VALENCIA / Hermosura juvenil
Valencia. Palau de les Arts (Teatro Martin i Soler). 16-II-2021. García, L’isola disabitata. Larisa Stefan, Evgeniya Khomutova, Jorge Franco, Max Hochmuth. Piano y dirección: Carlos Sanchis. Director de escena: Emilio Sagi.
Compuesta sobre un conciso y reflexivo libreto de Pietro Metastasio también utilizado por compositores como Haydn o Giuseppe Bonno, L’isola disabitata es una amena operita en un acto y apenas noventa minutos de duración compuesta por el sevillano universal Manuel García (1775-1832) para los alumnos de su reputada Escuela de Canto parisiense. El libreto elucubra con fina agudeza sobre la vida, el amor, la naturaleza, la fidelidad y todo lo que incumbe a la compleja naturaleza humana. La ópera ha recalado en el Palau de les Arts de Valencia, a su Centre de Perfeccionament, una década después del estreno de la producción preparada por Emilio Sagi por Emilio Sagi para el Teatro Arriaga, del que entonces era director.
A pesar de los recientes estudios publicados por musicólogos como el sevillano Andrés Moreno Mengíbar, Manuel García sigue siendo un desconocido para la cultura española, melomanía incluida. Paradoja –una más- sobre quien fue y es una de las personalidades más fascinantes y relevantes de la música española y europea de principios del XIX. García en absoluto fue solo el amigo de Rossini que protagoniza el primer Conde de Almaviva en el estreno de El barbero de Sevilla, en 1816, en Roma, y un año antes coprotagonizó en Nápoles el estreno de Elisabetta, regina d’Inghilterra). Fue, además, padre de dos cantantes tan relevantes como María Malibrán y Pauline Viardot; introductor de la ópera en Estados Unidos, maestro de canto, director de orquesta, empresario y un sinfín de cosas más, entre ellas compositor de preciosas canciones y tonadillas de claros tintes dieciochescos y de un nutrido ramillete de óperas y operitas cargadas de gracia e ingenio, como esta L’isola disabitata, que de alguna manera sintetiza el arte creador y vocal del gran sevillano.
Antes de arribar a Valencia, la conocida producción de Sagi ya había sido aplaudida en su estreno en Bilbao, y luego en Sevilla, en el encuentro con la ciudad natal de su creador. El montaje se sustenta en una escenografía de foto fija de Daniel Bianco conformado por un amasijo de sillas y cómodas emplazado sobre una arena extrañamente azul que con esfuerzo se ubica en la playa de la paradisiaca isla en la que han accidentalmente han desembarcado los protagonistas. El vestuario, de la inolvidable Pepa Ojanguren, es anodino e insustancial, mientras que la oscura iluminación de Albert Faura se empeña en transfigurar la soleada isla en un cuadro tenebrista, que recuerda más la cueva de Fafner que la idílica isla tropical que canta la ingenua Silvia en su bucólica aria.
Todo aparece envuelto en una acción en la que los cuatro convencionales personajes –dos parejitas que concluyen, claro, entregados a los brazos de Eros- fueron asumidos con disciplina escénica y generosidad vocal por un cuarteto vocal en el que destacó la bien proyectada, cuidada y aguda voz de tenor rossiniano de Jorge Franco, quien dio vida a un enamorado Gernando de ambigua nobleza y resuelta línea de canto. A su lado brillaron la soprano rumana Larisa Stefan, que con dignidad salvó las dificultades y escollos del rol de Constanza, particularmente el aria ‘Ah che in van per me pietoso’ de la novena escena, la mezzo Evgeniya Khomutova en el inocente y dulce papel de Silvia y el bajo-barítono Max Hochmuth, como el sosaina Enrico.
De acuerdo a su destino didáctico, Manuel García reservó el acompañamiento a un piano exigente de nada fácil escritura. Fue defendido desde el foso por Carlos Sanchis, que se encargó igualmente de la efectiva concertación con muy preferente atención a la escena. La función a la que asistió SCHERZO era didáctica. Daba gusto ver a los melómanos del futuro seguir con implicada atención, silencio y conocimiento cuanto ocurría en escena. El dinámico y completo programa didáctico del Palau de les Arts merece el mismo vivo aplauso con que los jóvenes melómanos valencianos premiaron la representación que acababan de saborear. ¡Hermoso!
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce)