SEVILLA / Ejemplaridad y excesos

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 12-X-2019. Donizetti, Don Pasquale. Carlos Chausson, Joan Martín-Royo, Amicio Zorzi Giustiniani, Sara Blanch, Francisco Escala. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Director musical: Corrado Rovaris. Director de escena: Laurent Pelly.
El texto y la música del Don Pasquale son de tal ejemplaridad en su género: el bufo, con sus muchos matices de comedia sentimental, que no veo necesario recurrir a exageraciones escénicas que deformen su refinada comicidad para aproximarla a la burda bufonería o a la astracanada. Contaba el afamado Laurent Pelly con un intérprete de lujo, el veterano Carlos Chausson, que ha encarnado a su Don Pasquale en numerosas ocasiones, entre otras, hace dieciséis años en este mismo teatro, y su voz sigue siendo portentosa, por la potencia de emisión, la limpieza y la línea de canto en la mejor tradición de estos personajes a la vez cómicos y patéticos. Todo en su casi omnipresente actuación fue irreprochable. El director escénico supo aprovecharse de su ejemplar cantante y actor y no se extralimitó en sus funciones, pero no se puede decir lo mismo con respecto a la Norina de Sara Blanch, a la que sometió a una sobreactuación delirante nada más aparecer en su cavatina, obligándola a contorsionarse como una alocada rockera, que en otro cuerpo menos armonioso que el suyo resultaría ridículo cuando no grosero. A pesar de esas exigencias del regista, ella cantó muy bien, resolviendo sus coloraturas y sobreagudos con solvencia.
No hacía falta resaltar que Norina, la gran enemiga de Don Pasquale, no era ninguna ingenua, sino una mujer temible a veces, como ella misma confesaba, pero para eso sobraban los zapatazos sobre las tablas. El momento de la bofetada estuvo bien resuelto, sobre todo gracias a la música, que tan triste se vuelve, y que Corrado Rovaris supo expresarla con toda compasión. Más equilibrada fue la actuación del Malatesta de Joan Martín-Royo, que se entendió muy bien con todos, aunque ese papel a nuestro parecer exige una voz con más cuerpo; de todos modos fue la gran tercera voz de la noche, que no logró redondearse con la cuarta del tenor Giustiniani, puede que por verse afectado por una infección gripal, como se anunció por los altavoces. Su voz resultaba pequeña, y en ningún momento se lució. Cuando pudo hacerlo, en su sentimental aria Cercherò lontana terra, Pelly le hizo meter no sé cuántas camisas en una maleta, montarse encima de ella para poder cerrarla, y luego intentar coger las otras tres maletas, cuatro en total, con sólo dos brazos y manos, abriéndose la primera de ellas y cayéndose toda la ropa, una escena más propia de cine mudo que de visualización del bel canto.
El público, distraído con tanto movimiento inútil, no le echó cuenta al cantante, que tampoco supo ganar la partida. El falso notario, Francisco Escala, cumplió su misión con profesionalidad, y el Coro, al cual él pertenece, tuvo una brillante actuación en el tercer acto, el único en el que participa. La dirección de Rovaris me pareció excelente desde la sinfonía inicial, y en todo momento supo acompañar a las voces y mantener viva a la Sinfónica, que sonó empastada y brillante. En cuanto a la escenografía de Chantal Thomas, un salón flanqueado por fachadas de ciudad italiana, resultó eficaz, aunque simplota y algo o bastante gratuita en el uso de puertas y ventanas, pues unas veces los personajes entraban por esos huecos y otras lo hacían sin dificultad alguna desde el amplio espacio exterior sin justificación aparente. La iluminación de Gary Marder fue de lo más conseguido de la puesta en escena, ambientada, innecesariamente, pues poco aportaba a la historia, en los años cincuenta del siglo pasado, con vestuario de película italiana de la época. De esta representación, con la que se inaugura la temporada, lo más sobresaliente fue, sin duda, el Don Pasquale de Carlos Chausson , pero sin olvidar al Malatesta y a la Norina, y al Coro, y a la Sinfónica bajo la batuta de Rovaris.