ÚBEDA / Unidad de forma y diversidad de estilo

ÚBEDA.- XXXI Festival Internacional de Música y Danza Ciudad de Úbeda. Auditorio del Hospital de Santiago. 31-V-2019. Ópera de cámara Lilith, Luna Negra de David del Puerto. Gudrun Olafsdottir (mezzosoprano), Ruth González (soprano) y Damián del Castillo (barítono). Dirección escénica: Mónica Maffía. Dirección musical: Alexis Soriano.
Una de las jornadas más relevantes del Festival de Úbeda ha sido el estreno absoluto de la ópera de cámara Lilith, Luna Negra de David del Puerto, encargada específicamente para la presente edición. El compositor madrileño ha contado con la colaboración como libretista de la dramaturga argentina Mónica Maffía que para su relato ha seguido las fases lunares que han dado contenido a los diez números en los que se desarrolla la acción lirico-dramática. Ésta ha sido protagonizada por una mezzosoprano realmente espléndida como es la islandesa Gudrun Olafsdottir, la actriz y soprano canaria Ruth González y el barítono ubetense Damián del Castillo en los papeles de Lilith, Eva y Adán.
La economía de medios escénicos, con la que Maffía ha querido potenciar el esfuerzo semiótico del espectador motivando que su imaginación se convierta en un protagonista más de la historia, ha tenido en la partitura un magnífico aliado dado el planteamiento diáfano de su contenido musical, atendiendo con cuidado dónde se aplica cada sonoridad, su orientada acentuación para cada momento de la acción dramática y su sentido estético atendiendo a un difícil equilibrio como el que se ha impuesto David del Puerto para conseguir una unidad de forma, tanto de la obra en general como en cada uno de sus pasajes, junto a la utilización de un variado lenguaje estilístico tanto instrumental como vocal, que hicieron posible se mantuviera el público en una constante atención a lo largo de la representación. La aproximación a un concepto performance de su puesta en escena, se percibe coherente y propicia para transmitir los mensajes de esta ópera en la que se ha querido plasmar una idea cósmica de la creación, en sus manifestaciones micro-macro, se ha transitado con efusión por el universo simbólico y se ha facilitado la función de una partitura esencialmente musical, rica en matices desde la claridad de su factura.
Esta pretensión del compositor se ha cumplido con acierto surgiendo en la guitarra, muy bien tratada por Francisco Javier Jáuregui, un polo de catalización sonora en la que convergían las tensiones y distensiones de los otros instrumentos, tres de ellos asumiendo cierta tutela de cada uno de los personajes; la flauta, activada con gran expresividad por Gala Kossakowski, era el respaldo contrabalanceado de la voz de Eva, el saxo lo era de Lilith y el clarinete bajo tenía tal función con Adán, instrumentos que, muy bien asistidos técnicamente por Ángel Ruiz y Ramón Femenía respectivamente, no se interfirieron en momento alguno con mixturas indeseadas. El violín de Pablo Díaz y el violonchelo de Beatriz Perona, brillante como es habitual en ella, sirvieron para crear ese contraste tímbrico tan esencial como elemento de cohesión expresiva del ensemble instrumental, que se mantuvo en un alto grado de conjunción desde una dirección ejemplar de Alexis Soriano en su función sustancial de anticipar, desarrollar y resolver cada número con ese importante sentido de cohesión rítmica y musical que pide la inspiración de esta ópera.
Los cantantes supieron sobreponerse a la exigente memoria musical que ha de mantenerse a lo largo de su intenso desarrollo emocional, que ha sabido plasmar la argentina Mónica Maffía en un texto muy alambicado en tensión dramática, sugestividad para el espectador y natural funcionalidad para los cantantes, aspectos que han determinado plena equiparación e identificación estética con la sustancia musical. En cuanto a la calidad canora hay que considerar espléndida la emisión, contraste de registros, dicción y capacidad de resonancia vocales de Gudrun Olafsdottir, que tuvo en Damián del Castillo un certero contrapunto, brillando con su capacidad dramática Ruth González en la que acción y canto se hicieron una misma realidad de manera admirable en su papel de Eva, asumiendo y cayendo en las tentaciones sin llegar a sentir las rebeldías que hicieron de Lilith la primera mujer que, yéndose del Paraíso Terrenal abandonando a Adán, reivindicó su plena dignidad humana. El hecho de que no fuera una función escenificada no hizo que se resintiera en modo alguno su simulación en el escenario, a la que Maffía supo dar esa elemental plasticidad de luz y movimiento que la hizo mantenerse durante los noventa minutos de su duración incrementándose constantemente la atención del público, que finalmente estalló ante tanta tensión acumulada con un prolongado aplauso.
La positiva versatilidad de esta obra, la belleza de su música, la sinceridad de su argumento y la idoneidad de su mensaje, en los turbulentos tiempos que corren en política de género, harán que tenga un recorrido más que interesante en los circuitos operísticos de cámara y en las programaciones dedicadas al género lírico de pequeño formato.
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