presenciar un buen puñado de óperas barrocas con orquestas que emplean instrumentos modernos, y he salido decepcionado de todas ellas, por muy bien que hayan podido mostrarse los cantantes. Como estamos en Valencia, establezcamos un símil, ahora que los valencianos están tan reivindicativos con la paella valenciana (“lo que no es nuestra receta no es paella, es ‘arroz con cosas”, dicen): una ópera barroca con orquesta moderna es como una paella hecha con arroz basmati. O sea, no es paella, es ‘arroz con cosas’. Sin embargo, el resultado obtenido en esta ocasión por la Orquestra de la Comunitat Valenciana solo puede ser calificado de notable (ya podrían aplicarse igual otros teatros de ringorrango que de vez en cuando perpetran óperas barrocas en sus temporadas).
En el excelente nivel ofrecido por Orquestra de la Comunitat Valenciana influyen varias circunstancias. La primera, la calidad de los músicos que la integran. La segunda, el haber trabajado con frecuencia con directores especializados en el Barroco a lo largo de los últimos años (Dantone, Biondi, Sardelli…); es decir, saber de qué va esto sin que se lo tengan que explicar antes de comenzar los ensayos. Y la tercera, contar con un especialista en este repertorio (de los de verdad, no de los que son considerados ‘especialistas en Barroco’ por haber hecho numerosas producciones barrocas a lo largo de su carrera, a cuál más infumable). El sonido de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue en todo momento verosímil, en lo cual también influyó un bajo continuo de campanillas (los clavecinistas Giulio De Narco e Inés Moreno Uncilla, el violonchelista Alex Jellici y la tiorbista catalana María Ferré, extraordinaria a lo largo de toda la velada… ¡por fin una tiorba en un teatro de ópera que no está únicamente de atrezo!). Se emplearon, asimismo, trompas y trompetas naturales, no así flautas, oboes y fagot, que eran modernos. Por cierto, el fagotista Salvador Sanchís estuvo enorme en el aria Scherza infida).
En cuanto al elenco vocal, todos los elogios que se viertan serán siempre pocos. Apabullaron las dos protagonistas: la joven mezzosoprano (25 años) Ekaterina Vorontsova, en el rol de Ariodante, y la soprano Jane Archibald, en el de Ginevra. Surgida de la cantera del Teatro Bolshoi de Moscú, lo primero que uno piensa antes de escuchar a Vorontsova es que, como buena cantante rusa, va a exhibir un vibrato tamaño Harley-Davidson. Nada de eso: es difícil poder estar más en estilo de lo que estuvo ella. Dueña de una voz seductora (no demasiado voluminosa, eso sí), se metió al público en el bolsillo desde el primer instante y condujo al más absoluto éxtasis con una insuperable lectura de la antes mencionada Scherza infida). La canadiense Archibald no le fue a la zaga y dotó a su personaje de una enorme potencia canora y escénica.
Los comprimarios rayaron todos a gran altura, empezando por el siempre eficaz contratenor Christophe Dumaux (Polinesso), que exhibió en todo su esplendor sus privilegiados agudos. El bajo Lucca Tittoto (Re di Scozia) derrochó poderío y buen gusto. Finísimo el tenor estadounidense David Portillo como Lurcanio, el nobilísimo hermano de Ariodante. Magnífica Jacquelyn Stucker como Dalinda, lo mismo que el tenor oscense Jorge Franco (Odoardo), miembro en la actualidad del Centre de Perfeccionament del Palau de les Arts.
Quizá a Andrea Marcon se le podrá achacar que le faltó algo de pirotecnia en ciertos pasajes, pero fue la suya una dirección ponderada y juiciosa, gracias a la cual pudo sacar lo mejor de todos y cada uno de los integrantes de la orquesta.
Dicho todo esto, ¿cuál a va a ser el próximo título haendeliano en Les Arts? Nos hemos quedado con ganas de más.
Eduardo Torrico
(Fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce – Palau de les Arts)
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