Tradiciones mahlerianas
GUSTAV MAHLER:
Sinfonía n. 4 / Chen Reiss, soprano. Orquesta Filarmónica Checa. Dir.: Semyon Bychkov / PENTATONE
Cuatro importantes tradiciones se dan cita en esta grabación, la primera de un ciclo proyectado por la Filarmónica Checa y su director titular, el ruso-judío Semyon Bychkov. Mahler creció en la campiña checa, en una familia judía que hablaba yiddish y alemán. La Filarmónica Checa realizó el estreno mundial de su Séptima sinfonía y conserva diversas partituras con las indicaciones del propio Mahler en su archivo, donde he tenido la oportunidad de estudiarlas. Mahler visitó en dos ocasiones San Petersburgo, donde tenía primos, lo que fomentó una especial empatía de los peterburgueses con su música, que se manifiesta de forma evidente en las sinfonías de Dmitri Shostakovich, así como en la formación personal de Bychkov. Estas cuatro corrientes informan su interpretación, haciendo de éste un ciclo Mahler inusualmente interesante antes incluso de que empiece a sonar la primera nota.
La Cuarta es la sinfonía más pequeña de Mahler, aunque requiere una orquesta de cien personas y dura cerca de una hora. La partitura, además, está llena de trampas ya desde los primeros compases. La mayoría de los directores de orquesta, por ejemplo, se preguntan qué efecto rítmico se debe dar a las campanillas del comienzo. El holandés Willem Mengelberg, que la dirigió en presencia de Mahler, monta una desbocada y cuasi incontrolable montaña rusa. Bruno Walter, discípulo directo de Mahler, la interpreta con mesurada compostura. Bychkov se sitúa a medio camino entre ambos, calibrando su ritmo de forma convincente.
El siguiente escollo llega al comienzo del segundo movimiento, donde Mahler exige al concertino que se olvide de lo mucho que ha pagado por su excelente violín, y lo toque de forma brusca y desafinada, como si fuera un violín zíngaro. En esta grabación, el concertino checo no es lo suficientemente brusco y desafinado para mi gusto (compárese por ejemplo con la grabación de Ivan Fischer) pero el resto de la orquesta suena adecuadamente sacudida, como debe ser, aunque tocando con gran desenvoltura.
El tercer movimiento, uno de los mejores adagios de Mahler, puede derretir el hielo en Alaska, y el cuarto contiene una canción para soprano sobre animales retozando en el cielo antes de ser engullidos para el almuerzo. Mahler quiere que se cante con ingenuidad, “sin ironía”. Chen Reiss, la solista, es tal vez demasiado consciente de ello. Pero, en su conjunto, la lectura de la sinfonía posee un auténtico e inimitable toque checo que la hace prácticamente indispensable para los buenos degustadores de Mahler.
Se trata de un comienzo de ciclo realmente positivo.
Norman Lebrecht
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