Un momento delicado para la música en Europa
La presencia en SCHERZO este mes del compositor Thomas Adès sirve también, además de para conocer mejor a uno de los creadores más interesantes de nuestro tiempo, para poner de relieve unos cuantos aspectos del devenir de lo que llamamos música clásica en los últimos años y que afectan a aspectos estéticos y técnicos de la misma tanto como a cuestiones que tienen que ver con la inspiración y con el negocio, con la política también. Así, Adès aparece como el producto más reciente de la singular evolución de la música británica, del tiempo pasado desde el llamado Grupo de Mánchester hasta la realidad de una suma de compositores que han sido fieles a sus valores individuales, han recibido el reconocimiento de los aficionados y la crítica de su país y están triunfando internacionalmente con una obra que no niega en ningún momento su capacidad de comunión con el mundo presente, su anhelo por compartir la experiencia propia con quienes los escuchan. Asumen así, como lo han hecho igualmente los compositores nórdicos de su misma generación, el a veces denostado ejercicio de hacerse entender sin renunciar a eso que llamamos arte.
Lo que, como en política, pudo llamarse en su día tercera vía, camino intermedio entre la vanguardia más o menos histórica y la siempre presente vuelta al pasado romántico, fue entendido desde el principio por el mercado de la música clásica. Programadores, agentes y casas de discos vieron que con compositores como George Benjamin —en cierta manera el precursor—, Mark-Anthony Turnage, Julian Anderson o Thomas Adès cobraba carta de naturaleza una música que superaba las contradicciones de la vanguardia mientras se servía con toda naturalidad de sus mejores logros, incluía en sus preocupaciones temáticas desde la ciencia a la vida diaria, la gran literatura y las obsesiones mediáticas y su lenguaje recuperaba esa emoción que a veces se quedaba por el camino del análisis. Valga, solo en el terreno de la ópera, citar un par de obras que hoy son no ya piezas maestras sino verdaderos clásicos de nuestro siglo: Written on Skin de Benjamin y The Tempest del propio Adès.
Los nombres citados y otros cuantos más han conseguido que la música británica se asomara al exterior como no lo había hecho desde Benjamin Britten. Y su éxito llegaba también por otras vías que resultaban esenciales, como, por ejemplo, el peso entre los aficionados de todo el mundo de la hoy peligrosamente cercada BBC o la constante presencia en giras —en España lo sabemos bien— de las orquestas. Igualmente, una hasta ayer boyante industria discográfica, apoyada en ocasiones por The Arts Council tanto como por patrocinadores privados, colaboraba a esa difusión sin la cual sería imposible imponer una presencia que hoy se extiende por todas partes como muestra de lo que han sido décadas de vitalidad, de libertad de planteamientos creadores y de consideración de la cultura como un elemento estratégico.
Las cosas, sin embargo, están cambiando desde que se anunció la salida de Reino Unido de la Unión Europea. El Brexit inquietó primero y ahora atemoriza a músicos y contratadores que ven cómo es necesario llegar a un compromiso que permita la circulación sin obstáculos añadidos de los músicos británicos por el continente y viceversa. El ejemplo de Simon Rattle solicitando la ciudadanía alemana, una gestión rápida para quien lleva ya muchos años residiendo allí, mientras mantiene naturalmente su pasaporte británico y es director titular en Londres y designado en Múnich, es todo un síntoma a tener en cuenta. Precisamente mientras escribimos este editorial, el gobierno de Boris Johnson era instado a responder a esta cuestión por parte del compositor Michael Berkeley —Lord Berkeley de Knighton— en la Cámara de los Lores.
Como en lo que respecta a cualquier otra industria, la de la música clásica española tiene unos lazos privilegiados con Reino Unido. Programadores y agentes, solistas, cantantes y orquestas están razonablemente preocupados porque a los obstáculos de la pandemia —estos días están llenos de cancelaciones británicas— se unan la falta de previsión o el desinterés de los gobernantes por la cultura en forma de olvido de lo que nunca pareció demasiado relevante a la hora de organizar el Brexit. ¶