VALENCIA / La plenitud de Lise Davidsen
Valencia. Palau de les Arts. 25-X2020. Ciclo Les Arts és Lied. Lise Davidsen, soprano. James Baillieu, piano. Lieder de Brahms, Schumann, Grieg y Strauss
Lise Davidsen (1987) deslumbró a todos en Bayreuth, en 2919, con una Elisabeth de Tannhäuser que devolvió pasados esplendores vocales al festival wagneriano. Antes, en 2015, la soprano noruega ya había dejado boquiabierto en Londres al jurado y público del Concurso Operalia, que, obviamente, le otorgó el primer premio. El domingo hizo lo propio ante el auditorio del ciclo Les Arts ès Lied, promovido por el Palau de les Arts en la acústica agradecida y brillante de su Sala Principal. Fue un recital excepcional, envuelto en un maravilloso silencio (el arte de verdad hace maravillas, pero también las dichosas mascarillas, que han eliminado felizmente de las salas de concierto las toses), en el que desde su poderosa voz en plenitud de soprano lirico-spinto, Davidsen recorrió un romántico itinerario que arrancó con Brahms y concluyó en Strauss. Entre medias, los schumannianos Cinco poemas de la reina María Estuardo y la delicia de los Cinco poemas op. 69 de su paisano Edvard Grieg, paradójicamente, único autor que interpretó con partitura.
Su torrente vocal y rotundidad de los agudos casi evocan a la Nilsson, mientras que la carnosidad del bien apoyado registro grave sugiere a su legendaria paisana Kirsten Flagstad. La técnica, la seguridad, el aplomo escénico, la veracidad que transmiten sus cinceladas interpretaciones, la fidelidad al texto y a su sentido narrativo, sílaba a sílaba, nota a nota, son también cualidades de esta artista ya en la cumbre, pero con recorrido aún para dominar, dar empaque y perfilar mejor el difícil arte del lied. Mezclar el micrófono amplificado es un anticlímax para la ‘temperatura’ sonora y anímica del lied, como también andar explicando e intercalar, en plan función didáctica y micrófono en mano, pormenores personales y argumentales: que si estoy muy contenta por mi primera actuación después del confinamiento, que sí es la primera vez que canto estas canciones, que si la reina estaba triste por dejar atrás su querida Francia, que qué ilusión me hace estar en Valencia…
Detalles insignificantes, sí, pero que turban la esencia de un recital de tan alto, altísimo nivel, en el que todo tiene que estar enfocado exclusivamente a la música y sus sonoridades naturales. Sobran palabras, amplificaciones y explicaciones. El Brahms inicial se sintió demasiado voluptuoso y engrandecido, como si la soprano en lugar de plegar sus fabulosos medios a la contención de los cinco lieder que abrieron bocado (entre ellos, el delicado Mädchenlied y el introspectivo Von ewiger Liebe que cerró la serie) los hubiera llevado a su terreno vocal. Más en su sitio se escucharon y sintieron los Cinco poemas de la Reina María Estuardo, donde el sentido poético de Schumann se alineó con los sentidos versos de la desventurada monarca escocesa.
El recital, siempre in crescendo, recaló, tras una deliciosa interpretación de los Cinco poemas op. 69 de Grieg en los que Davidsen viajó e hizo viajar a todos desde la particular intimidad que vive un caracol en su concha a la florida explosión de la primavera, en Richard Strauss, donde alcanzó el punto culminante del recital y la soprano y su voz prodigiosa parecieron encontrarse más en su sitio. Cantó con pasión, arrebato, ternura, fantasía y honda naturaleza straussiana. Una a una, cada una de las siete maravillosas joyas encontraron en la voz y el corazón de la Davidsen su mejor hogar, el mejor lugar desde el que proyectarse. Zueignung, Allerseelen, Die Georgine, Wiegenlied, Malven y la traca final de Befreit y Cäcilie fueron la cima de un recital verdaderamente inolvidable, que contó siempre con el sustento cómplice del piano del sudafricano James Baillieu, quien desde el teclado cantó, fraseó, envolvió y se abrazó al latido de esta nueva diosa del canto dramático. Straussiano y wagneriano particularmente. Los aplausos y bravos fueron inmensos e inextinguibles. La tanda de bises recaló en un Morgen más lento que lento. Lástima que el recital no concluyera con el pianísimo callado de su final infinito.
Justo Romero
(Foto: Mikel Ponce – Les Arts)