MADRID (ORTVE) / Una ‘Golondrina’ de vuelo rasante
Madrid. Teatro Monumental. 24-V-2019. Giacomo Puccini: La rondine. Elena Mosuc, Roberto Iuliano, Olena Sloia, Marius Brenciu, Juan Manuel Muruaga. Orquesta y coro de RTVE. Dirección: Miguel Ángel Gómez Martínez
Uno de los mayores aciertos de la segunda etapa de Miguel Ángel Gómez Martínez al frente de la orquesta y coro de RTVE (etapa que está a punto de concluir; lo hará en apenas una semana, con una Gala Lírica) ha sido la programación de las tres óperas ‘malditas’ de Giacomo Puccini. En la temporada 2016/17 el maestro granadino subió al escenario del Monumental (siempre en versiones de concierto) Le villi (1883) y Edgar (1888), las dos primeras incursiones en el género del compositor toscano, dos partituras muy estimables que revelan a un joven genio en plena búsqueda de un lenguaje propio (no tardaría en encontrarlo, con Manon Lescaut). Con La rondine, sin embargo, nos hallamos ante un Puccini de plena madurez, quien ya ha cosechado los mayores triunfos de su carrera (Bohème, Tosca, Butterfly) e indaga nuevos caminos para renovar su lenguaje sin renunciar a sus señas de identidad ni abjurar de ellas. La rondine surge así, a partir de un encargo llegado desde Viena en 1913 (a instancias del mismísimo Franz Lehár) para componer una opereta, género todavía en pleno auge en aquellos tiempos postreros del imperio austrohúngaro. En un principio Puccini se sintió tentado por la idea de adaptar su acreditado estro lírico a las exigencias del estilo ligero de las obras de la familia Strauss, pero toda una serie de vicisitudes personales, profesionales e históricas (entre las que hay que situar en primer término el inesperado estallido de la primera Guerra Mundial) hicieron que el proyecto de La rondine no solo se viera demorado, dilatado y alterado, sino que el propio Puccini fuese perdiendo paulatinamente el interés en el mismo, algo que afectó de lleno a la propia partitura, cuyo tercer y último acto baja considerablemente, en interés dramático y musical, respecto a los dos primeros. Estrenada finalmente en Montecarlo en 1917, el éxito inicial de La rondine no obtendría continuidad, y desde entonces esta golondrina de alas quebradas ha sido la auténtica cenicienta del catálogo de su autor. Algo notoriamente injusto, pues si bien no alcanza la perfección de sus grandes creaciones, la partitura de La rondine revela en muchas ocasiones al mejor Puccini, al consumado melodista y al mago del colorido y la textura orquestales, capaz de seducirnos y ponernos al borde de la lágrima con irresistibles giros melódicos y armónicos. Y ahí están para corroborarlo páginas tan memorables como el aria ‘Chi il bel sogno di Doretta’ (casi al comienzo de la obra) o todo el segundo acto, una lujuriante explosión valsística en la que Puccini, disfrazado gozosamente de Johann Strauss, nos regala algunos de sus coros más impactantes y, por supuesto, esa joya de su catálogo que es el conjunto ‘Bevo al tuo fresco sorriso’, que todavía sigue arrebatando al público de nuestros días, como se puso de manifiesto en la reacción del normalmente apático público del teatro Monumental de Madrid.
El principal problema de la versión que ha podido escucharse en Madrid reside precisamente en su versión no escenificada; porque, si hay un autor de óperas que demanda la escena, ese es Puccini. Ofrecer una obra del maestro de Lucca (por muy menor o juvenil que sea) en versión de concierto supone desnaturalizarla, privarla de su sustancia primordial y condenarla a una exhibición de bellezas musicales que hay que brindar con extrema perfección para que el edificio, despojado de uno de sus contrafuertes principales, se sostenga. Gómez Martínez es un acreditado pucciniano, y hay que elogiar sin reservas la cuidada labor llevada a cabo (con partitura en su podio, algo raro en él) para sacar adelante una partitura engañosamente ‘ligera’; y, aunque es posible que a la ORTVE le faltara en determinados momentos el sonido mórbido y contrastado que exige La rondine, en líneas generales la dirección fue competente, segura de tempi y bien concertada, con buenas prestaciones por parte de todas las familias instrumentales, con especial mención para la sección de viento-metal, una de las glorias hoy por hoy de la ORTVE. Es cierto que en determinados pasajes -en especial en el segundo acto, donde Puccini introduce al coro y pone en juego todas las fuerzas orquestales- la batuta no logró un completo equilibrio entre la orquesta y los cantantes, que en determinados casos resultaban prácticamente inaudibles, pero el balance final fue positivo, y hay que felicitar por ello a los filarmónicos radiotelevisivos.
El elenco estuvo encabezado por la veterana soprano rumana Elena Mosuc, quien fue lo mejor de un reparto del que a ultima hora se cayó el programado tenor americano Carl Tanner, quien debía interpretar a Ruggero. Pese a su veteranía (55 años cumplidos), Mosuc conserva casi intactas las cualidades que hicieron de ella en los años noventa una muy estimable lírico-ligera. Su voz sigue careciendo de peso en el registro inferior, pero fue la única que resistió los embates de la orquesta y demostró cualidades de pucciniana de raza. Mosuc brindó algunos de los momentos más memorables del concierto, exhibiendo una variada panoplia de filati, sfumature y messa di voci para delicia de los gourmets canoros. El público así lo reconoció, otorgándole la ovación más intensa de la noche. El italiano Roberto Iuliano sustituyó in extremis a Carl Tanner, sin tiempo para ensayar ni prácticamente para calentar la voz, y hay que reconocer el esfuerzo, pues el papel de Ruggero demanda, sobre todo a partir del segundo acto, cualidades de auténtico tenore di forza pucciniano. Iuliano, que no posee una voz especialmente atractiva y tiende a regular mediante un excesivo y molesto vibrato, aguantó hasta el final, e incluso se creció en sus comprometidas intervenciones en el último acto, más intimista. El público premió con generosidad su esfuerzo. La pareja cómica (Lisette y el poeta Prunier) fueron defendidos con solvencia por la soprano ucraniana Olena Sloia, de voz ligera muy adecuada para el papel de la pizpireta criada Lisette, y el tenor rumano Marcus Brenciu, quien brindó un Prunier bien cantado, de línea estable y buena dicción, si bien algo escaso de volumen, como pudo demostrarse en ciertos momento en los que la orquesta volvía inaudible su canto. Manifiestamente mejorable el Rambaldo del bajo Juan Manuel Muruaga (de voz situada en el cogote), y suficientes las prestaciones de los episódicos comprimarios. El coro de RTVE tuvo oportunidad de lucirse en el efervescente segundo acto, y no desaprovechó la misma, cuajando un notable actuación.
El público respondió con descriptible entusiasmo ante una partitura que siempre sorprende a quien se acerca por primera vez. Sin duda el concierto del pasado viernes ha sido un más que digno broche a la segunda etapa de Gómez Martínez como director titular de la ORTVE. A partir de septiembre, Pablo González toma el relevo. Atentos.