Una buena noticia y unas cuantas dudas
El nombramiento de David Afkham como director titular de la ONE es una buena noticia que, aun abriendo una puerta a la esperanza para la formación sinfónica, requiere de unas cuantas matizaciones debidas al lamentable estado interno en que ha quedado la centuria tras el desencuentro vivido entre sus miembros, su anterior director artístico y el propio Afkham mientras este ha sido, por razones administrativas, simplemente director principal. Las causas no resueltas de ese desencuentro nacen en parte de la laxitud del hoy director titular, que ha reconocido su déficit de autoridad en una etapa que ha llevado a situaciones artísticas y profesionales indeseadas, bajas laborales, recolocaciones indebidamente justificadas, amenazas y depresiones. No es de extrañar, por tanto, la mala valoración que los propios músicos hicieron de las gestiones artística y musical de la orquesta en encuesta interna.
No basta brindar al sol, decir que pelillos a la mar y anunciar, por enésima vez, que hay que hacer giras, abrir la orquesta a nuevos públicos y crear academias para jóvenes intérpretes a la manera de lo que más nos guste. Seamos serios y empecemos por el principio, es decir, por convencer a los músicos de que, en efecto y de verdad, se abre un nuevo periodo que debe enlazar moralmente con aquel que nunca debió interrumpirse en su desarrollo artístico y ético, es decir, el que iniciara Josep Pons y del que David Afkham debía ser continuador. No olvidemos que el alemán es un magnífico director de orquesta, uno de los mejores de su generación, y que tenerle al frente de la ONE fue, es y debiera seguir siendo una suerte. Pero antes de nada hay que recomponer los destrozos, volver a construir los puentes y ganarse la confianza de unos profesores que no se merecían lo que les ha sucedido y que podrían no fiarse. Por eso sorprende un poco que manifieste que “se han tomado decisiones respecto a los músicos que creo acertadas, pero que quizá no se han hecho con las formas correctas”. No será fácil explicar a varios de esos músicos —entre ellos algunos de los mejores primeros atriles de la orquesta y, no por causalidad, piezas fundamentales en el periodo Pons— lo correcto de su ostracismo mientras de paso se afirma con alegría que hay que traer del extranjero a los mejores músicos españoles. En todo caso, cada una de las partes deberá aportar lo necesario para que la muestra de sentido común que supone la continuidad de Afkham no caiga en el saco roto de la falta de confianza, del resentimiento o, lo que es peor, del cansancio, estado actual de parte de lo más valioso de la plantilla de la orquesta.
En los próximos meses deberá elegirse un director técnico, un gestor conocedor de la realidad de las orquestas y de esta orquesta en particular que complemente y facilite en lo organizativo el trabajo del director titular. Es de suponer que habrá buenos candidatos a pesar de las dificultades propias del caso y que quienes se encarguen de valorar los proyectos de los aspirantes hilarán muy fino respecto a lo que la ONE necesita, a su potencialidad, a sus carencias y a sus objetivos.
Finalmente pero no menos importante es la necesidad de resolver el estatuto de los profesores de la ONE con imaginación y buen criterio. Racionalizar y clarificar las modalidades de contrato que conviven en la orquesta y cubrir las plazas que sean necesarias con criterios verdaderamente profesionales y transparentes. Y ello en el contexto de lo que habrá de ser la nueva ley que regule el funcionamiento del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, cuyo diseño se ha iniciado pero que pudiera quedar varada por mor de la agenda política que nos espera.
(Editorial publicado en la revista SCHERZO, nº 349, de marzo de 2019)