¿Tiene más derechos un futbolista que un músico de la OCNE?
La Federación Española de Fútbol exige que los integrantes de la selección que van a participar en esta próxima Eurocopa sean vacunados contra la Covid sin respetar los turnos establecidos por el Ministerio de Sanidad. La Comisión de Salud Pública lo aprobará mañana, salvo sorpresa, después del informe favorable del propio Ministerio de Sanidad, que atiende así una petición del ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodríguez Uribes, muy preocupado ahora porque uno de los jugadores convocados, Sergio Busquets, ha dado positivo en plena concentración.
¿Son especiales los futbolistas para gozar de este privilegio? ¿Por qué hay que vacunar a unos deportistas y no hacer lo mismo con los integrantes de la Orquesta y Coro Nacionales de España, por poner un ejemplo? ¿Es que no cabe también la posibilidad de que la OCNE salga al extranjero para ejercer su profesión, es decir, para hacer música?
Hay quien todavía piensa que una selección deportiva española (en este caso, la de fútbol) es lo mismo que España. Craso error. El Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones deportivas española lo deja muy claro en su art. 1: “Las Federaciones deportivas españolas son entidades asociativas privadas, sin ánimo de lucro y con personalidad jurídica y patrimonio propio e independiente del de sus asociados. Además de sus propias atribuciones, ejercen por delegación funciones públicas de carácter administrativo, actuando en este caso, como agentes colaboradores de la Administración Pública”.
Eso sí, en el art. 5 se señala que “las Federaciones deportivas españolas ostentarán la representación de España en las actividades y competiciones deportivas oficiales de carácter internacional celebradas fuera y dentro del territorio español”. Pero no por ello pierden en ningún momento su condición de entidad asociativa privada. De hecho, los ingresos económicos que obtiene la UEFA con la organización de la Europa son redistribuidos entre las federaciones que intervienen en el torneo y estas, posteriormente, hacen con ese dinero lo que consideran oportuno. Entre otras cosas, pagar primas millonarias a unos deportistas que, durante ese mismo periodo, siguen cobrando de los clubes a los que pertenecen (¡qué paradójico resulta estar obligado a ceder a tus empleados para que trabajen en una empresa de la competencia y, encima, tener que seguir pagándoles el sueldo).
En otras palabras, un futbolista de la selección española representa a España de la misma manera que lo hace un cantante en el Festival de Eurovisión. Incluso, en este último caso, ese cantante representa más a España si cabe que un deportista, porque representa a Televisión Española, que, al contrario de lo que sucede con las federaciones deportivas, sí es un ente público.
Y la OCNE, ¿no representa también a España? No solo la representa, sino que es España. Porque la OCNE, no lo olvidemos, pertenece al Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (INAEM), que es una sección del propio Ministerio de Cultura y Deportes. Son miembros de la OCNE son, en efecto, funcionarios; con las particularidades propias de su profesión artística, pero funcionarios en toda regla. Por tanto, ¿tiene más derecho un futbolista que cobra de dos entidades privadas —su club y su federación— a ser vacunado antes que un músico de la OCNE?
Sería conveniente que el señor ministro de Deportes, que también lo es de Cultura, diera una explicación conveniente a todos los españoles sobre este asunto, aunque me temo que no lo hará, porque desde hace ya algunas fechas están vacunando de tapadillo a buena parte de los deportistas españoles que tienen opciones de participar en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio este verano. Tan de tapadillo, como que nos hemos enterado de esa vacunación masiva por la indiscreción de un futbolista, que ha publicado una foto en sus redes sociales en el momento de recibir la dosis.
Supongo que no pasará nada, porque en este país nunca pasa nada. Vociferamos un poquito, solo un poquito, cuando vacunan, saltándose los protocolos a la torera, a un militar de alta graduación, a un obispo o un concejal de un pueblo perdido, pero nos quedamos tan tranquilos cuando vemos que los trabajadores de una empresa privada —la Federación Española de Fútbol (y no solo los que saltan al césped, sino los que los acompañan, directivos incluidos)— van a gozar de un privilegio que no han tenido todavía esos millones de españoles que esperan pacientemente a que les llegue su turno de vacunación.
Eduardo Torrico
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