Un amigo, un maestro (en la muerte de Eduardo Torrico)

La muerte de Eduardo Torrico nos ha dejado a todos los que le queríamos con el alma en un puño. En poco más de un mes se nos ha ido Eduardo. El 16 de marzo, estando en la redacción, se encontró mal y al día siguiente hubo que ingresarle muy grave en el hospital. Cada día que pasaba era un vaivén entre la esperanza y el pesimismo. Eduardo, además de un profesional como la copa de un pino, de un trabajador incansable, era un extraordinario ser humano. Una vez que se traspasaba esa especie de filtro que, por si acaso, asomaba a su rostro la primera vez, uno sabía que ahí estaba eso que llamamos una bellísima persona. Duro en sus críticas, recuerdo cuando lo quise traer como crítico a Scherzo en mi época como director. Él entonces escribía en CD Compact y en Diverdi y su estilo y su coherencia me convencieron absolutamente. En el número 267 (octubre, 2011) de la revista debutaba Eduardo como crítico y cinco años después Juan Lucas, como nuevo director, lo elegía como redactor-jefe. A esas alturas Eduardo ya nos había demostrado a todos lo enorme de su corazón y enseguida haría lo propio con su capacidad de trabajo. Para él no había jornada laboral porque vivía plenamente en la música y en el periodismo. Porque era un periodista de los de antes, bregado en el periodismo deportivo anterior al bufandismo, conocedor de la piel y de la cáscara del asunto. Por razones de la vida y del corazón la música fue al fin la que ganó el partido y se llevó a Eduardo como trofeo.
Los que escribimos en esta revista sabemos lo que era Eduardo para nosotros. No tenía horario, siempre dispuesto a recibir crónicas o críticas o entrevistas con y sin prisas, cerca o lejos del cierre del número correspondiente, decidido a que la web estuviera al día sin esperas, a que fuéramos siempre los primeros. Volcado con pasión en la defensa de eso que llamamos la música interpretada con criterios historicistas, y sobre todo si era española y tocada por músicos españoles. Nunca olvidaré cuando le dije que me había escuchado todos los discos de London Baroque en una de esas curas de repertorio que hay que hacer de vez en cuando. “Cómo te habrás aburrido”, me respondió cuando se lo contaba. Días después salían las Sonatas en trío de Handel por Al Ayre Español y me decía: “eso sí que es bueno”.
No había concierto en el que no estuviera Eduardo, escuchando con esa mezcla tan suya de generosidad y de exigencia, con eso tan importante para un crítico que es saber dónde se pone el nivel a la hora de medir a quienes empiezan o a los consagrados. Los conocía a todos porque los escuchaba a todos. Me recordaba en eso a un crítico literario del extinto diario Pueblo, Dámaso Santos, cuando les decía a los escritores de su momento: “leeos los unos a los otros como yo os he leído”.
Su mujer, Isabel, a la que, como a toda la familia, le damos un abrazo enorme todos nosotros, nos informaba cada día al equipo de SCHERZO de cómo estaba Eduardo. Hoy, hace un rato, nos ha dejado. Parece imposible. Lo vamos a echar mucho de menos porque hemos perdido a un maestro de la crítica y del periodismo, pero, sobre todo, a un amigo verdadero.
Luis Suñén
(foto: Joaquín Guijarro)