VALENCIA / Arturo Barba devuelve sus colores al Gran Órgano Grenzing del Palau de la Música
Valencia. Palau de la Música. 14-IV-2024. Arturo Barba Sevillano, órgano. Obras de Rodríguez Monllor, Pachelbel, Bach, Mendelssohn, Thalben-Ball y Vierne.
Uno de los mejores frutos de la Transición en España fue la creación de una prolija red de auditorios, orquestas, teatros y museos con los que vertebrar un territorio cultural previamente sometido a décadas de autarquía centralista.
Con el paso de los años, esos auditorios han comenzado a acusar los estragos del tiempo, por lo que muchos de ellos han tenido que someterse a costosas reparaciones con las que paliar el deterioro de sus salas. Uno de los casos más sonados fue el del Palau de la Música de Valencia, que, tras el colapso de una parte de sus techos, tuvo que afrontar una larga y laboriosa restauración, gracias a la cual ahora nos ofrece mejoras en iluminación, acústica, estética y comodidad, como ya contó en Scherzo nuestro compañero Justo Romero tras la reapertura, el pasado 5 de octubre, del Palau.
Las primeras notas que sonaron en aquel concierto vinieron de la mano de Arturo Barba Sevillano, organista valenciano que entonces reactivaba en la Sala Iturbi su Gran Órgano Grenzing, un instrumento que, tras una minuciosa puesta a punto, protagoniza, desde el pasado 2 de diciembre y hasta el próximo 9 de junio, el Ciclo de órgano que se incluye en Torna a sentir, la programación con la que a lo largo de la temporada 2023-2024 el Palau de la Música se ha reencontrado, finalmente, con su público.
Aunque Arturo Barba ya participó (con Karol Mossakowski y Monserrat Torrent) en el primer concierto del Ciclo de órgano, no ha sido hasta su quinta entrega cuando ha asumido un programa al completo, titulado por Barba Sevillano Forma, color y timbre en el Grenzing del Palau: órgano frente al que se sentaba para abordar un recital concebido como un viaje a través del tiempo y de los estilos, comenzando con una Batalla de quinto tono, de autor anónimo, compuesta en España en el siglo XVII.
Pese a que el Gran Órgano Grenzing del Palau es un instrumento flexible, quizás su timbre no sea el idóneo para este tipo de piezas, que suenan con mayor propiedad en los antiguos órganos ibéricos, a pesar de que el propio Arturo Barba ha elogiado en diversas ocasiones la trompetería de batalla construida por Gerhard Grenzing, que califica como netamente barroca, con un sonido que nos remite a la tradición valenciana y de excelente fábrica. Con estos mimbres, Barba demostró, ya desde esta primera partitura, una técnica y una claridad en la construcción polifónica realmente notables a lo largo de todo el concierto, rehuyendo lo más agresivo y rústico de estas piezas, en pos de una limpidez estructural en la que se disfruta de forma diáfana de cada etapa en la progresiva escalada de la batalla. Destaca en su planteamiento la forma tan acusada como suspende las partes en sordina, convertidas en una auténtica contemplación espiritual cargada de serenidad, antes de los compases de mayor garra y grosor, al alcanzar la apoteosis final de la partitura, por lo que, como buena pieza hispana de batalla, algo ha tenido Arturo Barba en su lectura de monje y guerrero.
Con la Sonata nº6 en Do Mayor (XXIX), obra de Vicente Rodríguez Monllor, se lanzó todo un guiño a Valencia, pues fue el compositor de Ontinyent el organista que sucedió a Joan Cabanilles en la catedral valenciana. Aunque la impronta de Domenico Scarlatti se deje escuchar en esta Sonata, precisamente la dulzaina levantina parece resonar, a modo de pasacalle, en el comienzo de la partitura: tema ligero y colorido que Monllor somete a toda una serie de variaciones tímbricas y contrapuntísticas. Tras el festín de registros escuchados en la Batalla que abriera el concierto, nos adentramos, aquí, en una obra más obsesiva y cerebral en cuanto a la forma y a la exploración del lenguaje armónico, favorecida nuestra correcta comprensión de la partitura por el gran mecanismo de Arturo Barba y su clarísima digitación, que conjugó en esta Sonata nº6 ecos del Barroco italiano y la espontaneidad de la música popular valenciana, lo cual parece, aquí, de lo más pertinente.
Claro que, en cuanto a excelencia artística y pensamiento formal a gran escala, con la Chacona en Fa menor de Johann Pachelbel ascendemos varios peldaños, además de que nos acercamos a un sonido más propio para este Gran Órgano Grenzing, cuya naturaleza es netamente germánica y barroca (aunque no sea un instrumento de época), por lo que piezas como las de Bach y Pachelbel lucen de forma especial en este soberbio instrumento de transmisión mecánica, cuatro teclados manuales, pedalera completa, más de cincuenta registros y casi tres mil tubos.
Puesta tal paleta en manos y pies de Arturo Barba, la Chacona en Fa menor se convirtió en uno de los momentos álgidos del concierto, por el exquisito trabajo de armonía y timbre desarrollado por el organista valenciano. Nuevamente, una enorme templanza primó en su arranque, con una lentitud que densificó la música de tal modo, que nos puso en la estela de lo que, siglos después, sería Pari Intervallo (1976), de Arvo Pärt: otro fascinante ejercicio de textura a través de la armonía. Como en el compositor estonio, en Pachelbel ha destacado Barba la dimensión espiritual de la partitura, dibujando con precisión las capas que se superponen en la estructura de esta Chacona.
Por todo ello, ubicar como cuarto compositor del programa a Johann Sebastian Bach tenía toda la lógica, y de entre la extensa producción del Kantor, un buen conocedor de la música de Bach, como Arturo Barba (que la ha estudiado, entre otros, con Ton Koopman), seleccionó para su recital el Preludio y fuga en La menor BWV 543 (1708), partitura en cuyo preludio Barba nos dejó apuntes de que el pedalero, como lo había hecho en Pachelbel, tendría un peso muy especial para cimentar el bajo continuo y dotar de peso a su lectura, marcada por una claridad especialmente virtuosística tanto en la cadencia como en una coda de amplitud y respiración cuasi orquestal.
Pero lo más intrincado, polifónicamente complejo y subyugante de este BWV 543 fue su fuga, con sus hasta cuatro partes construyendo un entramado contrapuntístico que pudimos seguir nota a nota gracias a la transparencia expositiva de Arturo Barba, ya desde la entrada de la segunda voz. En las partes escritas para manual bajo, Barba Sevillano dejó los compases más poéticos e intimistas de la fuga, marcados por un infinito anhelo de luz desde un juego de voces más despojado, así como pautado nota a nota en su ascenso armónico: antesala de recogimiento antes de desbordar un final apoteósico, propio de un bachiano de pro, como lo ha demostrado ser Arturo Barba.
No menos lo fue Felix Mendelssohn, así que el paso del Preludio y fuga en La menor a su Sonata en Do menor, Op. 65 nº2 (1831-44) no sólo resultó de lo más consecuente, sino que le permitió a Arturo Barba el llevarnos ya al siglo XIX. Los ecos bachianos no se dejarían escuchar de forma más rotunda hasta el Adagio, pues el inicial Grave lo ha pintado Barba a la acuarela, con el lirismo y la elegancia consustanciales a los Mendelssohn, enfatizando la suavidad y el recogimiento, lo sedoso que también puede llegar a ser el Gran Órgano Grenzing del Palau. Tras un orquestal, masivo y contrapuntístico Adagio, digno heredero del Kantor, el Allegro maestoso e vivace fue planteado como síntesis de los movimientos precedentes, ampliados por un uso más heterogéneo de los registros y un especial énfasis en el pedalero. Entre lo lírico y lo aguerrido, del flautando a los ecos de la trompetería, en el final de esta Sonata nos dejó Barba un soberbio cambio de tono al pasar a la Passacaglia en Do menor, otorgando un nuevo giro armónico e insuflando direccionalidad para firmar una gran lectura.
De las exitosas giras de Mendelssohn por Inglaterra (en las que tanto interpretó la música de Bach) nos quedan críticas (como la publicada por la revista Musical World en 1838) en las que se muestra el deslumbramiento de los británicos por el uso tan novedoso e independiente que Mendelssohn realizaba de los pedales del órgano. Algo de esa fascinación parece haber quedado latente en los imaginarios de los organistas formados en Londres, pues en 1962 el compositor y organista australiano Georg Thalben-Ball firmaba su estudio para pedalero Variations on a Theme by Paganini, obra efectista y menor que, atendiendo al año de su creación, palidece ante partituras coetáneas como Volumina (1961-62), de György Ligeti, o Improvisation ajoutée (1962), de Mauricio Kagel, como lo haría ante las piezas para órgano de Olivier Messiaen, por lo que es una pena que no se hubiese aprovechado la ocasión para mostrar las verdaderas excelencias en el género (como lo fueron las de Bach y Mendelssohn en su tiempo) que nos regaló el siglo XX. Si lo que queremos es revisitar a Paganini, en las variaciones de Brahms y Rachmaninov encontraremos mucha más sustancia, lo que no quita el que aplaudamos el enorme y minucioso trabajo de Barba en los pedales.
El programa se cerró con otro ejercicio de efectismo, el compuesto por Louis Vierne en su célebre Carillon de Westminster, Op. 54 nº6 (1927), pieza de lucimiento que no suele faltar en un recital de este tipo. En la versión de Arturo Barba destaca el continuo juego de primeros y segundos planos, así como las capas de resonancias que construye con el soberbio Grenzing. Lo más interesante de su lectura vino de los trasfondos más esfumados y cromáticos, con una nebulosa armónica que, buscando una analogía en la pintura, nos recuerda a los lienzos londinenses de Claude Monet, sobre cuya vibración del color Arturo Barba hizo emerger las primeras voces melódicas con notable rotundidad, remedando al campanario de la abadía aledaña al parlamento británico. Con pompa y el órgano del Palau en todo su esplendor, concluía un recital muy concurrido y aplaudido, en el que Arturo Barba nos reservó, como encore, la Danza del “Acha”, partitura anónima del siglo XVII con la que el músico valenciano reactivó, el pasado 5 de octubre, el Gran Órgano Grenzing tras sus cuatro años de silencio y puesta a punto.
Con esta partitura española, incluida en el manuscrito Flores de música (recopilación efectuada entre 1706 y 1709 por el franciscano y organista catalán Antonio Martín y Coll), finalizaba el concierto lanzándose un nuevo guiño a la música hispana del Barroco, dejándonos Arturo Barba muy buenas sensaciones a nivel de técnica, fraseo, musicalidad y dominio del color por medio de los registros de un órgano que, sin duda, seguirá protagonizando veladas tan exitosas como la disfrutada el pasado 14 de abril en Valencia: efímera capital de una República Española de cuya proclamación se cumplían, precisamente, noventa y tres años el día de este concierto.
Paco Yáñez
(Fotos: Paco Yáñez)