VALENCIA / Redonda ‘Bohème’ en el Palau de les Arts

Valencia. Palau de les Arts. 9-XII-2022. Puccini: La Bohème. Federica Lombardi, Saimir Pirgu, Mattia Olivieri, Marina Monzó, Manuel Fuentes, Damián del Castillo. Escolanía de la Virgen de los Desamparados. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director musical: James Gaffigan. Director de escena: Davide Livermore.
Fue una gran noche de ópera, en la que casi todos los diversos elementos que confluyen en una representación lírica alcanzaron o rozaron lo sobresaliente. Sobresaliente fue el reparto vocal de esta Bohème clásica y resultona, repuesta diez años después de que se estrenara en el Palau de les Arts, dirigida entonces por Riccardo Chailly; sobresaliente fue también la matizada, viva y estilizada dirección musical de James Gaffigan, quien bordó uno de sus mejores trabajos en el teatro del que es director musical, y de modo sobresaliente y excepcional sonó la Orquestra de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de les Arts, en una noche polícroma en la que los mil colores de las proyecciones con las que Davide Livermore anima la escena se multiplicaron en los registros y sonoridades de una orquesta que sonó a gloria inmersa en la inagotable paleta orquestal pucciniana.
Son precisamente la opulenta riqueza sinfónica y su fuerza verista las trampas de alto riesgo para cualquiera que se decida a abordar los compases románticos, veristas, apasionados y siempre a flor de piel de Puccini, cuyo universo, epidérmico y de tanto voltaje emocional, requiere un calibrado equilibrio emocional que esquive la tentación lacrimógena y la discreta contención del exceso. Fue precisamente el balance perfecto, el mantenerse siempre en el equilibrio entre el almíbar y el rigor musical, la cualidad en la que se movió Gaffigan durante los cuatro actos de una función que llevó con pulso, fantasía, efusión y un brillante sentido sinfónico que nunca enturbió el excepcional hacer de los cantantes sobre la escena.
Este sinfonismo decidido, subrayado por la calidad dúctil y suntuosa de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, fue colchón y marco de una visión claramente diferente a la que mostró Riccardo Chailly hace diez años. Frente al nervio y vivacidad del milanés, el neoyorquino templa dinámicas, fraseos y tempi. En Gaffigan, todo resulta normal y natural, genuino, lejos de cualquier sobreactuación o impostación. Nunca excesivo, nunca frío. Todo mimado y cuidadosamente entretejido, nimbado con la delicadeza con que Mimì borda ‘en tela o en seda’, inspirado por la ‘poesía’ de la que habla ‘tranquila y alegre’ la costurera al poeta Rodolfo; también por los ‘sueños, quimeras y castillos en el aire’ del poeta.
El redondo reparto vocal preparado por el director artístico del Palau de les Arts, Jesús Iglesias, estuvo encabezado por quienes hoy figuran entre los máximos intérpretes de Mimì y Rodolfo. Federica Lombardi fue —más que encarnó— una Mimì virtuosa en la escena y en el canto. Su fraseo, tan puramente pucciniano; la belleza misma de su voz empática, su presencia y dotes escénicas aportaron verosimilitud a un rol que parece hecho para ella. Su Mi chiamano Mimì fue de extremada dulzura y perfección, como el dúo con Rodolfo, en perfecta sintonía vocal y anímica con un esplendoroso Saimir Pirgu, que cantó con fineza expresiva, agudos firmes y transparentes e innata elegancia.
Ambos, Lombardi y Pirgu, de la mano, de la ‘gélida manina”, coronaron una función que, vocalmente, retrotraía a los mejores tiempos del canto pucciniano. La evolución psicológica de la relación entre la ‘sencilla’ costurera y el ‘bohemio’ poeta resultó modélica a lo largo de los cuatro actos, siempre fiel y meticulosa con la escueta y bien hilvanada acción. Di Stefano, Corelli, Freni, Callas, Tebaldi, Victoria, Domingo y algunos ‘dioses’ más parecieron conjurarse el viernes en la escena valenciana a la sombra de ‘Rodolfo Pirgu’ y ‘Mimì Lombardi’.
El barítono modenés Mattia Olivieri, tan cercano al Palau de les Arts y que ya encarnó el rol de Schaunard en las funciones dirigidas por Chailly, se ha convertido ahora en un consumado Marcello, el pintor bohemio que sufre, ama y goza de la bella y desenfadada Musetta. El paisano de Freni y Pavarotti volcó voz, temperamento y una personalidad artística de primer orden en una actuación de medida intensidad, regida con inteligencia, sensibilidad y evidentes tintes puccinianos. Olivieri estuvo soberbio toda la noche, particularmente en un i tercer acto en el que se lució tanto en el diálogo con Mimì como en el cuarteto Addio dolce svegliare alla mattina!
La soprano valenciana Marina Monzó convenció y triunfó como Musetta, a la que aportó credibilidad desde la luminosidad de su voz ligera y homogénea. No solo en su lucido y célebre vals (Quando m’en vò) del segundo acto. Aportó gracia, ligereza y colorido vocal en una interpretación que supo ganar peso dramático a lo largo de la función. Irreprochable el Schaunard del barítono ubetense Damián del Castillo y el ‘filósofo’ Colline, eficazmente asumido por Manuel Fuentes, a cuya voz de bajo-barítono acaso faltó empaque y fuelle de auténtico bajo en su gran momento, el aria Vecchia zimarra, senti.
La Escolanía de la Virgen de los Desamparados y el Cor de la Generalitat se mostraron tan en forma y solventes como hace diez años. La escena, clásica y bien estudiada de Davide Livermore, como casi siempre vinculada al universo del cine que tanto inspira al exdirector artístico del Palau de les Arts, mantiene vigencia y atractivos. Sus registros, sus pinturas proyectadas, enmarcan una acción que, salvo algunas licencias (es Mimì la que esconde la llave para dilatar el primer encuentro con Rodolfo) y morcillas, sigue al pie y la letra libreto y tradición. El impertinente ‘circo’ de aplausos, saludas y ‘resaludas’ que al final del segundo acto licenciosamente impone Livermore para alimentar el aplauso fácil resulta tan perturbador y empalagoso como entonces.
El director de escena turinés —que firma igualmente escenografía e iluminación—, camufla con su talento evidente la convencionalidad de una escenografía en ocasiones de hermosa plástica, que aporta colorido y vistosidad, a una acción simple, en la que todo funciona bien, sin sobresaltos ni genialidades, enturbiada por gracietas y detalles que no aportan novedad ni genialidad. En esta ocasión, ha sido trabajada y bien repuesta por Emilio López. Livermore, que no pisó los ensayos, acudió a su antiguo teatro expresamente para salir a saludar al final de la representación y recoger supuestos aplausos. Sin embargo, cuando irrumpió en escena, en medio de la entusiasta y bien labrada ovación que disfrutaron cantantes, coro y maestro, los aplausos se templaron a la mera cortesía. Más de uno se quedó con ganas de abucheo.
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo / Palau de les Arts)
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