‘Soave sia il vento’
Hay en un portal de la calle de San Isidro Labrador, en pleno Madrid de los Austrias y a dos pasos de San Francisco el Grande, una pequeña placa que recuerda que ese es el lugar de nacimiento de Teresa Berganza. Muchas son las veces que he mostrado dicha placa a amigos y familiares, y muchas más las que he pensado que cualquier día pongo un reclinatorio. No se trata de mitomanía, sino de admiración y agradecimiento profundos hacia uno de los músicos más importantes de los siglos pasado y presente.
La figura de Teresa Berganza despierta, siempre que su nombre se pronuncia en un círculo de profesionales o aficionados, el mayor de los respetos y los elogios más encendidos, por unanimidad. Y eso, como su carrera sin tacha, lo construyó ella día a día, a golpe de cincel. Como su amigo Alfredo Kraus, conocía su instrumento al dedillo y perseguía la perfección canora e interpretativa en cada partitura que abordaba. De ahí el famosísimo plantón a Herbert von Karajan por sus diferencias en la idea de los tempi en Las bodas de Fígaro. Ella, convencida del fundamento musical de sus argumentos (no en vano su formación era solidísima y muy amplia: piano, órgano y violonchelo, además de canto), no se apeó. Todo un carácter, pero, por encima de eso, todo un ejemplo de celo y respeto a la música. El resultado fue que el austriaco acabó agachando la cerviz y reclamándola más tarde.
A causa de esa búsqueda de perfección, y aun siendo una de las más importantes cantantes de ópera de la historia, su repertorio no fue muy extenso. Su voz no era excesivamente grande y por eso la dejó evolucionar y supo dar a cada nuevo rol su momento. De ahí que no pudiera compartir escenario con Callas para la Norma: cuando ella estaba preparada para Adalgisa, Callas ya no podía con la sacerdotisa. A cambio, descolló en todo aquello que fue incorporando y nos dejó versiones imprescindibles de buena parte de los principales papeles para mezzosoprano gracias a esa clarividencia, a esa voz que conseguía coloraturas y agudos de ligera pero también unos graves sonoros y plenos, a una técnica intachable labrada con tesón y trabajo cotidianos y a un enorme talento dramático. Ahí están sus Sesto, Dorabella o Cherubino —para quien suscribe, Cherubino siempre será ella—, pasando por esos hitos rossinianos de Rosina, Isabella o Cenerentola, para llegar al repertorio francés en el que, además de ‘su’ Carmen, dejó auténticas perlas como Charlotte o Dulcinea.
Es imposible hablar de Berganza sin aludir a esa Carmen que no sólo constituyó un revulsivo para su vida musical y también para su vida personal, según confesión propia, sino para la historia de la interpretación de la que posiblemente sea la ópera más popular del repertorio. Ella consiguió algo verdaderamente excepcional, que fue despojar a Carmen de un falso españolismo muy impregnado de verismo trasnochado y devolverle la esencia del género de la opéra-comique: se trataba de llegar a una interpretación teatral realista —que no verista, insistimos—, pero con un canto plenamente lírico, que no perdiera nunca la línea de la frase musical y literaria y mantuviera ese ‘buen gusto’ que tanto importaba a los franceses del momento. En su Carmen hay verdad, pero no hay exceso; hay pasión, pero no hay zafiedad; hay implicación, pero no hay sobreactuación. Y por todo eso, desde ese 1977 bajo la batuta de Abbado y junto a Plácido Domingo, la suya es, sin duda ninguna, la versión referencial.
No queremos terminar este pequeño homenaje sin aludir a otras dos facetas importantísimas de nuestra Teresa Berganza. Por supuesto, la de liederista, apoyada al piano durante tantos años por el inmenso Félix Lavilla, quien tanto contribuyó también al crecimiento de su carrera. ¿Quién ha dicho e interpretado el repertorio español como ella? Y después, la de maestra, la de transmisora tanto de su propio conocimiento como la de tantos y tantos músicos con los que trabajó. Cuánta pasión, cuánta vitalidad y cuánta entrega en esas clases magistrales en las que enseñaba cómo interpretar, cómo apoderarse de cada palabra, desde el sentimiento y desde la partitura.
Para Teresa Berganza música y vida eran una y la misma cosa. Por eso no la hemos visto declinar, porque también se supo retirar del escenario cuando el físico y la situación vital se lo demandaban, aunque siguió ligada a la música hasta el final, trabajando con jóvenes músicos, como hemos señalado. La misma pasión en la música y en la vida, el mismo afanarse por dar lo mejor de sí, el mismo profundizar en la risa y el llanto, pasando de lo uno a lo otro si era necesario, porque la vida y la música son así.
Por mi parte, sólo me queda darle las gracias por tanta belleza. Y pasarme por San Isidro Labrador y quedarme un ratito escuchando su Seguidilla de Carmen y su Soave sia il vento para desearle un feliz viaje al Olimpo.
Ana García Urcola