SEVILLA / ‘Renacer’, muro de música para la palabra
Sevilla. Espacio Turina. 6-XII-2022. Alberto Carretero, Renacer. Johanna Vargas, soprano. Ensemble PHACE. Director: Nacho de Paz.
Parece hasta inverosímil estar hablando de una coproducción entre uno de los festivales de música contemporánea más relevantes de Europa (Wien Modern) y el Espacio Turina de Sevilla. Pero así —con producción del Ensemble PHACE y una beca de la Fundación BBVA— es como se ha gestado el estreno en España (días después de su presentación en Viena) de Renacer, la vídeo-ópera de Alberto Carretero (1985) a partir de un libreto del poeta Francisco Deco.
Que solo medien unas semanas entre este acontecimiento y la primera audición en nuestro país de la Introducción a las tinieblas de Raphaël Cendo (que comentamos aquí) habla de la rápida importancia que este auditorio hispalense está teniendo para la difusión de la música de nuestro tiempo (quedan aún, entre otras citas previstas, la visita del Cuarteto Arditti y el estreno de la versión española del radiodrama Un posible día, de Javier Torres Maldonado, a cargo de Taller Sonoro). En puridad, Renacer es descendiente legítimo de la mejor historia reciente de las artes sonoras
Algo que venimos apreciando en las obras de Carretero es, precisamente, su capacidad de sintetizar y sincretizar muchas de las tendencias que, arremolinadas, han ido etiquetando a unos creadores y otros. No es fácil en cambio dilucidar cuál es el camino que transita el autor de esta obra. No lo fue ya cuando presentó una de sus partituras más ambiciosas, la orquestal Diario de a bordo que, muy esforzadamente, estrenó la Sinfónica de Sevilla en 2015. Siete años después en el magma camerístico de Renacer (para siete instrumentistas y electrónica) hay incandescencias de diferentes lugares, fuego espectral, fuego saturado, esquejes ardientes de estructuralismo, fogonazos de free jazz, rescoldos de pop experimental, crepitaciones texturales, chispazos de síntesis granular…
Toda ella, en lo puramente instrumental, luego veremos también que en lo vocal, en lo literario, responde a lo pretendido, una meta ¿ópera? sobre la creación, el nacimiento y la transformación, la vida y la extinción. Por eso los 65 minutos sin pausa restallan con una energía en la que apenas si hay poso para recoger las cenizas; tal vez en su final, nada detonante, aparece la calma, también una suerte de autoflagelación, de duda ante lo expuesto (“por eso los fantasmas en tu obra / que es la de todo hombre / la perspectiva irracional de las medias luces / el énfasis la pasión el non finito / el desinterés por la belleza de los rostros / tu mirar descentrado / ahora aún te queda reinventar la vida y el arte”).
La incisiva gestualidad de Nacho de Paz, al frente del cada vez más competitivo Ensemble PHACE (en un contexto centroeuropeo como el de ellos, granado en grupos imponentes consagrados a la nueva música) , tradujo con coreográfica explicitud este acúmulo de aceleraciones y exhalaciones instrumentales contumazmente sofocadas por una electroacústica presentada con sana desmesura, albergando pasajes que parecían asidos a una estética del error más propia de aguerridos avantechnoides que de compositores de la academia (a la que, a la postre y legítimamente, Carretero pertenece).
En un estreno que concitó la mirada, la escucha atenta y la presencia de notabilísimos compositores españoles, el creador sevillano demostró cómo, a partir de una provechosa digestión y asimilación de los nutrientes, la música puede poseerse de retazos descarriados del pop y otras anómalas hierbas sin necesidad de caer en la incrustación, en el mero señuelo. Determinadas alucinaciones de Renacer parecían ponernos ante la música híbrida e indómita de autores como Bernhard Lang y Wolfgang Mitterer. Con singularidad durante la secuencia más feroz de la partitura, un paréntesis reiterativo y de alta munición sónica (“Muro de helecho para la consumación / muro de lluvia para la buena muerte / muro de libélulas para el placer / muro de zarzas para el sueño…”).
En medio de todo ello una embelesadora Johanna Vargas, integrante de los Neue Vocalsolisten y con carrera desgajada cada vez más firme. Si hace falta una nueva música para la pervivencia (y transformación) de los géneros, una nueva literatura para estos nuevos moldes, también son precisas voces preparadas en otras esferas. Es verdad que la presencia de la soprano colombiana es casi constante (“muro de música para la palabra”), que Carretero no deja muchas islas de puro sonido acústico/electroacústico, que el libreto es extenso… Pero renacer no debe ser un proceso fácil y hay en el tour de force al que se somete a la cantante mucho de somatización performativa, el público se hace consciente del carácter extenuante de la creación. Vargas cantó, recitó en voluminosa cantidad y, en los momentos de mayor calibre, siseó, vociferó, amortajó su cantar y excursionó a lo que pareció al cantó difónico. Renacer no puede pensarse sin ella.
“Alguien inventa un nuevo mundo / levanta los brazos llenos de signos / pues ya no hay nada que perder”. La escritura desmesurada y solo hasta cierto punto críptica de Francisco Deco no hace sino amplificar el eco de la obra y es fruto, además, de una profunda comprensión sobre la cuestión experimental y su necesidad (“una dramaturgia radicalmente nueva / un conocimiento no sistemático / un arte de sobrevivencia / por ahora cuéntales un cuento apasionado”). Frente a tantos errores y tanto engreimiento de autores de hoy que tiran de presuntuosos y canónicos hilos textuales del ayer, Carretero y Deco unen su suerte o su desvelo, se cosen piel con piel para ese ‘a ver qué sucede’, duda fundamental de todo alumbramiento.
Hubo también imágenes proyectadas en vídeo, a partir de pinturas de Juan Lacomba animadas y reestructuradas por Miguel Alonso, aunque estas fueran a veces puramente ornamentales y un tanto obvias en los subrayados; nos quedamos en ese aspecto con su apuesta por la verticalidad como tercer pero menor vórtice de este Renacer que habrá de tener (debería tener) nuevas ocasiones de eclosionar, de probarse y generar otras sacudidas.
Ismael G. Cabral