VALENCIA / ‘Marina Butterfly’, referencia y leyenda
Valencia. Palau de les Arts. 10-XII-2021. Puccini, Madama Butterfly. Marina Rebeka, Marcelo Puente, Ángel Ódena, Cristina Faus, Mikeldi Atxalandabaso, Fernando Radó. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director musical: Antonino Fogliani. Director de escena: Emilio López.
Éxito grande de Madama Butterfly en su reiterado regreso al Palau de les Arts. No era fácil: en la atmósfera, palpita como una losa el recuerdo inolvidable de las dos series de funciones dirigidas por Lorin Maazel en 2008 y 2009. Sin embargo, la excepcional encarnación protagonista de Marina Rebeka, que asumía por primera vez el rol de la infortunada geisha, ha logrado imponerse sobre la añoranza de la memoria y cerrar una inolvidable noche pucciniana. Contó para ello la soprano letona con la colaboración en el foso del maestro siciliano Antonino Fogliani, uno de los nuevos grandes en el ámbito lírico italiano. También con el propicio marco escenográfico de la conocida y efectiva producción de Emilio López ya vista en El Escorial, en la Quincena de San Sebastián y en el propio Palau de les Arts, donde se estrenó en octubre de 2017.
De la noche a la mañana, Marina Rebeka, una de las voces más importantes y reconocidas de la actualidad, y que ya triunfó tempranamente en el Palau de les Arts, primero en 2010 (Micaela, junto con la Carmen de su paisana Elīna Garanča), y luego, en 2017, con La traviata, ha incorporado ahora su nombre a la selecta relación de sopranos que han dado vida al delicado personaje pucciniano. Desde una vocalidad más puramente lírica que spinto, pero con homogéneo peso y cuerpo en todo el registro, y con una expresividad cargada de detalles y referencias, íntima y apasionadamente comunicativa, su transfigurada Madama Butterfly se percibió particular y única, rica en aristas; más próxima a la heroína que a la niña de quince años. Pese a ser recién nacida, ‘Marina Butterfly’ es ya referencia y modelo.
Fue una actuación de más a aún más y hasta mucho más, que alcanzó su cénit con in interiorizado Un bel dì vedremo de desnuda intensidad emocional, y en la muy bien resuelta escena final, en la que la ‘niña’ de quince años, ya convertida en heroína, adquirió en Marina Rebeka rasgos y tintes de tragedia griega. Dramáticamente, rara vez Cio-Cio-San estuvo tan estremecedora y cerca de Elektra o de Salome. Lástima que en el gran dúo de amor Vogliatemi bene que cierra el primer acto, no contara a su lado con un Pinkerton de su fuste vocal y dramático. Bastante tuvo el tenor argentino Marcelo Puente con sustituir en ultimísimo momento al indispuesto Piero Pretti y salvar con ello la función. Tampoco pudo cantar el también tenor Jorge Rodríguez-Norton (Goro), quien fue estupendamente reemplazo por el bilbaíno Mikeldi Atxalandabaso.
Tras la gran protagonista de la noche, en el capítulo vocal hay que destacar la muy crecida Suzuki de la mezzosoprano valenciana Cristina Faus, que cargó de entidad, credibilidad y dignidad vocal a la fiel criada. Bordó una actuación sobresaliente, redonda, que supuso el complemento ideal a su desdichada señora y una manifestación más de su talento dramático y solvencia vocal. Imposible no aplaudir vivamente y destacar el Sharpless del siempre bienvenido barítono tarraconense Àngel Òdena, voz de poderosos quilates gobernada por una inteligencia rica en saberes y sutilezas. Su Sharpless alcanzó el equilibrio perfecto entre el amigo, el cónsul y el ser sensible que casi no puede leer la carta del impresentable Pinkerton.
La Orquestra de la Comunitat Valenciana no desaprovechó la ocasión que le brinda el hábil y fino orquestador Puccini para lucir su opulencia sonora, matices, registros y altas calidades instrumentales. Cum laude para una sección de percusión, timbales incluidos, que aportó exotismo, luz, siluetas y sombras a una partitura en la que el genio orquestador de Puccini explora y optimiza las posibilidades inagotables de la percusión. El maestro siciliano Antonino Fogliani (1976) demostró ser, como ya se ha apuntado, uno de los grandes directores operísticos en el ámbito del repertorio italiano. Concertó con maestría, delicadeza, buen pulso y tempi siempre ajustados a lo que ocurría en escena y al decurso narrativo. El Cor de la Generalitat, siempre tan en su sitio, se lució en el célebre coro a boca cerrada, que cierra el acto segundo, aunque sin rozar la gloria que sí alcanzó con Lorin Maazel en 2008 y 2009.
La virtud —y quizá quizá también el defecto— más relevante de la producción, propia de la casa, es no atreverse a sacar los pies del tiesto y moverse siempre demasiado pegadito a la convención y a lo ya visto y revisto. Un trabajo de buen oficio, con detalles de innegable valor, como el prometedor gran telón inicial, que reproduce unos avioncillos colorados que parecen sacados de ilustraciones soviéticas del Ejército Rojo o de un tebeo de los años 60.
El director de escena Emilio López ha pulido en esta reposición el trabajo inicial de 2017, enmarcado en una consabida pero bien resuelta escenografía de Manuel Zuriaga. Ni uno ni otro tratan de ser originales ni descubrir el mundo. Virtud y defecto. Posiblemente, visto lo visto, más bien virtud: sobre Butterfly, dramática y escénicamente, se ha hecho de todo, desde las mayores genialidades a las más vulgares tropelías. Ahora, revista la producción cuatro años después, en estos tiempos movedizos se aprecia con mejor disposición un trabajo de equipo que desprende honradez, oficio y dominio escénico. También fidelidad a libreto y música, por mucho que, como se ha hecho una y mil veces, en el segundo y tercer actos el tiempo se desplace a agosto de 1945, a los bombardeos atómicos y genocidas de Hiroshima y Nagasaki, la ciudad de la pobre Cio-Cio-San.
La lluvia de pétalos sigue pareciendo tan cursi como entonces, mientras que otras escenas, como la danza mariposona durante el coro a boca cerrada, gana sugestiva belleza plástica, por mucho que distraiga y perturbe el milagro vocal. En el haber de la producción hay que sumar, además, la lograda y bien trabajada aportación audiovisual de otro grande del Palau de les Arts, Miguel Bosch, y la iluminación de Antonio Castro. Éxito rotundo e inapelable, con una Sala Principal casi a rebosar y ruidosa hasta la exasperación, teléfonos, cuchicheos y todo lo demás incluido. Cuando ‘Marina Butterfly’ salió a saludar en solitario, el teatro casi se vino abajo. La joven Butterfly de Marina Rebeka es ya una referencia. Será leyenda.
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo – Palau de les Arts)
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