Teatralidades de “Fidelio”. Ilustración y ciudadanía en el ‘Singspiel’ de Beethoven (III)
Es imposible e insultante que Marzelline sea tan tonta, de manera que Marzelline se convierte en la puesta en escena de Kratzer en una muchacha avispada, no una soubrette, sino una heroína como Leonore travestida. Ella ve muy pronto que Fidelio es una mujer, y lo ve durante el aria lírico-heroica de Leonore. Marzelline disparará a Pizarro cuando éste va a asesinar a Florestán. Claro está, si no se lo impide nadie, por qué iba a aplazar el asesino un asesinato. Unas de las debilidades de la dramaturgia de la ópera queda resuelta ahí: alguien dispara a Pizarro, Pizarro ya no puede valerse ni de su fuerza ni de sus astucias. Y quien se lo impide es Marzelline. Es ella la que lleva la pistola, es ella la que lleva la bandera. Y la escena no pasa al patio de armas, sino que transcurre en el calabozo, como en 1805, que aquí es luminoso por una convención teatral: una pequeña asamblea contempla, desde el inicio del acto y cada vez más conmocionada, el martirio de Florestán (recitativo y aria), así como la crisis (cuarteto). Y Kratzer recupera, si bien manteniéndose en la versión de 1814, la imprecisión del desenlace de este cuadro. El foro que parecía de invitados emocionados por la suerte de Florestán, se convierte de pronto en el pueblo y los presos liberados. Todos parecen dejar atrás la servidumbre y aspirar a la condición de ciudadanos. Y, de manera especial, Leonore, claro está; pero también Marzelline, co-heroína de esta nueva dramaturgia. Ojalá la mayoría de las puestas en escena modernas e irrespetuosas consiguieran una dramaturgia tan penetrante. Pero eso más difícil, lo saben bien los propios directores de escena.
Un contemporáneo de la Revolución, el conde Joseph de Maistre, era un enemigo acérrimo de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Sus ideas se desarrollan en varios volúmenes, fue prolífico y tenaz. Es importante señalar que recomendó por escrito al zar Alejandro que no aboliese la esclavitud, esto es, la servidumbre, porque sería un desastre y algo perfectamente contrario a la ley natural. Pero también recomendó al zar que no permitiera abusos por parte de los señores sobre sus siervos de la gleba, porque esto les podía hacer añorar justamente la abolición de la servidumbre. Estamos ante un consejo para nosotros claramente criminal, escrito por un literato exquisito que hoy hace las delicias de algunos de esos plumillas universitarios de tercera cuya originalidad mayor es descubrir purgas para la progresía. Lo que De Maistre aconseja al zar no hubiera sido necesario unas décadas antes. Lo es ahora, en la Revolución. No termines con la esclavitud, pero evita los abusos. Antes, los abusos hubieran conducido como mucho a lo que se llamó, para la Edad Media, la jacquerie, la revuelta campesina, destructiva y efímera. Pero ahora lo que teme De Maistre es que del maltrato surjan ciudadanos.
Santiago Martín Bermúdez