Un barítono siempre italiano
Probablemente el nombre de Rolando Panerai está bien presente en el recuerdo de los aficionados por haber formado parte importante en la carrera de Maria Callas. Suele ser ésta una de las reglas no formuladas del destino: la de reflejar el brillo de la estrella más cercana. Pero Panerai tuvo su propio y soberano valor. Nacido en 1924 cerca de Florencia, Panerai fue un cantante de amplios vuelos por el repertorio pulsado y por la extensión temporal de una carrera que se inició en Nápoles en 1947 (con un papel tan principal como el del Faraón rossiniano) y se extendió hasta los primeros años del nuevo siglo. En 2000 era aún capaz de dar presencia y personalidad en el Garnier parisino a un Don Alfonso de Cosí mozartiano, en toda una lección de profesionalidad a los más jóvenes que le rodeaban (Barbara Frittoli o Michael Schade entre ellos). Ese mismo año se le pudo ver en Tenerife en El matrimonio secreto de Cimarosa.
Cantó de todo; de Monteverdi, Haendel y Scarlatti a Menotti o Prokófiev, incluyendo compositores franceses como Gounod (Valentin y hasta el raro Júpiter de Filemone e Bauci), Bizet y Massenet y alemanes como Humperdinck y Strauss, junto a pesos pesados sopraniles como Schwarzkopf, Jurinac y Streich. Pero se centró sobre todo en los compositores de su tierra, del bel canto al verismo, en partes cómicas (para las que tenía una contagiosa simpatía esencialmente italiana), dramáticas y de medio carácter. Se lo permitieron sus medios vocales, su timbre de noble uniformidad, con un vibrato muy personal que le hacía de inmediato reconocible, su sólida preparación y la apasionada entrega al oficio. Cuando, ya muy veterano, empezó a espaciar sus actuaciones, realizó como director de escena algunos montajes de óperas cómicas italianas, el territorio que sentía más afín.
De Verdi, meta exigida e inevitable para cualquier barítono peninsular, llegó a cantar personajes de variada psicología, de los más líricos (Germont o Giacomo) a los más complicados vocal y dramáticamente (Rigoletto, Luna, Don Carlo de Vargas), siendo capaz incluso de enfrentarse a Oberto, cercano a la cuerda de bajo, y pasar de un modélico Ford a un no menos importante Falstaff. Supo destacar, y este ha sido otro de sus incuestionables méritos, en una época en la que dominaban titanes de su misma cuerda como Tito Gobbi, con su categoría de actor inconmensurable, y Ettore Bastianini, una de las mejores voces baritonales de todos los tiempos.
Su carrera fue esencialmente europea, cantando poco en América (aunque sí se se le pudo ver y escuchar en San Francisco o Buenos Aires). En el Liceo cantó el Riccardo belliniano (poco antes de grabarlo con Callas), Basilio de La fiamma de Respighi, Fígaro de Rossini (con Victoria de los Ángeles), un veterano Marcello pucciniano y, con más de setenta años, un pícaro e inolvidable Gianni Schicchi. En Madrid fue en 1968 Malatesta de Don Pasquale. Cantó también en las temporadas de Bilbao y Oviedo.
Junto a Callas siempre se le recordarán con especial atención y cariño su paternal Marcello de Bohème, y su agresivo Enrico de Lucia, sobre todo el cantado en vivo con Karajan en Berlín, en 1955.
En el mismo mes que nació, octubre, murió con 95 años Rolando Panerai.
Fernando Fraga