VALENCIA / Anna Rakitina, maestra sin tontería
Valencia. Palau de la Música. 3-IV-2024. Denis Kozhukjin, piano. Orquestra de Valencia. Anna Rakitina, directora. Obras de Beethoven y Rachmaninov.
Triunfador en dos concursos tan punteros como los de Leeds (Tercer premio, 2006) y el Reina Elisabeth de Bruselas (Primer premio, 2010), el ruso Denis Kozhukjin (1986) es un grande del piano contemporáneo. A su poderío técnico, arraigado en lo mejor de la Escuela soviética –fue alumno de Bashkírov en Madrid–, añade un vigoroso temperamento expresivo que casa como anillo al dedo con el repertorio más virtuosístico y aparatoso. Lo puso bien de relieve en su penúltima visita al Palau de la Música de València, cuando tocó –mayo 2018– el Tercero de Rachmaninov junto con la Orquesta de Cadaqués dirigida por Vladimir Ashkenazy. Ahora ha regresado a la capital del Túria para interpretar una obra tan lejana a su naturaleza artística y pianística como el Primero de Beethoven. Contó con el acompañamiento un poco a remolque de la moscovita Anna Rakitina (1989), maestra que sí lució quilates y oficio en las Danzas sinfónicas de Rachmaninov que completaron el programa.
Lejos de los aires clásicos, casi mozartianos, que definen el Primer concierto para piano de Beethoven, Kozhukjin opta por una visión más plenamente romántica. Incandescente más que evocadora. Consistente más que fluida y natural. Así, el Allegro con brio inicial se escuchó convertido en un “Presto con eccessivo brio”, mientras que al rondó final le faltó ligereza, humor, chispa y cuadratura métrica. Lo mejor, llegó en el movimiento central, donde Kozhukjin se explayó conmovedoramente en las hipnóticas lentitudes del tesoro beethoveniano. Con todos los peros y discrepancias que se quieran, fue un Beethoven cargado de argumentos e ideas propias, marcado por la categoría imbatible de un pianista de primera. Pero el mejor Kozhukjin, el artista absoluto capaz en un instante de replegar su pianismo a la sencillez más tierna e infantil, llegó en el bis, en la simplicidad dramática de El entierro de la muñeca, octava pieza del tesoro poco conocido que es el Álbum para la juventud de Chaikovski, veinticuatro páginas nacidas en 1878 a la sombra de las de Schumann y Mendelssohn-Bartholdy. Para quién quiera disfrutar de este maravilloso tesorito, otro tesoro, una recomendación de amigo melómano: la imaginativa y oculta grabación que protagonizó Esteban Sánchez en 1968 (ENSAYO).
Anna Rakitina es maestra sin tontería. Rigurosa, profesional y con una carrera junto con algunas grandes orquestas –sinfónicas de Chicago y Boston, entre otras–. En el podio se revela segura y comunicativa. Gesto claro, va al grano. Sabe lo que quiere, y cómo conseguirlo. Trabaja y dirige minuciosamente, sin dejar nada a la improvisación. Incluso en una obra de tanta envergadura sinfónica y aliento romántico como las Danzas de Rachmaninov, no deja detalle al albur. Tiene personalidad, formación y carácter, que crecerá y aún se afianzara cuando la madre experiencia marque impronta. Calibró con tino las enormes dinámicas y voluptuosidades orquestales de una obra tan extraña y bien escrita como las Danzas sinfónicas cuya escucha, pese al espectacular final “Viva Cartagena”, siempre deja la impresión de que algo falta en ellas. Buena y bien trabajada versión de la Orquestra de Valencia, con intervenciones solistas de tanto mérito como las del flautista Salvador Martínez. Éxito justo y bien merecido. De la Orquesta de Valencia, de Denis Kozhukjin, y de Anna Rakitina, que disfrutó del aplauso entusiasta de todos: del público que casi abarrotó las 1.800 localidades de la Sala Iturbi, pero también de los propios profesores de la Orquestra de Valencia, quiénes sin levantarse de sus asientos, se sumaron hasta la enésima salida a saludar a la ovación general.
Justo Romero
(foto: Live Music Valencia)