VALENCIA / Sin orden ni concierto
Valencia. Palau de les Arts. 14-I-2021. Orquesta de Valencia. Mariano García, violonchelo. Director: Ramón Tebar. Obras de Kabalevski y Brahms.
Solista de la Orquesta de Valencia y con una bien tasada carrera concertística a sus espaldas, el violonchelista valenciano Mariano García (1974) figura desde hace tiempo entre los mejores instrumentistas españoles de su especialidad. Ahora, en el ciclo de abono de la Orquesta de Valencia, ha estrenado en la capital del Turia el Primer concierto para violonchelo de Kabalevski, obra relevante pero poco escuchada, y para la que contó con el apoyo en el podio de un Ramón Tebar que parecía ajeno a las bondades de este conciso concierto en tres movimientos, estrenado en 1949 por Sergei Kusevitski, y cuyo punto vital se agazapa en el lento movimiento central.
La filiación comunista en su entorno soviético, y la frecuente y estúpida comparación con su contemporáneo y tocayo Dmitri Shostakovich, han convertido a Kabalevski en un compositor “maldito” pese a tener quilates bastantes superiores a los de muchos de los creadores de andar por casa que se frecuentan en la actualidad. Mariano García se ha adentrado en la obra de Kabalevski con el fervor, entrega rigor, calidad y pasión con que aborda conciertos trillados como los de Dvorák, Elgar, Saint-Saëns, Schumann o incluso los dos de Shostakovich. El de Kabalevski es composición exigente, enjundiosa, cargada de dramatismo (Sol menor), ironía, virtuosismo y requerimientos instrumentales que atañen no únicamente al solista, sino también al cuidado acompañamiento orquestal, como se puso de manifiesto en el muy expresivo largo central, donde el trompa Santiago Pla rozó el sobresaliente en su comprometido y cantable solo.
Mariano García impuso desde los primeros instantes del concierto la calidad de un sonido que en él se hace inconfundible. Cantó con efusión y mimó el pentagrama con veracidad esquivadora de concesión o efectismo. Particularmente en el lírico segundo movimiento, punto álgido de los tres movimientos en que se articula el concierto. Con maestría, sensibilidad y solera, detuvo y hasta congeló el tempo para cantar, respirar y dejar respirar la música con expresiva quietud. Momento de singular inspiración fue el lento y cadencioso pasaje de acordes en pizzicato que desemboca (attacca) en el tercer movimiento, entonado por el clarinete con refrescantes referencias populares que pronto adquieren aires casi shostakovichianos sin que ello reste sabor e identidad propios.
El bien labrado éxito aún prorrogó la actuación con el regalo de una transcripción de la melódica Vocalise de Rachmaninov en la que también participaron la Orquesta de Valencia y Ramón Tebar, quien brindó un acompañamiento distante y anodino. Bastante peor resultó la desquiciada Segunda de Brahms con que el maestro valenciano completó el programa: con la mano izquierda más empeñada en meterse en el bolsillo o asirse a la barra del quitamiedos que en hacer indicaciones expresivas. La sinfonía hizo así aguas por sus cuatro movimientos. No faltaron momentos que rondaron el abismo, como en el desmadrado final del cuarto tiempo, dicho a tropecientos mil por hora mientras el maestro y sus desatados brincos en el podio más parecían empeñados en ganar una competición olímpica que en poner orden y concierto en el caos.
Justo Romero
(Foto: Live Music Valencia)
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