VALENCIA / Orfeo, Euridice y Carsen: la fuerza de la concisión
Valencia. Palau de les Arts. 3-III-2024. Carlo Vistoli (Orfeo), Francesca Aspromonte (Euridice), Elena Galitskaya (Amore). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Gianluca Capuano. Director de escena: Robert Carsen. Gluck: Orfeo y Euridice.
Tras su impactante Elektra, estrenada en enero de 2020, Robert Carsen ha vuelto a marcar un hito en la memoria escénica del Palau de Les Arts con un montaje de Orfeo y Euridice pletórico de sutilezas y destellos dramáticos, en un lenguaje minimalista que casa a las mil maravillas con la concisión dramática y musical de la ópera maestra de Gluck. El montaje, fruto de una feliz coproducción entre el Teatro de los Champs-Elysées, la Canadian Opera Company y las óperas de Roma y de Versalles, se ha visto aún enriquecido por la sobresaliente versión musical, protagonizada por el contratenor italiano Carlo Vistoli, quien, junto con Gluck, Carsen, el director de orquesta –Gianluca Capuano– y el propio Palau de Les Arts, se erigió en triunfador de una tarde memorable.
Identificado con la escueta escritura de Gluck y el sentido de la esencialidad de un libreto conciso que reduce la acción a tres personajes, Carsen convierte esta falta de retórica en preciso elemento inspirador de un trabajo al que le bastan una desnuda escenografía –un casquete esférico a lo Wieland Wagner–, una sepultura de tierra en el suelo y una iluminación propia cargada de matices y destellos que adquieren sustancial relevancia escénica para establecerse como modelo y referencia estética. La acción queda así narrada con sutil precisión y genera un universo expresivo específico y genuino, cargado de intención, agudeza y una claridad que le viene como anillo al dedo al sucinto libreto de Ranieri de Calzabigi.
Carsen se inspira en la música de Gluck y la acción mitológica del libreto. Pero también en el teatro y el coro griego, particularmente en la solemne dignidad con que mueve los elementos del coro y el recurso expresivo de sombras y siluetas como elemento potenciador de una iluminación tan genial como todo lo demás. Durante los tres actos, interpretados sin interrupción, se suceden escenas memorables que llegan, impactan y emocionan. Como la imagen sencilla de Orfeo tirado en la tierra, abrazado a la sepultura de Euridice, o la llegada del poeta a los infiernos, y la subsiguiente al Elíseo, donde Orfeo se encuentra con Euridice acompañada por los “espíritus bienaventurados”. Por supuesto, y como es santo y seña en Carsen, el sobrio movimiento escénico está cuidadísimo, como el atemporal y neutro vestuario en blanco y negro, que realza aún más el efecto de los policromos matices de la iluminación, firmada por el propio Carsen, al alimón con su inseparable Peter van Praet.
Carlo Vistoli (Lugo, Rávena, 1987) fue el Orfeo ideal. Vocal y dramáticamente. Su rotunda y perfectamente impostada vocalidad de contratenor atendió los mil matices y registros de un papel que parece hecho a su medida. Brilló, convenció y fascinó ya desde su primera intervención, en la escena inicial, con un “Basta, basta o compagni!” pleno de dolor y credibilidad vocal, que de modo instantáneo emplaza al espectador en el meollo de la tragedia. Luego, en el apenado y más que célebre “Che farò senza Euridice”, desplegó su registro homogéneo y escrupulosamente calibrado, para imponer con estilo y clase de gran artista una línea de canto detalladamente fraseada que rezuma inteligencia y sentido expresivo.
A un nivel ya más terrenal se mostraron las sopranos Francesca Aspromonte como enamorada y bi-resucitada Euridice, que conmovió en su apenada aria “Senza un addio?”, y la soprano rusa Elena Galitskaya, que fue un Amore liviano, feliz y, acaso, en exceso pizpireto, más cercano a la Despina dapontemozartiana que al mitológico personaje tan cabalmente perfilado por Calzabigi y Gluck.
La Orquesta de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de Les Arts, sonó con poco o nada que envidiar a las mejores formaciones de instrumentos originales. El maestro Gianluca Capuano concertó con criterios claramente historicistas, pero sin renunciar a las sofisticadas prestaciones de los actuales instrumentos. Desde la sonoridad de una moderna orquesta sinfónica reducida a sus clásicas proporciones, planteó tiempos vivos, redujo vibrato en las cuerdas, y subrayó colores y timbres, otorgando presencia a fortepiano y arpa. Su sobresaliente trabajo también se volcó en el papel fundamental del coro. Guio y cuidó con pericia las intervenciones del Cor de la Generalitat, formación bien rodada en estas lides gluckianas, que volvió a hacer gala de ductilidad, empaste (salvo algunos desequilibrados pasajes en los registros más agudos) y flexibilidad.
Fue, en definitiva, una gran noche de ópera, y uno de los espectáculos más redondos y convincentes de la brillante historia del Palau de Les Arts, escenario que repite su idilio con la música de Gluck, desde aquella Iphigénie en Tauride que protagonizaran en enero de 2020 Violeta Urmana, Riccardo Zanellato, Plácido Domingo e Ismael Jordi. Han transcurrido un par de días y aún resuenan los ecos de la interminable ovación y emoción de una función que nadie olvidará.
Justo Romero
(fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce)