SEVILLA / Suwanai y su violín de personalidad múltiple

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 26-II-2021. Akiko Suwanai, violín. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Rodrigo Tomillo. Obras de Prokofiev y Brahms.
Hay programas que sabemos van ir bien desde la primera nota, desde el primer ataque. Ya en los primeros compases del Concierto para violín nº 1 op. 19 de Prokofiev el Guarneri del Gesù de Akiko Suwanai nos estremeció con un sonido descarnado y cortante, riquísimo en armónicos pero afilado en el limitadísimo uso del vibrato que impuso la violinista. El primer movimiento fue un dechado de personalidad, un aquí estoy yo con una obra por la que pasan casi todos los grandes violinistas. Una lástima que no tenga este Concierto fijado en disco (aunque a falta del mismo, en Youtube puede encontrarse una grabación en vídeo acompañada de un director lamentablemente casi inédito en España, Pascal Rophe).
De vueltas a este tercer concierto de abono de la temporada de la Sinfónica de Sevilla, Suwanai y el director invitado, el sevillano de carrera exitosamente germana Rodrigo Tomillo, fueron en el segundo movimiento a mostrar una cara diferente, mordaz y con un sonido, el de Suwanai, lleno de aristas y cantos. Desde la comparecencia hace más de dos años de Kopatchinskaja no se escuchaba cantar a un violín tan espasmódico, tan enrabietado. Sorprendente, sin embargo, que la ROSS de Tomillo fuera por un derrotero, casi camerístico, y muy al abrigo de la solista; el colchón sonoro era amable, no iba a la gresca con la violinista. Tanto así que se encontraron en un tercer tiempo lleno de sensualidad y delicadeza, en el que Suwanai aplacó la rabia y apretó el botón del vibrato; fue un Prokofiev de muchos quilates, una interpretación de las que dejan a uno pensando si sobresaliente o notable alto.
La Sinfonía nº1 de Brahms fue por terrenos más escolásticos y ampulosos, que no rutinarios. Rodrigo Tomillo caracterizó su versión por la violenta acentuación con la que condujo a una orquesta que se le entregó en plena forma. Utilizó tempis animados y evitó caídas de tensión, exaltando los contrastes más trágicos de una obra que, hoy, nos gusta más entender de forma plácida. El maestro sevillano cuidó, con gesto académico, cada entrada, enfatizando un tono marmóreo y opulento; en las antípodas de lo que un rato antes había hecho con Prokofiev.
Ismael G. Cabral
(Foto: Guillermo Mendo)