Situar a Weinberg (1)

El próximo 8 de diciembre se cumplirán cien años del nacimiento de Mieczyslaw Weinberg. SCHERZO le dedicará la atención que merece este enorme compositor. Mientras, intentaremos situarlo siquiera un poco. Su aventura y su desventura es tan grande como su propia obra.
He aquí un jugoso fragmento de El ruido del silencio, narración de Julian Barnes alrededor de Dmitri Shostakovich (traducido por Jaime Zulaika y publicado por la editorial Anagrama): “En enero de 1948, su viejo amigo Solomon Mijoels, director del teatro judío de Moscú, fue asesinado por orden de Stalin. El día en que se supo la noticia, Zhdánov lo había estado intimidando [a Shostakóvich] durante cinco horas por distorsionar la realidad soviética, por no festejar las gloriosas victorias nacionales y por comer de las manos de los enemigos de su patria. Después fue derecho al piso de Mijoels. Había abrazado a la hija de su amigo y al marido de ésta. Luego, de espaldas al corro de dolientes silenciosos y asustados, empotrando casi la cara en la biblioteca, les dijo, con una voz serena y clara: «Le envidio». Hablaba en serio: la muerte era preferible a un terror interminable.” Adelantemos que el yerno de Mijoels al que se refiere Barnes era conocido en ese momento como Moishei Samuilovich Vainberg. Para ser exactos: Моисей Самуилович Вайнберг. Había nacido en Varsovia veintiocho años antes.
Mijoels era un grandísimo actor de teatro yidish, y eran legendarias interpretaciones suyas como la del Rey Lear. Encabezó la resistencia judía ante la invasión nazi, consiguió fondos del extranjero, en especial de Estados Unidos. El antisemitismo de Stalin y su camarilla (cambiante en cuanto a protagonistas, según las depuraciones) se agudizó después de la guerra. ¿Quería superar al mismo III Reich? Los contactos de Mijoels durante la guerra fueron su condenación (condenación, sí, porque condena no la hubo, puesto que no se dio proceso, juicio). Recordemos que una de las características de los condenados por los procesos de las democracias populares, que pronto iban a empezar, era la de haber estado fuera de la URSS, lo mismo si habías estado en el opulento Nueva York que en la guerra de España. Un cargo no explícito, claro está. Mijoels era muy conocido en los medios judíos de Estados Unidos. Horresco referens. Y les sacó dinero para la defensa de la URSS. Dentro de la secuencia de depuraciones paranoides, la muerte de Mijoels parecía obligatoria, lógica. Había defendido a la URSS del enemigo, pero, ay, se entendía con el enemigo auténtico, Estados Unidos. ¿Se entendía, está usted seguro, camarada? Sí, yo sé lo que me digo. Se entendía, y se entendía porque tenía ocasión, y esa ocasión tenemos que evitarla, impedirla. El que evita la ocasión… Pero había que matarlo de manera que pareciera un accidente. Ahora con un camión, por favor, no vayan a ser tan bestias como para abrirle las tripas, como a Zinaída Raij, actriz y esposa de Meyerhold, antes de la guerra patriótica, como si hubieran sido bandidos y ladrones.
Bueno, allí estaba el joven Weinberg, que había empezado a trabajar con Dmitri Shostakovich; el cual, según leemos aquí y allá, se quedó de piedra ante la magistral Primera Sinfonía de Weinberg (1942; la primera de más de veinte: 21 o 22, ahora no caigo; añadan diecisiete cuartetos de cuerda y las óperas de que ya hablaremos). Lo adoptó, por decirlo así, y ya no lo soltó.
Pero el caso Weinberg se complica si le añadimos que su familia polaca había perecido víctima de los nazis y de la guerra. Y que suegro, Mijoels, fue la primera víctima (¿la primera?, no estoy seguro) de la gran depuración de judíos que se preparaba. El antisemitismo ruso había contado con ayuda oficial muy a menudo, allá, en las fronteras en tiempos del zarismo envilecido de los últimos días, y no solo en esas fronteras. Ahora iba a ser desencadenado desde el mismísimo Kremlin. Mijoels era pariente de uno de los médicos más importantes del Kremlin, Vovsi, y la propia hija de Mijoels, casada con Weinberg, se llamaba así, Natalia Vovsi-Solomon. Pues bien, estaba en marcha la puesta en escena del falso complot de los médicos judíos. A Mijoels le tocó de lleno. A Weinberg, de carambola, por parentesco. Pero… no nos adelantemos.
Seguiremos dentro de unos días.
Santiago Martín Bermúdez
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