VALENCIA / De estreno, celos y advertencias
Valencia. Palau de les Arts (Teatro Martin i Soler). 12-XI-2021. García, Un avvertimento ai gelosi. Rosa María Dávila, Marcelo Solís, Jorge Franco, Carlos Fernando Reynoso, Laura Orueta, Xavier Hetherington. Director musical y piano: Rubén Fernández Aguirre. Directora de escena: Bárbara Lluc.
Prosigue el Palau de les Arts su admirable empeño de recuperar óperas y operitas pasadas, particularmente del valenciano Martín y Soler y del sevillano Manuel García. En esta ocasión, y tras el éxito de L’isola disabitata, recupera de nuevo músicas de Manuel García con el estreno moderno en versión escenificada de la farsa Un avvertimento ai gelosi (Una advertencia a los celosos), una de las cinco operitas que compuso ya al final de su vida para ser interpretadas en la prestigiosa (y rentable) escuela de canto que mantuvo abierta en París hasta su muerte, en 1832. El montaje, firmado escénicamente por Bárbara Lluc, sobre escenografía de Daniel Bianco, podrá verse en diciembre (15, 17 y 18) en la Fundación Juan March, coproductora del montaje junto con el Festival de Ópera de Oviedo.
El sevillano Manuel García (1775-1832) es uno de los nombres máximos de la música española, no solo solo por su actividad como cantante (fue el primer Conde de Almaviva rossiniano y también encabezó el reparto del estreno de Elisabetta, regina d’Inghilterra). Fue, además, forjador de una escuela y modo de canto que pervive aún hoy, dos siglos después de su muerte. También promotor, con Da Ponte, de la ópera en América, Estados Unidos incluido, y cabeza de una saga de grandes personajes de la lírica y de la cultura, como sus hijas María Malibrán y Pauline Viardot. Su hijo, el también cantante Manuel Patricio García, creó un fundamental tratado de canto y fuel el inventor del laringoscopio.
Como compositor, es autor de innumerables canciones y tonadillas de concierto, óperas y pequeñas óperas y farsas, como la ahora estrenada en Valencia, en un montaje a cargo de alumnos del Centre de Perfeccionament del Palau de les Arts, que se desenvuelven y cantan con solvencia, desparpajo y hasta brillantez en una escena en ocasiones abigarrada en la que sobra todo lo que se ha añadido, incluida la algarabía inicial del supuesto ensayo general. La escueta escenografía de Bianco es efectiva dentro de su modestia: apenas una cortinilla, un camastro, unos sillones y poco más. La iluminación de Nadia García da cierto lustre al espectáculo, como el divertido vestuario ad hoc de Clara Peluffo.
Rubén Fernández Aguirre aportó chispa, ritmo, matices, agilidad y sentido a la pequeña farsa desde el teclado, ubicado en el foso. Apoyó a los cantantes y les propició espacio y colchón sonoro para que se explayaran en el italianizado melodismo de Manuel García. La soprano mexicana Rosa María Dávila fue una pizpireta Sandrina. Quizá nerviosa, comenzó la actuación con la voz opaca, empañada, casi bloqueada, Pero pronto se resarció para cuajar una actuación brillante musical y escénicamente, tanto en sus intervenciones en solitario como junto a los demás personajes.
Berto, el tontorrón y celoso marido de la bella Sandrina, que parece una suerte de Masetto, fue bien cantado y encarnado por el barítono rondeño Marcelo Solís. Jorge Franco fue un certero y convincente Conde de Ripaverde, que encontró perfecto alter ego en esa especie de Leporello que es su divertido y lascivo ‘secretario’ Don Fabio, al que dio vida y carácter el también barítono Carlos Fernando Reynoso. Laura Orueta como Ernesta y Xavier Hetherington (Menico) completaron el adecuado reparto, en el que asoma y se siente la mano sabedora y competente de María Bayo, actual responsable del Centre de Perfeccionament “ex Plácido Domingo”. Muchos aplausos y solo medio aforo. Una lástima.
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo)