Un recuerdo emocionado de Renata Scotto
Renata Scotto fue, junto a Raina Kabaivanska, la mejor cantante-actriz de una generación en la que compartió repertorios y espacios musicales con otras dos sopranos de inevitable recuerdo: Mirella Freni y Montserrat Caballé.
Scotto era de Savona, en la costa ligur del noroeste italiano, donde nació el 24 de febrero de 1934. Tras su temprano debut con 16 años en un recital en Piacenza, en 1952 subió por primera vez a un escenario teatral. Lo hizo en su ciudad natal y con una obra crucial en su carrera: La traviata. A su lado, el Alfredo de Angelo Lo Forese.
A partir de ahí, Scotto inició una actividad que, gracias a su inteligencia y a sus grandes dotes actorales, le permitió transitar de un repertorio de lírica y lírico-ligera a entidades de soprano dramática de agilidad y spinto. Partes que a menudo exigían mucho de sus medios naturales, pero que la cantante superaba a través de un fraseo incisivo y un trabajo detallado en la psicología del personaje. En ello siguió el modelo de Callas, con quien llegó a coincidir como Glauce en la célebre grabación de Medea de 1957. Pocas semanas antes había sustituido a la Divina en una Sonnambula en el Festival de Edimburgo, lo que supuso un importante espaldarazo para su carrera internacional. También por aquellos años se encontraría con la otra gran diva del momento, Renata Tebaldi (en el papel travestido de Walter en una recuperación de la Scala de La Wally de Catalani), a la que le uniría su lirismo típica y singularmente italiano.
En su primera etapa profesional, italiana sobre todo, actuó mucho al lado de Alfredo Kraus, llegándoseles a considerar como una pareja ideal. De hecho, se dice que el tenor canario la llevó a Scotto ante su profesora Mercedes Llopart para que le ayudara con algunos problemas que se le iban planteando con las notas más agudas.
Se da casi por cierto que, en un momento de su carrera, huyendo de la complicada situación sociopolítica de su país, Scotto se instaló en Estados Unidos, desplegando sobre todo desde el Met una actividad extraordinaria. Tras su presentación norteamericana en Chicago y Nueva York con su infalible Cio-Cio-San, en 1965 iniciaría con el Metropolitan una colaboración continua a través de la cual fue paulatinamente ofreciendo entidades líricas y ligeras hasta entonces asociadas a ella (Mimì, Adina, Gilda, etc.) para luego pasar a otras más exigentes, como Gioconda, Lady Macbeth, Leonora de Aragón, Francesca de Rimini o Adriana Lecouvreur. En este amplio periodo profesional contó a su lado a menudo con la presencia de otro tenor español: Plácido Domingo.
Scotto cantó en todas las temporadas operísticas españolas, y merece la pena recordar, por sus especiales condiciones, que en la Valencia anterior a Les Arts fue Alice Ford de Falstaff en 1993, acompañada por glorias como Giuseppe Taddei y Fiorenza Cossotto, en medio de las cuales destacó el exquisito Fenton de José Bros. Un escaso testimonio de quien fuera una encantadora Nanetta.
La amplitud del repertorio de Scotto estuvo acorde con su dilatada presencia ante los públicos. Encarnó a las mozartianas Vitellia y Anna, a la Fedora de Giordano, la Charlotte de Massenet, varias heroínas rusas (en italiano), alemanas (id), alguna francesa en su idioma original (Marguerite de Gounod), dos muchachas meyerbeerianas (Isabella en buen momento, Berhhe algo tardía), Giulia de Spontini… Atenta preferentemente a Bellini (las tres principales, más Zaira y Alaide), muy poco a Rossini (pese a dejar una Fanny de La cambiale de referencia), algo a Donizetti (Lucia por supuesto, más Maria di Rohan, la Bolena, Norina y Adina), Verdi (de Giselda a Abigaille) o Puccini, de quien interpretó a todas sus “muchachas”, excepto Tigrana y Turandot. En su última madurez fue, de forma inesperada, la Marschallin de El caballero de la rosa de Strauss, de quien llegó a interpretar en recital algunos de sus Lieder más conocidos. Scotto fue una recitalista hasta sus años postreros de actividad y, claro está, también se midió con páginas concertísticas, con especial mención del Requiem verdiano.
Como profesora de canto e interpretación, Scotto figura en los currículos de varios cantantes hoy en activo que presumen de sus enseñanzas. No acabó ahí su relación con la ópera: directora de escena de títulos a ella asociados (Butterfly o Lucia), se dirigió a sí misma en La voz humana de Poulenc y en La Medium de Menotti.
Contemporánea de la época más floreciente de la discografía y de los albores de las grabaciones videográficas, Scotto nos deja un legado tan extenso como impagable, siempre digno de atención. Resulta difícil destacar alguno de esos productos. Aquí van, sin embargo, algunas sugerencias: Rigoletto (1960) con Kraus, Cossotto, Bastianini, Gavazzeni; Madama Butterfly (1968) con Bergonzi, Panerai, Barbirolli; Turandot (1965) con Nilsson, Corelli, Giaiotti, Molinari-Pradelli; La Traviata (1981) con Kraus, Bruson, Muti (donde de siervo de Flora hace un no acreditado Giuseppe di Stefano).
En imágenes, nos quedan indelebles recreaciones de sus afortunadísimas Gilda y Lucia, además de Luisa Miller, Desdemona, Adina… pero es de obligada mención una Manon Lescaut de 1980 desde el Metropolitan, al lado de Domingo y con Levine en el foso, en un magnífico montaje de Gian Carlo Menotti. Scotto al máximo de sus posibilidades, que eran muchas.
Fernando Fraga