SEVILLA / Zahir Ensemble, Angelova y el gran reto de Ligeti
Sevilla. Espacio Turina. 20-X-2023. Javier Povedano, barítono. Aldo Mata, violonchelo. Bozena Angelova, violín. Zahir Ensemble. Juan García Rodríguez, dirección. Obras de Ginastera y Ligeti.
En todos los festivales que organiza (y van ya por el XIV) el conjunto sevillano Zahir Ensemble se plantea varios retos, pero siempre hay uno que destaca sobre los demás, el año pasado fue el estreno en España de la Introducción a las Tinieblas, de Raphaël Cendo; en esta ocasión se ha optado por un programa de costuras más clásicas pero de identidad igualmente modernista; dos partituras de peso de Alberto Ginastera y György Ligeti.
Del compositor argentino se presentó su Serenata Op.42 (1973) que se sitúa en el otro extremo de ese Ginastera colorista y exótico que tanto gustan de reiterar las orquestas sinfónicas. Esta obra combina estructuras fijas y aleatorias y contrapone dos mundos; el del ensemble (donde el compositor, además de con la construcción, experimenta instrumentalmente con una percusión agitada, tumultuosa, y una elocuente secuencia de key slaps en el final de tercer movimiento conclusivo) y el del barítono y violonchelo; que remiten a una estética más introspectiva, también más severa y expresionista. El barítono Javier Povedano cantó mejor que declamó los poemas de Pablo Neruda que sirven de texto, con buena capacidad de apianar y un timbre de centro oscuro, oportuno para las intenciones de la partitura, aunque su más que evidente ceceo resultase chocante. Notabilísima la aportación de Aldo Mata en un violonchelo lírico (dentro de la abstracción del lenguaje) y de fluyente riqueza armónica.
García Rodríguez y los músicos convocados en esta cita de Zahir Ensemble demostraron sabérsela en todos sus recovecos e intenciones; obtuvo el director texturas de gran transparencia y una continuidad en la que no decayó la tensión que destila una página que, no por casualidad, han registrado muy recientemente para el sello Ibs. La coda final, de ambiente nocturno, y que conecta con el primer movimiento fue exquisitamente cincelada por Povedano y Mata.
El Concierto para violín (1990-92) de Ligeti posee hoy unos valedores extraordinarios que han dejado registro en disco con la flagrante ausencia de Irvine Arditti, quien lo defendió delante del propio compositor pero nunca lo grabó. La nómina, incompleta, está integrada por apellidos como los de Gawriloff, Zimmermann, Schmid, Conquer, Hadelich, Astrand y, por encima de todos, Kopatchinskaja. La violinista eslovena Bozena Angelova lo ofrecía en la sesión que nos ocupa por primera vez y, desde ese punto, es injusto e incomparable entrar en negociación con quienes llevan decenas de ejecuciones a sus espaldas. Más que diálogo cruzado, violinista y conjunto se reivindicaron a sí mismos para no ser engullidos por los escollos de esta gigante obra de síntesis del compositor. Angelova puntuó en la exposición melódica del Aria y en la construcción y resumen de su muy expresiva cadencia; Zahir (ampliado a una treintena de músicos), por medio de García Rodriguez, lo hizo por su parte en las violencias rítmicas (que algo hizo resentir la acústica de la sala) y en una concertación siempre atenta. Faltó en algunos pasajes mayor empaste entre los metales y la cuerda y, sobre todo, hizo falta que muchos de estos jóvenes músicos se sintieran aún más seguros con la partitura. No hará falta repetir en fin la necesidad de oír el gran repertorio de la segunda mitad del siglo XX, del que solo parece acordarse en esta ciudad el Espacio Turina y los grupos cómplices.
Ismael G. Cabral