SEVILLA / ‘Tríptico para un cuerpo’: en contra de la música

Sevilla. Espacio Turina. 2-II-2022. Tríptico para un cuerpo. Andrés Marín, bailaor. Andrés Gomis, saxofones, Ignacio Torner, piano. Philippe Spiesser, percusión. Obras de Sánchez-Verdú, Camarero y Carretero.
La buena noticia es que el Espacio Turina de Sevilla, de gestión municipal, lleva tiempo demostrando ser la sala más inquieta y atractiva musicalmente de la ciudad. Especialmente después de que el Teatro Central, en manos de la Junta de Andalucía, haya desterrado por la puerta de atrás la música de creación actual. ¿Entonces la mala? La mala es que, necesariamente, toda propuesta de indagación, de tanteo, puede muchas veces quedarse en el balbuceo. Esto último no es necesariamente negativo, lo hemos comprobado en más de una ocasión en este mismo espacio (recientemente, por ejemplo, con el valioso intento de ópera experimental Chillar todo el día, que comentamos aquí). Este Tríptico para un cuerpo que ahora ha visto la luz, ideado por el bailaor Andrés Marín, tiene en cambio más cariz de fracaso que de puentes para la indagación.
¿Puede haber flamenco sin taconeo? No lo sabemos. Quizás incluso lo haya, quitarse los zapatos no debe ser tan difícil. Pero Marín —del que, al parecer, la crítica ha dicho que es “un Miró, un Picasso” (!) del baile jondo— no optó por ese camino. Sin entrar a valorar técnicamente lo ejecutado por él sí que tuvimos dos percepciones. La primera era que la música daba bastante igual, no solo porque la ahogaba constantemente con los golpetazos sobre el tablao, también que tanto daba si allí hubiera aparecido Melody para entonar su Baile del Gorila. Andrés Marín, seguramente, habría hecho lo mismo.
Pero la sofisticación que da la contemporaneidad no la otorga, claro está, el primer sencillo de la risueña cantante de Dos Hermanas. Al menos podría haber buscado el bailaor algo más ruidoso con lo que medirse. ¿Un mano a mano Marín vs. Merzbow, Massona o Whitehouse? Así tal vez. Pero la música de César Camarero, segunda parte de este Tríptico, va en contra del noise. Ignacio Torner, un pianista que debería ser conocido allende Despeñaperros, defendió Finale (1993) y la Música para inducir al sueño (2005), durante la cual el protagonista se tapó con una manta. Las metáforas, como se ven, no fueron el fuerte del espectáculo.
No podemos entrar a valorar la ejecución de Torner, aunque nunca hemos puesto una tilde en contra de su maestría con el repertorio contemporáneo. Andrés Gomis rompió el silencio inicial con Kinah II (2020), para saxofón soprano y tam-tam, de José María Sánchez-Verdú, música característica del de Algeciras, con su búsqueda de las resonancias, de la vertebración del soplido y de la creación de una gestualidad y una gramática propia dicha a través de las tripas del instrumento. Cuando Marín entró a lo suyo perdimos el hilo de la pieza. La oscurísima Transitus (2012) fue directamente aniquilada por el jaleo, hasta Gomis pareció rebajar la violencia de la pieza.
Finalmente, en el Étude de Proximité (2019), Alberto Carretero demostró ser un compositor con muchas cosas que decir; su solo de percusión (a cargo de Philippe Spiesser) tiene poco de escolástico y academia por más que su autor venga de ella. Fuertemente amplificado y modelado mano a mano desde la electrónica resultó el capítulo más inspirado, quizás porque el bailaor acusaba cansancio y estuvo más comedido; también, no lo neguemos, porque Marín y Spiesser generaron algún instante de aparente encaje. Que bueno hubiera sido escuchar estas satisfactorias músicas gozando del silencio.
Ismael G. Cabral
Foto: Lolo Vasco