Una sorpresa en Brno
Brno, hace unos días, 3 de diciembre. Tras una excitante reunión de expertos en Janáček en la Universidad, el joven director de orquesta Robert Ferrer, integrado especialmente bien entre los checos, me lleva a un inesperado espectáculo en el Narodní na Orlí, el Teatro de la calle Orlí, en pleno centro histórico. Les adelanto palabras de los propios responsables de este espectáculo que gira por ciudades y países:
“El Ensemble Marijan, el Trío ISHA y la cantante y actriz mexicana Carmina Escobar juntan sus fuerzas en el nuevo proyecto multimedia con autoría del trío compuesto por Sára Medková, Ivo Medek y Vít Zouhar. La representación la dirige el artista esloveno Rocc con video de Lukáš Medek y continúa el proyecto multimedia TASTRES, homenaje a la ceremonia del té. La ceremonia del café de MarISHA se inspira libremente en la conocidísima pieza Maryša, de Alois y Vilén Mrštík (1894)”.
Rocc es un artista de enorme imaginación escénica. Su vocación por Brno lo llevó durante años a la dirección del Festival Janáček. Hay en ese entrevero de fragmentos culturales algo más que una mezcla y algo menos que un apunte de método, ni siquiera de universo. El sonido es puro sonido, pero se convierte en música; el piano de Sára Medková, reputada pianista checa en el repertorio clásico, trata aquí de sugerirnos que estamos en una pieza minimal; la intervención de la mexicana Carmina Escobar (mexicana residente en Los Angeles, pura investigación puro experimento) se niega a la antropología y podría (acaso) preferir los Tarahumara de Artaud a las evocaciones de la colonia. El disfraz se sugiere diabólico, pero no lo puedo asegurar. Nada se puede asegurar de un espectáculo en el que recitado, instrumentos, voz hablada y voz cantada y voz gritada, más también megafonía, fonografía, lo grabado y lo gritado. Y, atención, la iluminación, que nunca es cegadora pero que a menudo es diáfana, y que pronto se sumerge en la tiniebla, casi en la oscuridad. Las imágenes, en vivo y en video, se suceden en un desafío al público, no para que renuncie a significados que nadie plantea para luego ocultarlos (Rocc no es así, no es ese su sistema teatral de signos), sino para que cada propuesta sea un estímulo. El espectáculo es eso: esa acumulación de signos, olvidado o preterido cada uno por la fuerza del siguiente. No hay dramática en la medida en que no hay enfrentamiento clro. Hay enfrentamiento en la medida en que los que se enfrentan no son personajes. Hay personajes en la medida en que la intuición nos guía, por la fuerza de nuestro imaginario, hacia la individualidad de esto o aquello, de éste o aquél. Cómo ignorar la individualidad de (el piano, el violonchelo, la flauta, la percusión).
Pero cómo ignorar en tanto que individualidad la rotunda presencia de Carmina Escobar, su rostro dibujado, su grito como arte que penetra, su canto-negación del canto. Y aun así, ese rostro individual no es individuo. ¿Tiene esto que ver con eso que Jung llamó el inconsciente colectivo? Qué importa que ese concepto esté hoy desacreditado y tenga más que ver más con el arte que con la historia o lo que se refiera al hombre, la tribu, la organización política. Si el invento jungiano ha quedado para eso, ya ha servido para algo. Ahora, cuando sabemos que el “complejo de Edipo” de su traicionado maestro es una bella metáfora de carácter nada universal, no generalizable. Ella, artista en medio de un mundo centroeuropeo que parecería ajeno, es el punto de diferencia que precisan las armonías que no solo no son convencionales, sino que además se atreven a cruzar la línea de fuego de los signos de cada cultura (si bien, es sabido, cada cultura tiene varias culturas que a su vez tienen signos: no, no es confusión, solo se trata de evitar que la tribu trate de llamarse nación, quién sabe si Rocc no sabe mucho de esto, si no lo ha vivido al ser de uno de esos pequeños países balcánicos resultado de una catástrofe, de un tsunami en el que oligarquías provincianas fingieron el fulgor fugitivo de las naciones).
Espectáculos como MarISHA sirven para hacerse preguntas, no para que el escenario las plantee a fin de responderlas. El ceremonial es tan importante que corre el peligro de perder la atención de parte del público o de fascinar a otra parte. Tal vez sin términos medios. No hay fascinación, sino algo muy distinto: la certidumbre de que una pieza de música así, imagen, actuación y auténtica performance, contiene una riqueza propia que insinúa y estimula.
Santiago Martín Bermúdez