Un buen momento
En España conviven desde siempre dos tendencias opuestas a la hora de juzgarnos a nosotros mismos: la que nos hace creer en una grandeza sin límites y la que nos lleva a una inconsolable conciencia de fracaso permanente. Por eso nunca está de más echar un vistazo a lo que, en la música, que es lo que nos ocupa, se nos está proponiendo últimamente, casi siempre con muy buenos resultados y en la mayoría de los casos con estándares de calidad que ya no necesitamos equiparar con semejantes intentos foráneos, entre otras cosas porque en ellos están también muchas veces instituciones españolas, así en las coproducciones de algunos de los teatros de ópera de nuestro país.
Viene ello a cuento porque en estos días vivimos un estupendo momento en la escena operística española que, en cierta manera, ayuda, además —o debiera hacerlo— a que finalmente se conjuren los miedos nada injustificados frente a las consecuencias que la pandemia iba a tener en el mundo del espectáculo. Cuando se redacta este editorial acaba de estrenarse en el Teatro Real una producción de La nariz de Shostakovich —a lo que hay que añadir el apasionante programa sobre las acusaciones de formalismo a su autor que proponía el Círculo de Bellas Artes— en la que el coliseo madrileño ha colaborado con la Royal Opera House, la Komische Oper Berlin y Opera Australia. La Ópera de Tenerife acaba de proponer, en producción de Opéra de Lille, Opéra de Rennes, Fondation Royaumont y Théâtre de Caen —es decir, tres teatros pequeños pero imaginativos y un patrocinador bien dispuesto—, nada menos que Der Zwerg de Zemlinsky en un intento bien cumplido por ir más allá de las programaciones a veces tan inevitablemente necesarias —audiencias mandan— que suelen afligir al aficionado con un horizonte más amplio. El Maestranza sevillano recupera la celebrada producción de La vida breve de Falla de Giancarlo del Monaco pero es capaz de añadirle el atractivo suplementario de la presencia en el foso de uno de los directores españoles más en alza: Lucas Macías. Al mismo tiempo, el Gran Teatre del Liceu estrena Alexina B. de Raquel García-Tomás, un proyecto que nace del apoyo privado —una Beca Leonardo a Investigadores y Creadores Culturales 2020 de la Fundación BBVA— y se justifica plenamente de cara al público con el éxito de la anterior ópera de su autora, Je suis narcissiste, estrenada en su día en la programación del Teatro Real. Y ya sabemos lo que para un creador significa para la continuidad de su obra en progreso que un éxito no sea flor de un día. Y, para concluir por ahora, La Zarzuela recupera La violación de Lucrecia de José de Nebra. No está mal en un mes.
Hablamos de ópera, de teatros, pero la actividad de las orquestas españolas muestra, igualmente, una voluntad de superación de la crisis que se traslada a programaciones que han de transitar entre la necesidad de que vuelva el público fiel y la no menos imperiosa de que este se renueve, quién sabe si repensando los intentos “pedagógicos” tan necesariamente revisables en un mundo tan cambiante en el que los jóvenes no pueden ser convencidos hoy con las razones de siempre y mucho menos a golpe de esa mitomanía del clásico a veces tan contraproducente. Y tampoco habría que dejar de citar el auge de dos aspectos de nuestro arte que han cobrado cada vez mayor protagonismo entre nosotros: los ciclos de música antigua y los de música contemporánea. Cada vez son más potentes unos y otros y atraen a más públicos que encuentran en esos ámbitos más especializados una suerte de alternativa a lo que ellos seguramente llamarán “lo de siempre”. No es casualidad cuando, como hemos dicho tantas veces en Scherzo, es tan llamativa la creciente calidad de los intérpretes españoles en ambos dominios.
Y permítannos cambiar de tercio para concluir este editorial. Hace unos meses recomendábamos como posible solución a una parte de sus males la conversión del INAEM en una fundación pública, es decir, en la misma condición recientemente otorgada por el Consejo de Ministros al Teatro Real, equiparándolo así al Museo Nacional del Prado, al MNCA Reina Sofía y a la Biblioteca Nacional de España. Un golpe maestro por parte del Real y una muestra del desinterés del Ministerio de Cultura por alguna de sus instituciones propias. Queda la posibilidad de la Agencia Estatal pero, dada la perfectamente descriptible actitud del ministro Iceta respecto de la música y la cercanía de unas elecciones que impiden a los políticos pensar en otra cosa, no es como para hacerse ilusiones. Que lo resuelvan los que vengan, si quieren. En eso, desgraciadamente, sí estamos como siempre. ¶
[Imagen superior:
Escena de Alexina B. de Raquel García-Tomás en el Teatre del Liceu.
Foto: A. Bofill]