Teatralidades de “Fidelio”. Ilustración y ciudadanía en el ‘Singspiel’ de Beethoven (I)
Como es sabido, Fidelio, única ópera de Beethoven, la estrenó el compositor en tres ocasiones y por ello podemos hablar de tres versiones, la de 1805 ante un público inesperado y sin el público que se esperaba; la de 1806, fruto de correcciones aconsejadas por allegados, no siempre con acierto; y, en fin, la de 1814, la que se supone definitiva, estrenada durante el Congreso de Viena, el que trató de restaurar el Antiguo Régimen. Una utopía que provocó mucho sufrimiento en Europa. Si en 1805 el público vienés había huido ante la entrada del ejército napoleónico, en 1814 la reacción había triunfado. ¿Eran tiempos inadecuados para la carga de profundidad republicana de Fidelio?
El alcance del concepto de republicano va más allá de la forma de gobierno. República es el sistema en el que hay ciudadanos. En el Antiguo Régimen hay, en el mejor de los casos, súbditos. A veces, ni eso.
Fidelio tiene una triple dimensión interna, que en la versión de 1805 venía a corresponderse con la división en tres actos: comedia burguesa para el primer acto, con restos del género bufo (solo restos), que culmina en el cuarteto en canon; comedia dramática para el segundo, cuya culminación hallamos en el aria de Leonore, y que tiene su cierre en el Finale, a partir del coro de presos que salen a la superficie (a partir de ahí, los Finale de 1805 y 1814 varían) ; en fin, desenlace dramático con apuntes de lo que podía haber sido una tragedia pero que, siguiendo los pasos de la opera seria (género en declive pero que, transformado, aún dará guerra: ahí están las óperas serias de Rossini), conduce a un lieto fine. El lieto fine, el final feliz, como es sabido, es algo más que una convención para tranquilizar conciencias del siglo XVIII: es una garantía del orden del mundo, por decirlo en dos palabras. Hay que señalar que el carácter especialmente dramático del acto tercero (1805) o segundo (1814) se da en la sombría introducción, el recitativo y el aria de Florestán, el cuarteto de Leonore, Florestán, Rocco y Pizarro (cuando éste va a asesinar al preso, Leonore se enfrenta a él y descubre así que no es un simple aprendiz de carcelero, y cuando suena el clarín, el metal que anuncia la llegada del ministro) y, finalmente, también se da en el dúo O namenlose Freude, reencuentro a solas entre Leonore y Florestán; que en 1814 ya se ven salvados -con lo cual el cuadro final no tiene el mismo sentido, y se le acusa de anticlímax- pero que en 1805 tenía otro significado, puesto que no saben aún qué va a ser de ellos.
Santiago Martín Bermúdez
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