TEATRO REAL / La fidelidad madrileña de Domingo
Madrid. Teatro Real. 14-07-2019. Verdi: Giovanna d’Arco. Carmen Giannattasio (Giovanna), Michael Fabiano (Carlo), Plácido Domingo (Giacomo). Coro y Orquesta del Teatro Real. Director: James Conlon.
En mayo de 1970 debutaba en Madrid Plácido Domingo cantando el rol de Enzo, de La Gioconda, acompañado por Ángeles Gulín, Biancamaria Casoni, Peter Glossop, Ruggero Raimondi y Mirna Pecille, bajo la dirección musical de Anton Guadagno y escénica de Antonello Madau Díaz. Cuatro décadas más tarde, con la mayoría de aquellos intérpretes ya fallecidos o retirados, el tenor sigue en pie y con una carrera activa durante la cual siempre ha encontrado huecos para volver año tras año a la ciudad que le vio nacer. Y, en la primavera de 2020, regresará al Teatro de La Zarzuela como Vidal Hernando de Luisa Fernanda con motivo de tan celebrable cincuentenario.
Domingo cantó por primera vez el papel del pastor Giacomo de la Giovanna D’Arco verdiana en el Festival de Salzburgo de 2013, con grabación en directo incluida, junto a Francesco Meli y Anna Netrebko. La parte baritonal de Giacomo en esta séptima partitura operística de Verdi corresponde a otra de esas figuras paternas que tanto cuadran con las cualidades de nuestro tenor/barítono (mejor que el de un rival tenoril, como ocurre con el Conde de Luna); se trata de una personalidad algo irritante por su ciega actitud ante los hechos, por una negatividad que se supera en una catarsis final para acabar compartiendo con su hija uno de los momentos más hermosos y delicados de la partitura (Amai, ma un solo istante).
El papel de Giacomo encuentra su momento de mejor exposición en el lamento del acto II, Speme al vechio era una figlia, un adagio de extraordinaria belleza que permitió a Domingo ofrecer la esperada lección de canto y expresividad -y por lo tanto el momento más destacado de la ejecución- tras su escena del acto anterior, que fue superada con la habilidad que es propia, manteniendo ese milagro vocal que le permite hallarse aún en pie con 78 años ya bien cumplidos. Con algún altibajo fugaz motivado tal vez por el cansancio, y con ciertos problemas de fiato, la voz se expandió siempre bien proyectada y sonora, pese a ciertas variaciones en el colorido.
Por su parte, la solidez interpretativa de Michael Fabiano se puso de manifiesto en la matizada diferencia entre el recitato, el aria y la cabaletta en la página de presentación del personaje de Carlos; y su intervención solista del último acto (Quale più fido amico) sonó en su voz y en su sutil canto con una afectuosidad digna de tan afectuoso andante. Antes, además, supo aprovechar en el dúo con Giovanna esa frase mágica, repetida dos veces, È puro l’aere, límpido il cielo, una perla melódica del mejor Verdi que, quien conoce la partitura, seguramente esperaba con ansias. La orquesta, que siempre estuvo magnífica, la expandió con similar aliento.
El personaje de mayor responsabilidad es el titular, escrito para Emilia Frezzolini, una cantante que venía del mundo donizettiano (Lucrezia Borgia, pero también Lucia) y que de Verdi había estrenado ya la Giselda de I Lombardi. Giovanna puede considerarse como una drammatica d’agilità, algo más moderada en responsabilidades que la anterior Abigaille y más cercana a la futura Odabella. Carmen Giannattasio, que comenzó carrera con partes puramente líricas (Mimì, Liù, etc.), ha ido asumiendo tareas más pesadas (la Leonora aragonesa, Stuarda, Imogene y otras) conforme la voz iba ganando en potencia y presencia. Con momentos de íntima y elegíaca concentración y otros de empuje, en canto de diverso significado instrumental, la soprano salió adelante sin problemas, sumando a su temperamento meridional un sonido amplio y generoso, en especial en los varios momentos de empuje, como la original cabaletta Son guerriera, donde Verdi utiliza ya las formas tradicionales de manera muy novedosa: en medio hay un terceto a cappella interesantísimo y, como remate, se retoma dicha cabaletta ahora compartida junto a la soprano por tenor y barítono. Algún agudo un poco cercano al grito y ciertas dificultades en mantener la enrevesada línea vocal no empañaron una ejecución brillante, de acuerdo con lo que posibilita el papel, extrayendo el suficiente jugo a la Fatidica foresta, el aria más conocida de la obra, en la sencilla pero certera escena de la muerte.
El resto del reparto apenas cuenta con exigencias relevantes, que en todo caso fueron superadas sin el más mínimo contratiempo por Moisés Marín (Delil) y Fernando Radó (Talbot). El coro, sin embargo, y como es costumbre en Verdi, tiene su importancia en esta partitura, con intervenciones de diversa índole. Las disciplinadas huestes de Máspero se lucieron a placer. James Conlon, con un repertorio de amplísima oferta y equivalente experiencia de foso, hizo la lectura esperada, atento a los numerosos detalles de los que la obra anda sobrada, ya desde la obertura, con esa encantadora presencia dialogante de las maderas. La construcción del apoteósico final en la escena de la coronación en Reims, con la patética humillación de Giovanna supuso un excelente momento concertante, el que cabe asociar con un gran maestro concertador.
[Foto: Javier del Real / Teatro Real]
Fernando Fraga