VALENCIA / ‘Lucia di Lammermoor’; el triunfo del belcanto
VALENCIA. PALAU DE LES ARTS. 22-VI-2019. Donizetti, Lucia di Lammermoor. Jessica Pratt (Lucia), Yijie Shi (Edgardo), Alessandro Luongo (Enrico), Alexánder Vinogradov (Raimondo), Xabier Anduaga (Arturo), Olga Siniakova (Alisa), Alejandro del Cerro (Normanno). Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: Roberto Abbado. Director de escena: Jean-Louis Grinda.
No ha podido tener mejor colofón la temporada lírica del Palau de les Arts de Valencia. Y no por la dirección correcta y con gran oficio pero no más de Roberto Abbado, quien culmina con estas exitosas representaciones de Lucia di Lammermoor su inocua titularidad musical en Valencia. Tampoco por la vistosa y bien resuelta producción escénica firmada por el monegasco Jean-Louis Grinda. El éxito de estas funciones del mejor belcanto que se puede escuchar hoy día (y para las que con buen criterio se ha optado por la edición revisada y editada por Jesús López Cobos, que se ofreció prácticamente sin cortes) tiene tres nombres y tres apellidos muy concretos: la soprano británica Jessica Pratt, el tenor chino Yijie Shi y el bajo ruso Alexánder Vinogradov. Ellos, junto con la más que crecida Alisa de Olga Siniakova, y los sobresalientes mimbres del coro y orquesta titulares de Les Arts convirtieron este final de temporada en una vibrante fiesta belcantista.
Jessica Pratt (1979) es una de las grandes Lucia de nuestros días. Bien recordada y querida en Valencia por su interpretación del rol de Amenaide en el Tancredi de Rossini que dirigió hace ahora exactamente dos años Roberto Abbado, la soprano británica ha revalidado aquel triunfo con una Lucia de privilegiados quilates dramáticos y vocales. Su bien gobernada voz le permitió sortear con asombrosa fluidez las dificultades que encierra el temible rol donizettiano. Deslumbra el virtuosismo, poder y agilidad. Los agudos y sobreagudos, bien impostados, afinadísimos y no siempre perfectos, tuvieron el plus poderoso de su convicción y arrojo: se sentían nacidos del alma de la artista más que del cerebro de la cantante. Algo que, en un tiempo en el que todo está “estandarizado” y sopesado por el patrón de la corrección, es particularmente remarcable.
Más que una generosa y espectacular exhibición de medios vocales, la célebre Escena de la locura supuso punto culminante de una actuación toda ella sobresaliente, cargada de intensidad, sentido belcantista, dominio de las coloraturas, y convicción dramática. Y tuvo la ductilidad y el fiato necesarios para ralentizarla y adecuarla a las particulares características de la “armónica de cristal” -el curioso instrumento inventado Benjamin Franklin en 1762-, sin perder por ello perder intensidad y ensueño. Antes, en su primera intervención, en el aria Regnava nel silenzio, la Pratt ya dejó constancia de sus mejores cualidades.
No menos sobresaliente resultó el Edgardo del tenor Yijie Shi (Shanghái, 1982), que ya triunfó con absoluto merecimiento en Les Arts en el mismo Tancredi de hace dos años con la Pratt. Su agilidad vocal -modelada en el ámbito rossiniano de la Escuela de Pésaro-, la belleza del fraseo, la facilidad y rotundidad en el agudo y la calidez expresiva le convierten en referencia de un personaje habitado por algunos de los más grandes tenores de su registro. Su vocalidad rossiniana ha ganado cuerpo sin perder brillo ni agilidad. Por estilo, temperamento y vocalidad, es hoy una referencia ineludible. Excepcional hasta lo inolvidable la cabaletta del aria final Tu che a Dio spiegasti.
El otro pilar de la función fue otro viejo amigo del Palau de les Arts: el bajo moscovita Alexánder Vinogradov (1976), presente en las programaciones del Palau de les Arts desde sus inicios, cuando ya en diciembre de 2006 cantó Leoporello bajo la dirección de Lorin Maazel. En esta ocasión su voz poderosa y caudalosa, cercana e inteligentemente estilizada sirvió un Raimondo de intensos acentos y aromas belcantistas, enriquecido con su impresionante presencia escénica y vocal. Es difícil encontrar hoy un Raimondo de tales prestaciones vocales y expresivas. Su versátil y hondo torrente de voz se impuso sobre un foso no siempre calibrado en las dinámicas –excesivas a veces- y supo plegarse al conjunto y ser sostén del popular sexteto Chi mi frena in tal momento.
A este trío de ases su sumó la mezzosoprano Olga Siniakova, del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo del propio Palau de les Arts, que engrandeció el pequeño papel de la doncella Alisa con su canto franco, fresco y seguro, y con su bien asumida actuación escénica. Decepcionó y mucho el barítono Alessandro Luongo, artífice de un inadvertido Enrico que pasó sin pena ni gloria ante la potencia teatral y musical de las figuras vocales y escénicas con las que compartía reparto
Una vez más, el Coro de la Generalitat y la Orquestra de la Comunitat Valenciana deslumbraron con sus calidades punteras en el ámbito operístico español. Roberto Abbado volvió a ser el solvente y riguroso maestro concertador de siempre. Un “Kapellmeister” alla italiana cuyo competente trabajo transcurre por sendas tan previsibles y correctas como exentas de vuelo y magia. Quizá el único pero objetivo que se pueda achacar a su dirección hayan sido momentos y hasta episodios con bastantes más decibelios de lo razonable, y algunos tempi cuya lentitud hubiera requerido mayores dosis de imaginación y detalle para escapar de lo plúmbeo.
Lucia di Lammermoor ha recalado en esta nueva visita a Valencia (ya se presentó en el Palau de les Arts en enero de 2010, con Nino Machaidze y Francesco Meli, dirigida por Karel Mark Chichón) en un montaje escénico coproducido por las óperas de Montecarlo y Tokio. Se trata de un trabajo fundamentalmente bello, con detalles tan discutibles como el impactante pero absurdo final a lo Tosca, con el pobre Edgardo tirándose al vacío después de la cabaletta final desde lo alto del omnipresente acantilado, o que tantas escenas se desarrollen a los pies de un hermoso pero redundante mar empeñado en convertir Lucia di Lammermoor en Simon Boccanegra, por no hablar de las tremendas imágenes de la “novia” Lucia, que más parecía de una plañidera sacada de alguna rancia novela costumbrista…
Pero por encima de estos detalles y de la conveniencia o no adecuación de la escenografía y de un movimiento dramático no siempre bien resuelto, el director de escena Jean-Louis Grinda y el hábil escenógrafo Rudy Sabounghi salen airosos de su empeño por imponer la belleza de la producción sobre su cuestionable fidelidad a la narración. La muy cuidada y sutil iluminación de Laurent Castaing, y el vistoso trabajo videocreador de Julien Soulier redundan el predominio de la estética sobre la dramaturgia. El vestuario, realista y clásico hasta el retrato, desentona con tanto mar, tanta arena y tanto pedrusco. Al final, gran éxito de todos. Minutos y minutos de aplausos y bravos, que arreciaban y con razón cada vez que saludaban las tres grandes estrellas de tan triunfal final de temporada.